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El arte para qué
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El arte para qué

Actualizado 25/12/2021 09:10
Juan Ángel Torres Rechy

Una amistad salmantina muy apreciada, traductor del latín y otras lenguas, catedrático, poeta, escribía una obra de ética para su nieta. Su tarjeta de felicitación navideña de hoy luce un dibujo de la niña. A una generación de distancia, dos personas así entretejen una prenda de amor para nuestro abrigo en estos días recios.

Conversando con mis estudiantes en torno a la función del arte, en mi clase de ayer pudimos apreciar un horizonte recostado en ideales esenciales para el ser humano como la creación de una narrativa por partes iguales histórica y visionaria en la ensoñación de lo sublime, nacida de la tierra de nuestras patrias y bendecida por la nube oscura de la claridad, concreta y abstracta. Un horizonte adonde podamos lanzar la mirada para llevar allá la sustancia de nuestra materia más primaria nutrida por la vida de la patria y de nuestros anhelos.

El arte, también dijimos, debe ser pequeño, para que entre en el corazón de las personas. No sé si ustedes alguna vez se hayan enfrentado a un lienzo en blanco, o a una página en blanco. Hermosas páginas de la literatura inglesa, francesa, me vienen a la mente con la imagen del artista joven destrozado por sus pasiones frente a una ventana donde se aprecia en lo alto, solitaria y constante, la luna. La botella de vino casi se ha acabado. Los papeles se amontonan sin orden en una esquina del escritorio. O la joven, encendida en un sentimiento sin nombre, ve caerse su mundo a pedazos en las sílabas breves de su suspiro ordenado en el curso de su obra.

Las estampas de arriba nos conmueven. Podemos reconocernos en esos trances donde el mundo se nos cierra. La creación, como un instrumento punzante, corta el velo de lo desconocido y nos abre el paso a un algo más. Sin embargo, si nosotros como lectores estamos presenciando siempre un discurso con su punto de inicio y su punto de partida en el autor, si siempre leemos el yo del escritor, por muy virtuoso o querido que sea, como sucede con otras tantas cosas de la vida, su ser nos termina por cansar, y a la vuelta de la esquina mejor giramos nuestros pasos en otra dirección cuando lo vemos.

Yo no puedo imaginar un mundo, una vida, separado de la sociedad. En alguna ocasión, he llegado a contemplar con excesivo apego y afecto escenas como la de un San Francisco de Asís absorto en su comunión divina, o la de un San Juan de la Cruz rendido en el regazo de su amante, yo mismo he intentado averiguar a través de la ficción de la escritura ese origen donde manan las aguas de la vida de todas las fuentes de los jardines, he creado en un lenguaje torpe y roto la descripción de ese rostro bello adonde nuestra alma reconoce su origen y su destino. Pero al cabo del ejercicio de mi humanidad he dado a otro espacio de la existencia donde no puedo reconocerme si no es por la mirada del otro ser humano.

El valor de mi quehacer lo descubro en su contribución para la belleza de la vida. La sociedad es mi campo de acción y mi sustento. Con relación a la sociedad, puedo descubrirme a mí mismo como un ente perfectamente redondeado en la esfera de una individualidad única. Ese cimiento firme de mi persona me permite caminar por las piedras de las horas y los lugares.

Hoy muchas personas se felicitarán por la Navidad. Ayer fue Nochebuena. Se han escuchado los villancicos en la radio y se han escuchado noticias de pastorelas. Todo eso, desde luego, no está mal. La estética navideña tiene sus encantos. Algunos hogares se regocijarán con un recalentado aún más sabroso que la cena de ayer. Recordemos, no obstante, que tenemos 365 días por delante para llegar a la próxima Navidad. Desde hoy podemos ir haciendo algo para convertir en cosas concretas todos nuestros deseos de paz, bienestar, prosperidad, salud, abundancia. Devolverle a los demás lo que no nos pertenece puede ser un comienzo. Cumplir una promesa puede ser otro comienzo. Enterarnos de lo que pasa en el mundo y tratar de implicarnos en ello puede ser otro más.

El arte no se encuentra fuera del alcance de la gente más pobre. La creación artística no puede ir más allá de las entrañas infinitas de las personas más sencillas. Lo más puro de esos corazones lastimados, la bondad más generosa de esas mujeres y hombres para quienes la generosidad es principio de vida, la verdad más austera y no adulterada, eso, pienso, debe servir como ritmo para la música de nuestros trazos sobre la tela y nuestros sueños sobre el papel. Una niña pequeña levantando su mirada a la frente del abuelo puede sostener todos los imperios creados e increados.

Xalapa, Veracruz, México

25 de diciembre de 2021

Juan Angel Torres Rechy

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