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De sirvienta, a los altares 
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De sirvienta, a los altares 

Actualizado 13/12/2021
Francisco López Celador

En una semana en la que sólo se habla del largo puente, de las adversas condiciones climáticas, de la nueva cepa del covid-19, o de los constantes desprecios que nuestro gobierno ofrece a la mitad de los españoles ?y a muchos de la otra mitad, que no tienen valor para reconocerlo-, lo lógico hubiera sido que, dada mi profesión, hubiera escrito sobre las Patronas de Artillería, Infantería o Ejército del Aire que, entre otras instituciones castrenses, se celebran correlativamente durante estos días. Pero no. La fecha del 8 de diciembre, tan celebrada en mi propio hogar por motivos familiares, también me ha recordado un hecho que para mí tiene un valor especial.

El 8 de diciembre de 1917, una joven de 17 años, de tez algo morena, no demasiado agraciada y de aspecto endeble, era admitida como empleada en un colegio de las salesianas existente en la Ronda de Sancti Spíritus. Algo que debía haber pasado desapercibido es, sin embargo, el primer paso de una vida dedicada desde niña a los demás y obsesionada con la santidad. Me estoy refiriendo a Sor Eusebia Palomino Yenes, Hija de María Auxiliadora, beatificada en Roma por San Juan Pablo II el 26 de abril de 2004.

La joven Eusebia había nacido en Cantalpino, el 15 de diciembre de 1899, en el seno de una familia extremadamente pobre. Las perentorias necesidades del hogar obligaron a sus padres a prescindir de sus tres hijas tan pronto tenían la edad suficiente para ganarse unas pesetas como niñeras o empleadas de hogar. Ni que decir tiene que la cultura adquirida en la escuela, en tan corto espacio de tiempo, era tan escasa que apenas sabían leer y escribir de forma rudimentaria. No obstante, en aquella humilde casa ?posiblemente la más pequeña del pueblo- la penuria nunca permitió que los miembros de la familia, antes de cenar ?algo que, por desgracia, no sucedía todas las noches- se fueran a la cama sin rezar el Rosario. Como creo que no todos los hechos que calificamos como casualidades son tales, ya es significativo que una persona como Agustín, padre de Eusebia, obrero del campo, disminuido físico por accidente laboral y con la escasa cultura adquirida con muy poca asistencia a la escuela, tuviera el empeño de dedicar un momento de su merecido descanso a ilustrar a sus hijas con pasajes de la Sagrada Escritura y dirigiera cada noche el rezo del Rosario. Todas estas prácticas religiosas, que para alguno de ellos posiblemente fueran rutinarias, en Eusebia sirvieron de simiente que produjo el ciento por uno.

Después de acompañar a su padre en las correrías por todos los pueblos de la comarca, mendigando lo necesario para poder subsistir, llega a Salamanca ?donde ya trabajaban sus dos hermanas mayores- un 8 de septiembre de 19012. Primero trabaja como recadera en el domicilio de una modista, cerca del Campo de San Francisco y después lo hace en el antiguo Asilo de Ancianos. En uno de los paseos como acompañante de su señora vio pasar una procesión desde las escaleras de la Clerecía. Otra "casualidad" quiso que fuera un 24 de mayo y la imagen que procesionaba, la de María Auxiliadora, Patrona de los Salesianos, que en aquella época tenían su primer colegio en lo que hoy son dependencias de la Pontificia, y su iglesia en San Benito. Ese primer encuentro de Eusebia con María Auxiliadora ?advocación que no conocía- se grabó a fuego en su alma y no lo abandonó nunca.

Una joven prácticamente analfabeta, sin los mínimos conocimientos para poder desarrollar labores de responsabilidad no presagiaba lo que escondía en su interior. La predestinación se encargó de que, por otra "casualidad", estando sentada en el Campo de San Francisco, se le acercara otra joven en varias ocasiones hasta convencerla para asistir las tardes de los domingos a un colegio donde se reunían otras jóvenes para pasar el tiempo en un ambiente sano y alegre. Esa joven acompañó a Eusebia hasta el antiguo colegio de las salesianas, se quedó en la calle diciendo que esperaría sus noticias, pero nunca volvió a verla. Cuando entró en la capilla y vio la imagen de María Auxiliadora, llena de alegría, exclamó: Esta es la Virgen que vi desde la Clarecía. Se paró a mi altura, miré fijamente su cara y sus ojos parece que me decían "Un día serás hija mía". La realidad, sin embargo, no presagiaba que ese sueño pudiera convertirse algún día en realidad.

Comenzó a prestar servicio en la cocina, lavandería y limpieza, además de acompañar a las jóvenes que asistían a las clases de la Normal, junto al Palacio de Anaya. Las duras labores diarias y su delicada salud no quebrantaron ni un ápice su voluntad de consagrar su vida como Hija de María Auxiliadora. Su escasísima cultura y la imposibilidad de sus padres para costear la dote necesaria aparecían como una barrera insalvable. Fueron unos años muy duros y la sirvienta, sabedora de sus limitaciones, había asumido su acercamiento a la Virgen ofreciéndola su trabajo diario, a la vez que aún le quedaba tiempo para acercarse a las niñas y, a su manera, impartir su especial catequesis. Sin la profundidad de un teólogo, algunos de los padres de las alumnas se quedaban impresionados por los comentarios que sobre ella hacían sus hijas. Esa facultad no la abandonó nunca, hasta el punto de tener largas charlas con varios sacerdotes durante toda su vida.

Como no podía ser de otra forma, consiguió profesar como religiosa el 5 de agosto de 1924.siendo destinada al colegio de Valverde del Camino. En los 10 años de vida que aún le quedaban, tenía reservada su entrega a la Congregación, y a sus niñas, sin abandonar las labores menos agradables de la casa. En tan corto espacio de tiempo, todo el mundo hablaba de la santa salmantina. Con la llegada de la Segunda República, por estar Valverde en una cuenca minera, la vida de las religiosas llegó a estar en peligro. Fueron repartidas en casas particulares, a pesar de lo cual, Sor Eusebia siguió dedicando su tiempo a rezar y, en un arranque de entrega, ofreció su vida a Dios por la salvación de una España de la que vio pasar, como en un sueño, todo lo que llegaría en el año 36. A partir de ese momento, su cuerpo fue templo de dolor y sufrimiento, a pesar de su empeño en ocultarlo. Ahí fue donde más clara se dibujó la silueta de un alma privilegiada. Murió en loor de santidad el 10 de febrero de 1935. No se trata aquí de relatar los muchos hechos extraordinarios que acompañaron a su persona, y que la Iglesia ha considerado probados. Como pequeña muestra, baste decir que el funeral y la sepultura fueron costeados por el Ayuntamiento socialista en pleno, que acudió en primera fila, seguido de todo el pueblo.

Aquella niña que acompañó a su padre pidiendo limosna, nunca dejó de repartirla en forma de consejos durante toda su vida y hoy está en los altares. La casa donde nació se conserva intacta, rodeada de un Centro de Espiritualidad. Su vida ha sido tan fructífera que ese Centro se ha convertido en lugar de peregrinación al que asisten fieles de los cinco continentes.

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