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Réquiem
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Actualizado 13/03/2021
Ángel González Quesada

"No hay nada en mí sino una larga herida, / una oquedad que ya nadie recorre..." OCTAVIO PAZ, Piedra de sol.

El pasado 11 de marzo tuvo lugar en Madrid el acto central del Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo, y volvió a constatarse no solo la incapacidad de las instituciones españolas para entender y aplicar la debida mesura y naturaleza a los actos de Estado, sino la lamentable instrumentalización política que en este país se hace de cualquier evento, conmemoración o tributo. Coincidiendo con el aniversario del peor atentado terrorista de la historia española, la clase dirigente de la política repitió el bochornoso espectáculo de un homenaje hipócrita, interesado y a la postre fútil a las víctimas del terrorismo.

Con la presencia de muchos de los políticos que vejaron, ofendieron, insultaron y se mofaron en sede parlamentaria de la representante entonces de las víctimas, Pilar Manjón, cuando el parlamento español investigaba el sangriento atentado del 11M, gran parte de la representación política que hace unos días se reunía aparentemente apenada en la puerta del palacio real, era indigna de estar allí. Nutrida la representación del conservadurismo político español por nombres, cargos y rostros que han utilizado y utilizan a las víctimas del terrorismo como moneda de presión política, instrumento de ataque partidista y mecanismo de división social, el acto generó en quienes simplemente tienen memoria, tanta vergüenza ajena como indignación. Que en la actualidad ciertos medios de comunicación sigan dando altavoz a ese mismo desprecio, elevando al pedestal mediático a personajes detestables, da la exacta medida de la talla informativa de este país.

Las teorías conspiratorias, los ataques a las investigaciones judiciales, los intentos de deslegitimación del gobierno que siguió al 11M, las mentiras, las invenciones, las campañas de prensa, las trabas, los obstáculos, los insultos y las tergiversaciones que enfangaron este país de inquina y falsedad, y que infectaron la memoria de las víctimas de los atentados de Atocha de abyección y desprecio durante años, fueron creadas, utilizadas y profusamente difundidas por muchos de quienes este 11 de marzo acudieron al homenaje a unas víctimas que despreciaron y desprecian y que han convertido en víctimas de segunda clase frente a otras que parecen servirles de ariete político, en una adulteración interesada del mismo concepto de Víctima.

A nadie se le oculta que la más importante asociación española de víctimas del terrorismo ha sido y es utilizada por el reaccionarismo español como vanguardia de un patriotismo victimista (nunca mejor dicho), que propone el ojo por ojo y la negación radical de la rehabilitación penal del terrorista. Durante años, cargos de esa asociación han nutrido las listas electorales de la derecha española, alineados con una concepción belicista y policial de la lucha antiterrorista que niega cualquier posibilidad de diálogo, lo que ha retrasado notablemente la solución de algunos conflictos capitales en la historia española de las últimas décadas. Del mismo modo, es notorio que la atención dispensada a las víctimas y deudos de los atentados del 11M ha adolecido en períodos de gobiernos conservadores de notable insuficiencia, intentos de olvido y mezquino desdén. La obstaculización constante a las leyes de memoria histórica, las trabas a la recuperación de cuerpos en las cunetas o la negación a cualquier operación de reconocimiento, justicia y reparación a las víctimas del franquismo y sus cómplices, siguen informándonos de los intentos del reaccionarismo español de, también, adulterar el concepto de Verdad.

Tal vez fuese bueno que los lastres de la historia no impidieran la límpida mirada al futuro, y que la superación de los traumas sociales sirviera para una mejor gestión del porvenir. Quizá haga más digna a una comunidad el recuerdo público a sus víctimas, y pudiera ser que el homenaje y reconocimiento a sus deudos nos dotase de la pátina moral que diariamente perdemos en insultarnos. Pero de igual modo sería deseable que los tributos, lamentos y recuerdos estuviesen libres de hipocresía, figurinismo, doblez, espurios intereses y afán de protagonismo, mediante algo que hoy parece inalcanzable en este país: la despolitización de la memoria oficial, la descolonización de las fechas que nos importan y la renuncia al manoseo del dolor ajeno.

A veces el mejor abrazo es el silencio y la mejor caricia el respeto. El mejor recuerdo puede ser el homenaje íntimo y personal en la memoria de cada uno. Una declaración institucional, el llamado a un minuto de silencio en cada casa, cada oficina, cada taller... Quién sabe cuántas formas honorables y honestas habrá de reconocer y recordar a las víctimas. Cualquiera excepto el circo de la hipocresía, el mal teatro del lagrimón, el esperpento de la vergüenza.

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