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Actualizado 12/03/2021
Juan Robles

En el siglo veinte se ha producido una verdadera revolución femenina

Mujeres | Imagen 1Llevamos un buen número de días, en torno al 8-M, hablando continuamente de las mujeres. Evidentemente, de las mujeres hay mucho que decir y se puede hablar continuamente. No en vano son algo más de la mitad de las personas que habitan nuestro mundo.

Sin embargo, su papel ha aparecido continuamente mostrándose como secundario, siendo así que, queramos o no queramos, ellas ocupan objetivamente un lugar destacado, y sería bueno reconocérselo. Pero, como no siempre ha sido así, ni sigue siéndolo todavía, no es extraño que desde hace siglo y medio hayan ido apareciendo movimientos reivindicativos, desde la reclamación del voto femenino hasta la protesta por el diferente tratamiento económico, y la menor consideración en el reconocimiento de los valores y la preparación de las mujeres para poder llevar adelante puestos de responsabilidad en las empresas o en las instituciones sociales de diferente signo.

Y esto afecta incluso al ámbito eclesial, donde puede que haya incluso unas mayores resistencias a dar visibilidad y corresponsabilidad a las mujeres junto con los varones. El Papa Francisco, sin embargo, reconoce la necesidad de ir abriendo paso a la presencia responsable de mujeres incluso en los órganos de gobierno de la Iglesia. El último nombramiento que ha hecho de una mujer para la Secretaría del Sínodo de los Obispos así lo acredita. Y esto aparte de las varias mujeres que han sido ascendidas por el Papa a muchos puestos intermedios de gobierno en la organización eclesial.

Querámoslo o no, reconozcámoslo o no, las mujeres siempre han tenido un papel muy significativo, y a veces hasta influyente, en la sociedad. Y su aportación al desarrollo de la productividad social, así como al estilo y buena realización de la convivencia, es perceptible para todo aquél que no tenga una visión de prejuicio o de ideologización exagerada.

Por supuesto que hay que reconocer a la mujer su papel insustituible en dar cauce a la nueva vida, que es necesaria para la continuidad de la especie, pero que están siempre además al lado de los más débiles y necesitados de ayuda, por la debilidad infantil o por la enfermedad e insuficiencia de tantas y tantas personas.

Incluso cada vez están más implicadas en la actividad laboral o empresarial, o en puestos de investigación científica o de actividad tecnológica y tantas otras. Y no estaría demás que las mujeres tuvieran cada vez más participación en la política, incluso con puestos de alta responsabilidad. No nos faltan hoy ejemplos de mujeres de alta cualificación y de máxima responsabilidad en gobiernos de los propios países o de instituciones supranacionales. Valga mencionar a la alemana Merkel o a las que actualmente rigen en altos puestos de mando a las instituciones de la Unión Europea.

Y no nos vendría mal recordar las propuestas de la copla: "Si las mujeres mandasen / en vez de mandar los hombres, / serían balsas de aceite los pueblos y las ciudades. Si las mujeres mandasen". Es posible que la copla sea demasiado optimista. Pero hay bastantes ejemplos de la capacidad de entendimiento y acuerdo cuando las responsables son mujeres.

Desde luego, el estilo y el sentimiento de la mujer son bastante diferentes a los del varón. Y sus aportaciones propias suelen ser bastante diferentes. Y posiblemente por eso mismo más enriquecedoras.

No estaría de más reconocer el papel de la mujer en el buen hacer, en la capacidad de esfuerzo y sacrificio, en la entrega en las ocasiones más desfavorables y que más apoyo cercano exigen, como los niños, los enfermos, los mayores?

De jóvenes solían decirnos a los que nos estábamos formando y abriendo a la realidad de la vida, que consideráramos a todas las mujeres como madres o hermanas nuestras. Creo que no era una recomendación demasiado desproporcionada.

Cierto que en el siglo veinte se ha producido una verdadera revolución femenina, que ha marcado profundamente la cultura y el desarrollo de la sociedad.

No faltan dificultades a superar, tanto en el terreno económico como en el de la compatibilidad entre las exigencias familiares y las del trabajo o la función laboral. Si se atendiera bastante más a las necesidades y exigencias de las mujeres, seguramente no harían falta tantos movimientos feministas, a veces de sentido tan desorientado.

Aunque por supuesto que hay que superar tantas situaciones de abusos sexuales, de trata de blancas, de tráfico de personas, de exageración de influencias y prepotencias, al menos machistas. Y queda mucho camino por recorrer en el compartir el trabajo de casa y familia, cuyas deficiencias hacen que padezcan situaciones de grave injusticia las mujeres frente a los varones.

Me habría gustado tratar del papel que las mujeres suelen jugar en los países pobres, especialmente de África e Hispanoamérica, donde las mujeres, además de los trabajos de la casa, dedican horas y esfuerzos a la producción en la huerta, a la atención al ganado o a la dedicación al comercio callejero, para poder sacar adelante a sus hijos y aun a toda la familia. Quede aquí este sugerente apunte como desafío para volver más los ojos a las graves dificultades llevadas adelante con gran esfuerzo por parte de la mayoría de las mujeres de los países pobres.

Necesitamos evidentemente, no un día de la mujer al año, sino la continua mirada a la realidad de las mujeres en tantos lugares desfavorecidos de nuestro mundo. "Si las mujeres mandasen?".

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