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Poesía de ciego para los que pueden ver
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Poesía de ciego para los que pueden ver

Actualizado 20/02/2021
Ángel González Quesada

A Joan Margarit, in memoriam.

Tantas veces tiene uno conciencia de hablar de lo que importa menos, que uno pierde la poca fuerza que le queda en reivindicar lo fútil, lo intrascendente, lo barato... Cuando el mundo se agrieta, se pudre con la indiferencia hacia el verdadero sufrimiento, cuando la muerte en los campos de refugiados del mundo (esa cicatriz nuestra, ese pecado mortal...) amontona angustia y desesperación, corro loco hacia un grito que no enjuga ni el menor gemido del niño que agoniza. Personas que abandonan su lugar por la guerra, o que son expulsadas de su pueblo porque de lo contrario serían asesinadas, no están en mis pupilas. Familias desarraigadas y menores que lo han perdido todo, y que viven provisionalmente en campos infernales, porque no tienen alternativa, son solo nombres, lugares, infiernos: Kutupalong-Balukhali, en Bangladesh, con 700.000 personas; Dadaab, en Kenia, con casi 300.000; Dollo Ado, en Etiopía, con más de 300.000; Kakuma, en Kenia, Zaatari, en Jordania, Moria, en Grecia, Calais, en Francia... Con la conciencia de que hasta la poesía, la más excelsa de las formas artísticas, nada puede contra la indiferencia, me atreví no obstante a escribir este poema, 'La hora punta de la boca', que ni me absuelve ni me justifica; tal vez, me acusa:

LA HORA PUNTA DE LA BOCA

"?y las palabras que he callado / van dejando en mi piel un sarpullido de lepra gratuita?" LUIS ROSALES.

Y bueno, sí, mejillas de arrogancia, / esplendorosos besos que rechinan al sol de la desgracia, / lamentos en el yunque y sucios estandartes: / hartos de balbucir, tullidos por la queja, / sobrevolamos rostros, reportajes, informes, / y mascamos la hierba de venganza / que nos absolverá. / / Y bueno, sí, guardamos las cenizas / en el cofre pequeño de la intrascendencia, / amontonamos gritos, no nos llega el olor de la carnaza, / ni siquiera el turbión de la carne quemada / que se repite, interactivamente nuestra / cual fuego de artificio / tras el bárbaro espectro de la hoguera a todo color. / / Y bueno, sí, el poema, el hambre de ser justos, / el agónico verso de la culpa, / el fárrago de tinta que no sirve, / la cara del espejo y el reverso de la derrota, / jugamos con los peces del tedio tan temprano / a la voz del asedio donde habitan los nombres / principio de episodio y capítulo aparte: / Moria, Calais, Katumba, Dadaab, Jabalia... / / Aprendimos el mundo y, bueno, sí, la savia / y las venas heridas de encontrarnos de golpe / en el bando de enfrente. Y el loco sacramento / de saberse inocentes y saciados de espanto, / a salvo y a la sombra, indignados y heridos / con la sola defensa de cavar una fosa / para enterrar el cielo que nunca nos merece. / O para huir de la noche / en la rutina helada de los versos / deshilando el brocal de la escritura / que ya no eleva el agua ni siquiera / de la conmiseración. / / Y bueno, sí, encontrarse, / nombrarse a voces, ser el albacea / de ese débil pronombre que es nosotros, / brindar al sol, y sangre, borbotones CNN, / inalterables en busca de la más cruda luz / que ilumine la culpa de los otros, / inclinados al fondo a encontrar el anzuelo / otra vez de la audiencia, / real como la errante analogía / que transforma en maná toda venganza / reconstruyendo tropos, bautizando / con otros nombres, nombres, días del juicio, / arrodillados de perfil, escribiendo, y bueno, sí, / curvados como lavanderas que frotan la túnica / de la desesperación. / / Así que aquí está todo, / la física innegable de la materia viva / que se eleva en los libros como el gran catálogo / de la realidad; / y mucho más abajo, / casi tocando el hilo que lleva a los jardines de poniente, / en la sala exponemos, en el libro decimos, / mostrándole a ese mundo de incomprensión / la nervadura de lo real, el afán / de seguir existiendo ensangrentados / y sin embargo inmunes, inmortales, deicidas / de la forma, / verdugos de la tristeza, / mientras que en este mundo canta Dylan se arroja / Michael Moore a los leones, / confundido con óbolo a los dioses / lo del César, la verdad más oscura / en pantalla de plasma, simulados los muertos / tras el infierno. / Perdiendo más el tiempo, ¿qué otra cosa escribir / si es tan ancha la hora punta de la boca, / si el corazón ignora que tiene pies y puede / aliarse eternamente con los que no pueden / morir? / / Así que finalmente, evadido del hombre que no estuvo / ni un segundo ligado a mí, que no comprende / siquiera el parpadeo del renglón más absurdo, / escribo en el absurdo lo contrario de todo / lo que quise decir: / memorial de la duda ¿qué fue de aquellos ojos / que debieron ser torres más altas que las torres / y con su hambriento grito derribarlas mil veces? / la moral en conflicto ¿derribar esa puerta / o negar cada puerta, incluso esa que guarda / mi calorcito intacto y mi reproche? / espíritu que anima, salvo que Dios ha muerto, / el Bien, el Mal, la Duda, el nombre del culpable, / la historia del suicida, oficio en el lamento, / la certeza contada a cinco columnas, / pues si no, qué puta realidad nos pertenece; / y, bueno, sí, la guerra. / / Ahora pasa una niña por enfrente, / y me mira, y se para, y ya no sé qué hacer / para volverme ciego.

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