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La epidermis de la Tierra de Ciudad Rodrigo
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LA OPINIÓN DE JOSÉ IGNACIO MARTÍN BENITO

La epidermis de la Tierra de Ciudad Rodrigo

Actualizado 31/01/2021
José Ignacio Martín Benito

Ciudad Rodrigo siempre ha sido una diócesis pequeña, como recordaba el obispo Andrés Pérez a Felipe II en 1587

La epidermis junto con la dermis forma la piel en los vertebrados. La primera es la capa externa y la barrera más importante del cuerpo.

La diócesis civitatense es algo así como la epidermis de la Tierra de Ciudad Rodrigo. La dermis es la propia ciudad y su tierra. Una y otra surgieron a la par en la segunda mitad del siglo XII y juntas han caminado hasta ahora. Son como las dos caras de una misma moneda. No se concibe la una sin la otra.

Cuando se repobló toda la Tierra de Ciudad Rodrigo por Fernando II de León, al tiempo que se le daba fuero a la ciudad, el monarca restituyó una antigua diócesis visigoda -la de Caliabria- en el solar rodericense. Años más tarde, en 1174, el nuevo obispado fue reconocido por la Santa Sede.

De ahí que la diócesis forme parte de la idiosincrasia de la ciudad y su tierra. Ciudad Rodrigo siempre ha sido una diócesis pequeña, como recordaba el obispo Andrés Pérez a Felipe II en 1587: "es tan recogida que el lugar más apartado no está diez leguas de Ciudad Rodrigo". Pequeña en extensión, pero grande en el corazón de sus diocesanos y de los servicios prestados, tanto a Roma como a la Corona. No es momento de esbozarlos aquí. Es lo que se llama una diócesis de entrada, donde los obispos nombrados comenzaban su carrera episcopal, llegando a ser algunos arzobispos y primados de España.

Pero lo más importante es el papel que la diócesis de Ciudad Rodrigo ha desempeñado y desempeña en el territorio. Una tierra de Raya, esto es fronteriza, siempre sujeta a los vaivenes y crisis demográficas, ya sea por el impacto de la guerra -como lo fue en el pasado-, ya sea por el fenómeno de las corrientes migratorias como lo es en el presente. Por eso es necesario que el obispado de Ciudad Rodrigo continúe formando parte de la piel de esta tierra, que permanezca como un faro en la España vacía y rural: una luz que cumple una función más allá de lo religioso, que es también un referente cultural y socio-económico, que da esperanza, orgullo y estabilidad a un territorio del oeste español. La diócesis de Ciudad Rodrigo, con su propio obispo, exclusivo y residencial, es una institución necesaria, porque si se pierden las instituciones y sus referentes, se pierde el territorio.

La Iglesia católica no puede permanecer al margen. Esto no es sólo un asunto eclesial. Es un compromiso con la tierra y con sus gentes, a las que la jerarquía eclesiástica no puede dejar al margen, ni tampoco en el olvido. Las ovejas necesitan un pastor. Una Iglesia comprometida no puede separar la dermis de la epidermis, porque sería dejar el cuerpo a merced de los agentes destructores. Por eso es preciso que la diócesis de Ciudad Rodrigo siga formando parte del mismo cuerpo y del mismo espíritu: el de una tierra históricamente rayana, despoblada y deprimida. La España vacía grita por su supervivencia.

José Ignacio Martín Benito

Correspondiente de la Real Academia de la Historia