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Silencios entre la voz y los caracteres. Parte II ~ Romina Torrealba Torre
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Silencios entre la voz y los caracteres. Parte II ~ Romina Torrealba Torre

Actualizado 29/08/2020
Juan Ángel Torres Rechy

Romina Torrealba Torre (Cuernavaca, México, 1992) perfila su inclinación estética con un puñado de palabras:

Decir lo profundo con aparente superficialidad, para mí, tiene un inmenso valor.

Hoy sábado 29 de agosto de 2020, tres años después de haber leído su poema «Parece que este año noviembre me trae», lo veo como un reflejo de su principio. La superficialidad de sus versos descansa en una métrica de números calculados, y la hondura de su voz comparte una trayectoria vital de crecimiento, o de regreso al centro del ser. Para el volumen Silencios entre la voz y los caracteres resulta un honor contar con su firma.

La cita sobre la poética de Romina la recuperamos de su entrada ofrecida a la novela Memorias de una osa polar, de la autora japonesa Yoko Tawada, reseña publicada en su blog La calamara literaria. Antes de cederle el paso a su poema, solo señalamos el eco de la estrofa seis a partir del título del cuadro de Azamat Méndez en la portada del libro. El cuadro de Azamat se llama «Encuentro con un burócrata» (Collage, óleo sobre papel, 2012), y la estrofa señalada inicia de esta manera: «Tuve que salir de mi cuerpo para encontrarme. | El trámite para recuperar mi propia alma | fue como suelen ser todos los trámites: | doliente, burocrático y muy atropellado.»

Silencios entre la voz y los caracteres. Parte II ~ Romina Torrealba Torre | Imagen 1

Encuentro con un burócrata

Collage, óleo sobre papel, 2012

Azamat Méndez

Parece que este año noviembre me trae

Parece que este año noviembre me trae

un extraño silencio.

Silencio por afuera y por adentro.

Son las siete y media de la mañana.

Amanece suave un azul oscuro

que promete dolor,

que llega en marea y se sube hasta la garganta,

que permanece ahí un momento, y luego

regresa en silencio, y una puede hacer

como si no hubiera pasado nada.

Se escurre el año lento

?aunque aquí yo lo he sentido de vértigo?

entre mis dedos y agendas usadas.

Puedo pensar las cosas que han pasado

y hundirme en los recuerdos ?ahora ya

pálidos, fríos, como un plato del día anterior?.

La primera mañana del año: despertar

en aquella casa llena de luz,

dos respiraciones entrelazadas.

No me he movido de la ciudad, pero parece

que estoy viviendo una vida distinta a la de antes.

La gente que se ha ido, que ha venido,

la que entró un momento solo para irse

tras un corto beso desubicado.

¿Y qué es un año? Un año no es nada.

Pero este año por fin ?se dice pronto?

después de cuatro años corté la cuerda brava.

Tenía enrojecidas las muñecas y tobillos,

y me escocían los huecos entre las costillas.

Luego, vino el mareo, la resaca.

Meses sonámbulos, un final de invierno raro:

sin casa, sin peso al otro lado de la cama.

Los paseos, sin perro. Las comidas heladas

salpicadas por toda la semana.

Copas que en cuanto bebía olvidaba.

Estaba por todos lados, pero en realidad

no estaba en ninguna parte.

Y caminando

me desintoxiqué. Tenía bajo mis pies

la ciudad que se sacudía el frío.

Subía a mi casa y luego volvía a bajar.

El Tormes me abofeteó con sus vientos,

la bruma de la mañana se me disipó

debajo de los tobillos heridos.

Cualquier excusa servía con tal

de estar en movimiento.

Todo para no volverme a acordar

de que había muerto.

Hasta que me di cuenta

de que haber muerto no estaba tan mal.

Un tierno verde brote se dejaba entrever

entre las grietas porosas de mi corazón.

Con eso, aquel día, me conformé.

El verano se abrió paso mientras entregaba

hasta el último trabajo, y vacié mi cerebro

entero en los exámenes en blanco;

volvieron los kilos que había dejado

en mis caminatas ahogadas de ansia.

Y sin que me diera cuenta siquiera

me arrancaron de los labios a la fuerza tantos

adioses obligados.

Tuve que salir de mi cuerpo para encontrarme.

El trámite para recuperar mi propia alma

fue como suelen ser todos los trámites:

doliente, burocrático y muy atropellado.

Subí las mismas escaleras todos los días.

Crucé los mismos infinitos planos pasillos.

Hablé un sinfín de veces con mi cabeza y dije

siempre las mismas cosas.

Para mí era razonable y sencillo,

pero las trabas en el mostrador

tropezaban cada día conmigo.

Una mañana mi letra dejó de mirar,

cabizbaja, a la derecha, miró al frente, seria.

Ese día, con plena conciencia, tras un sueño

de esos raros, escasos, que parecen cambiarte

la vida, comencé un nuevo camino.

En realidad, solo me desvié del que venía.

Cogí un sendero polvoso de arcilla

que me llevaría lejos: a un valle,

hasta un camino que fuera más amplio.

Y compartí mis noches

con un cuerpo enfermizo, y aprendí de calor,

aprendí del tiempo y de la amargura

que trae consigo la soledad en el ocaso

de una vida que parecía larga.

Y pasé mis mañanas

entre las manos tibias de mi madre.

Mi cuerpo sudaba y supuraba doloroso

miedos impronunciables, toneles de ansiedad,

todo el alcohol que había bebido sin controlarme.

Volvieron las tres comidas al día,

volvió mi cuerpo a parecerme mío.

Cuánto tiempo puede gotear un grifo averiado:

por siempre. Tenía que encontrar cómo cerrarlo.

La Olympus de Oer, subir el Anboto,

paseos por las playas de Vizcaya.

Cuadernos inyectados, por fin, de nuevo, en tinta

?sí, lentamente volvía?. Descubrí el placer

que a veces trae consigo una canción.

Volví a encontrar mi sombra, mis manos y mi ropa.

Me reí con mi hermana y volvimos a ser cómplices,

tras muchos años confusos, lejanas.

Días sueltos felices,

y otros como astillas entre los huesos.

El verano moría, pero yo seguía naciendo:

una nueva casa y un olor extraño en mi almohada.

Ahora, por fin, tengo para mí

el silencio de este extraño noviembre.

Lucha mi cuerpo por pertenecerme.

Y mi mente lucha también por reconocerlo.

Y mi cabeza, a pesar del silencio,

no se detiene nunca a respirar.

Desde el séptimo piso mi ventana

encara al sol que se estira temprano.

Qué dulce es la nostalgia.

Y qué ilógico es el paso del tiempo

cuando se vuelve a aprender lo que fue

de por sí nuestro. Cuántas vidas nacen

solo para después morir en la misma vida.

21 de noviembre de 2016

Silencios entre la voz y los caracteres. Parte II ~ Romina Torrealba Torre | Imagen 2

Romina Torrealba Torre

Silencios entre la voz y los caracteres. Parte II ~ Romina Torrealba Torre | Imagen 3

Salamanca, España

Foto del autor de la columna

Xalapa, Veracruz, México

29 de agosto de 2020

Juan Angel Torres Rechy

[email protected]

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