Fuego

Había pensado escribir sobre este tema en los días tropicales que nos han precedido acercándose a la mitad del mes de agosto. Pero el tiempo me ha traicionado y la temperatura ha cambiado un par de días antes de cuando yo tenía prevista la publicación. Ahora empìeza ya a ser real lo que proclama el refrán: En agosto frío en rostro. Pero si el fuego del tiempo físico o meteorológico ha cambiado, nos quedan otros fuegos, algunos reales y otros metafóricos.

Naturalmente hay que hacer mención de los abundantes fuegos del campo, muchos de ellos provocados, que nos sorprenden y que producen un inmenso daño, y a veces un grandísimo desastre, que costará recuperar unos cuantos años. A nosotros nos afectan especialmente los incendios de España y Portugal, que a veces traspasan las comunes fronteras.

En Puertollano, hace tres días, un rayo incendió un depósito de gasoil, que parece que fue dominado por los bomberos en cuarenta y ocho horas. Gracias a Dios, se superó pronto el susto, que pudo ser una gran tragedia, al tratarse de un complejo industrial de Repsol.

El fuego más horroroso ha tenido lugar en el puerto de Beirut, capital del Líbano, no se sabe si como efecto de un accidente imprevisto, o como un desastre provocado. En el lugar había fondeado desde 2013 un carguero con bandera de Moldavia que trasportaba 2.750 toneladas de nitrato de amonio, que en su gran deflagración se llevó por delante el puerto y gran parte de la ciudad, con más de ciento sesenta muertos y un buen número de desaparecidos, así como más de 5.000 heridos. Igualmente más de trescientas familias se han quedado sin hogar.

Lógicamente, el desastre no puede ser reparado por el Líbano sólo. Que, además, ha perdido todo su gobierno, que ha dimitido en pleno. La ONU y Francia convocaron una conferencia de donantes para la reconstrucción del Líbano, con la colaboración de países de todo el mundo, y consiguió más de 700 millones de euros (940 millones de dólares).

Y vayamos ahora a los otros fuegos de España que tienen en ascuas a los medios informativos y a los medios de opinión.

El primero de esos fuegos es el de la desaparición del rey emérito Don Juan Carlos I. El hecho de la ausencia ocultada está provocando muchos comentarios de todo tipo, y se dice que el rey debería estar en España a disposición de los tribunales que puedan convocarlo. Es verdad que su abogado ha proclamado que el soberano está dispuesto a acudir a los medios judiciales que puedan reclamarlo o imputarlo, especialmente por posibles delitos de tipo económico.

Este alejamiento imprevisto y en lugar desconocido está provocando muchos comentarios y hasta un cierto tipo de juicio paralelo, sin esperar a que la justicia se pronuncie, y sin respetar la presunción de inocencia. Ojalá la situación se aclare cuanto antes y podamos apagar este incómodo fuego, que puede incendiar a la misma institución real.

Otro foco de incendio similar y paralelo es el de la posible imputación del partido Unidas podemos, por delitos de malversación de fondos a través de una posible caja B, y por otros delitos de abuso de poder mediante la presumible sustracción de la tarjeta del teléfono de una antigua secretaria. La cosa está que arde. Se pide la dimisión de Pablo Iglesias y éste apenas habla y parece incapaz de defenderse de las acusaciones, que por supuesto tienen la posibilidad de ser acusaciones falsas. Esperemos que lo aclare la justicia. Y, mientras tanto, respetemos la presunción de inocencia.

Otro fuego apenas suscitado y que puede crecer y llevarse al gobierno por delante es el de los alcaldes que se niegan a entregar el dinero de su superávit al gobierno que se lo exige y les chantajea amenazando con dejarlos fuera de las ayudas provenientes de los fondos europeos. Veremos si aquí se puede encontrar un cortafuegos. Difícil lo tenemos.

De la pandemia del coronavirus poco más se puede decir, porque es un fuego cuyos brotes están contaminando todo el estado y sus diversas regiones, sin saber cómo acabar con el contagio y con las consecuencias sociales y económicas, además de las de la salud, que crecen y crecen sin saber hasta dónde pueden llegar. Que Santa bárbara nos eche una mano y nos ayude a superar esta arrolladora tormenta.