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Leer “Christus” en agosto y otros peldaños de la desescalada cofradiera
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Leer “Christus” en agosto y otros peldaños de la desescalada cofradiera

Actualizado 08/08/2020
Tomás González Blázquez

Leer “Christus” en agosto y otros peldaños de la desescalada cofradiera | Imagen 1

Tumbado en una toalla sobre el césped, cerca de la piscina, no era mi habitual situación para leer Christus, que solía inspeccionar en primera instancia paseando por una Plaza con los reposteros de las cofradías en los balcones consistoriales. Ocurrió que este año aquello fue un desierto entonces, cuando era la hora de las palmas y los silencios, de los brazos en cruz y los andares resucitados, y lo fue hasta bien entrada la primavera. Escalábamos con el temor que concentraba la penitencia en hospitales y residencias, ocupados unos cuantos nicodemos y arimateas en acompañar en un duelo escueto o incluso solitario a tantas familias, mientras verónicas y cireneos se asomaban a los caminos de esos otros calvarios que cuesta muchas veces distinguir y, sobre todo, elegir.

Reciente esa historia, que si recordamos en su crudeza nos seguirá ayudando a defendernos de su repetición y a descubrir que, más que reciente, es presente, traigo una escalera de Descendimiento para volver, en cierta manera, al suelo sobre el que pisábamos a finales de febrero, apenas estrenada la Cuaresma, cuando el Cristo del Perdón hizo posible que al menos un paso haya salido en este 2020 de los pasos perdidos? o ganados.

Me guía Christus, convenientemente adaptada al momento por Paco Gómez, el pregonero pendiente, pregonero de 2020 y 2021 (ojalá no de 2020, 2021 y 2022), en mi recorrido por estrenos que no se lucieron y aniversarios que se celebraron en casa. Peldaños por bajar hay unos cuantos en San Esteban, donde de escaleras se sabe un rato: el Rosario, que quizá así pueda debutar desde su sede y ojalá en su día propio, el Jueves de la Cena, y la Dominicana, que ya va por los veintisiete meses bajo comisaría (apenas nueve estuvo la Vera Cruz en el precedente de 2012, renovación estatutaria y elecciones incluidas).

Entre novela y novela de las que nos recomienda Carlos Ferrero, que aquí tiene su libreta negra y en Christus la ha enseñado, leo también alusiones a esas Normas Diocesanas de las Cofradías aprobadas al iniciarse el anterior verano. Obviamente, para las hermandades y para las confederaciones de éstas, como son las juntas locales. No puede ser de otro modo, y cuando es, a muchos nos extraña, como nos sorprende que donde hay reconocimiento explícito y cálido de la religiosidad popular se perciba solamente intromisión y control. A buen seguro se estará a tiempo de explicar mejor y acoger sin tanta reserva.

Ha sido precisamente nuestra junta local, la Junta de Semana Santa, la Permanente como la llamaban los antiguos, la que ha celebrado elecciones al terminar julio. Ya tiene presidente electo, Francisco Hernández Mateo, Fran, al que desde aquí le deseo también el mayor de los aciertos en el servicio que asumirá cuando sea ratificado por el Obispo. Los cofrades ajenos a las juntas directivas no hemos tenido demasiada noticia de su proyecto, ni tampoco de la alternativa frustrada antes de las votaciones que planteaba Álvaro Gómez. Seguramente haya sido así para no caer en formas mundanas ni electoralismos fuera de lugar, lo cual se agradece, pero tampoco vendría mal en el futuro una reflexión compartida sobre el papel de estas juntas locales, que caminan sobre ese alambre en el que conviven la Semana Santa como celebración del misterio pascual, la Verdad de Jesucristo anunciada a la sociedad secularizada de un país aconfesional, y la Semana Santa como producto turístico, argumento potente de concejalías y gobiernos autonómicos. Las juntas locales ocupan un lugar de riesgo y de oportunidad, necesario y peligroso. Por esto, se agradece que haya cofrades animados a servir ahí y es de justicia acompañarlos y reconducir toda diferencia.

Antes del último peldaño, inquietos como estamos con demasiada premura ante la cuestión de si habrá o no habrá culto externo en la lejana Pascua de 2021, me quedo en el penúltimo: nuestro culto interno, que ha de serlo más que nunca en espíritu y verdad, culto y caridad como expresión de la única fe. La necesidad del contacto físico, de la intimidad con las imágenes de Jesús y María, nos hará transitar desde los proscritos besapiés y besamanos hasta unos inéditos miraojos, porque en sus miradas profundas encontraremos respuesta convincente a las preguntas urgentes de hoy. Desde allí, miraremos mejor a tantas realidades que nos demandan acudir y permanecer. Realidades con ojos que lloran lágrimas no de cristal, sino de verdad. De mirar y estar, de secar mejillas surcadas por el dolor de la desesperanza, va esto, tan viejo y tan nuevo, de ser cristiano a la usanza cofrade.

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