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Un cura confinado
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Un cura confinado

Actualizado 29/05/2020
Juan Robles

He podido contemplar las terrazas de la Plaza Mayor bien concurridas. Vuelve la normalidad

Un cura confinado | Imagen 1En mis largos años de paseos por el mundo, o incluso en España, creo que es la experiencia más sobresaliente y extraña que me ha tocado vivir, la de este confinamiento que dura ya más de dos meses. Hace pocos días recordábamos ?los que por nuestra edad todavía podemos?cómo en la primera ocasión en que pudimos votar, en este caso un referéndum, todavía bajo el régimen de Franco, no se podía votar NO porque no había papeletas para elegir esta opción.

Otra situación extraña y excepcional vivida por mí fue la del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. De hecho, cuando estaban sucediendo los hechos, pasó por nuestras mentes si no convendría coger el coche y traspasar la frontera portuguesa para liberarse de lo que podía venir.

De lo pasado en el extranjero, yo podría destacar los 21 días que pasé en la Sierra Nevada de Santa Marta en el norte de Colombia, con los indios arhuacos, donde no había teléfono y por tanto no se podía ni siquiera confirmar la continuidad del viaje en avión desde Bogotá a Lima. De hecho, cuando llegué a Bogotá, mi billete había sido cancelado. Luego se solucionó el problema manteniéndose en lista de espera. Otro aspecto llamativo de esa estancia entre los arhuacos fue que, como sólo se bajaba a la capital a buscar comida una vez al mes, nos encontramos con que los últimos días apenas nos quedaban más que galletas para comer y acaso algún plátano o un pollo que nos ofrecieron los vecinos.

Otra situación excepcional me tocó experimentarla en Santiago de Chile, donde bajo el régimen de Pinochet, había que guardarse en casa al toque de queda, que tenía lugar a las ocho de la tarde.

Otros episodios menores podría aportar, de entre los vividos en varios países de América o África. Quizá no sea honesto ocultar la experiencia llamativa de haber vivido cuatro meses en Benín, una república marxista leninista. También ésta fue una experiencia única.

Lo que nunca me hubiera podido imaginar es la posibilidad de vivir más de dos meses encerrado en la propia residencia, como ha ocurrido en este confinamiento por causa de la pandemia del coronavirus.

Yo pensaba al principio del encierro obligado que me podía aburrir. O que iba a tener tiempo para rezar largamente y para leer con calma, fuesen libros o revistas atrasadas. Pues de eso nada. El tiempo se ha pasado viendo vídeos sobre informaciones acerca del virus, viendo y respondiendo whatsapps y correos electrónicos, y siguiendo alguna misa y conferencias por internet. Y eso es todo. Bueno, no, porque nosotros a lo menos teníamos la posibilidad de darnos unos buenos paseos por los amplios patios de la casa. Y hasta podíamos unirnos a los que a las ocho de la tarde se expresaban aplaudiendo al personal dedicado a los cuidados extraordinarios de los hospitales y residencias.

Y no podemos callar el maravilloso invento de las videoconferencias, que nos han permitido encontrarnos los cuatro hermanos de familia cada día a las seis de la tarde. Qué maravilla de técnicas modernas, que salen en socorro de nuestro silencio y soledad.

Nosotros, como todo el mundo, teníamos prohibido salir de casa, y había que cuidarse especialmente del contagio, lavándose continuamente las manos y estando alejados unos de otros hasta para comer, con lo cual ni siquiera podíamos hablar y desahogarnos de los sentimientos particulares de cada uno. Tanto más que en los días finales de marzo fallecieron entre nosotros cinco sacerdotes y dos hermanas y familiares de sacerdotes. Y por estos fallecidos no pudimos ni rezar un responso, ni celebrar una misa, ni acompañarlos al entierro.

En consecuencia, la posibilidad de empezar a salir de casa algún rato para pasar por la delegación de misiones o celebrar misa en el hospital de la Santísima Trinidad, es una auténtica liberación. Hasta he podido contemplar las terrazas de la Plaza Mayor bien concurridas, aunque sea en mesas separadas. Vuelve la normalidad.

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