Quiero que me juzguen en España

Sólo he asistido a juicios en Estados Unidos y en España. Si algún día soy procesado ?Dios no lo quiera?, prefiero que se me juzgue aquí que en Estados Unidos. Y si alguien tiene alguna duda, que recuerde el caso de Pablo Ibar.

Éste, acusado de matar a tres personas en 1994, lleva 24 años preso, 16 de los cuales en el corredor de la muerte. Ahora, acaba de volver a ser condenado en un cuarto juicio y, todo, por unos testigos poco fiables y unas fotos borrosas.

Otro compatriota, José Joaquín Martínez, también fue condenado a muerte y hace tres años, por increíble suerte para él, consiguió un improbable segundo juicio y la libertad sin cargos posterior.

Ya ven la dureza de las penas y del procedimiento judicial en Estados Unidos. Por si quedase aún alguna duda, María José Carrascosa, pasó ocho años en la cárcel por llevarse a su hija de aquel país, donde vivía con su padre, del que estaba separada.

Contrasta tanto rigor con una garantista y benigna aplicación penal por parte de la justicia española, donde abundan las reducciones de condenas y los segundos y terceros grados penitenciarios. Para corroborarlo tenemos el caso del terrorista etarra De Juana Chaos, quien, tras ser condenado a 3.000 años por 25 asesinatos, anda tan ricamente por ahí, tras haber cumplido solamente 18 años.

Por eso, ni yo ni muchas otras personas que conozco de varios continentes tienen ninguna duda en preferir siempre la Justicia española, una de las más prestigiosas y democráticas de todo mundo.

Viene esto a cuento de la estrategia de los acusados del procès catalán y de sus abogados, de poner en cuestión la libertad de decisión de los jueces españoles, y del sistema político en su conjunto, comparando su actuación con la de los tribunales del coreano Kim-Jong-un, por ejemplo. No sólo se trata de un desatino total, sino que supone una mala fe más que evidente.