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Las poco piadosas mentiras en la consulta del médico
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Las poco piadosas mentiras en la consulta del médico

Actualizado 17/01/2015
Tomás González Blázquez

Estos días muchos dicen ser Charlie Hebdo y en octubre todos fuimos Teresa Romero. No pocos, incluso dijeron ser Excalibur. Pero si de decir se trata, algunos escatiman detalles, regatean aspectos relevantes de la realidad y no le cuentan a su médico la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. La bata blanca impone menos que la toga negra, o la enfermedad se toma menos en serio que las sentencias judiciales. O asusta más, según los casos, y se piensa que por la vía de la mentira se la esquiva (teoría fácilmente desechable).

La paciente del año, Teresa Romero, se ha retractado públicamente de sus repetidas afirmaciones, según las cuales sí había comunicado a su médico de cabecera que había tenido fiebre elevada y que había estado en contacto con enfermos de Ébola, ante lo que la médico la había mandado para casa. La primera versión que dio, por teléfono en un programa de televisión desde el hospital Carlos III, fue opuesta, reconociendo que había ocultado ese detalle en la consulta. Al escucharla pensé en muchos pacientes que, casi siempre por temor a un diagnóstico, o por pudor mal entendido, omiten ese tipo de informaciones (relaciones sexuales de riesgo, consumo de drogas, abusos en la alimentación, incumplimiento de terapias, etc.), provocando que el diagnóstico no sea negativo sino erróneo, y en consecuencia también equivocado el tratamiento. Por subrayar esas palabras, al inoportuno y desconsiderado ex-consejero de sanidad madrileño le corrieron a gorrazos. Cuando Teresa se curó ("gracias a Dios y al apóstol Santiago", dijo, aunque no interesaba una Teresa creyente sino un ariete político que no desentonara de la línea laicista), mal asesorada volvió a la televisión, esta vez en el plató, visiblemente nerviosa, y entonces puso a los pies de los caballos a su médico de cabecera, que con buen criterio reclamó una retractación. Tras el acto de conciliación, Teresa Romero ha afirmado que ocultó a la doctora su contacto con el enfermo de Ébola. Su marido no ha tardado en apostillar que lo hace por no crear a la médico un perjuicio profesional, como si el riesgo del contagio no hubiera sido potencialmente más grave. ¿Encima ha de estar agradecida?

Esta ocultación de información, desde luego, puso en riesgo a esa profesional y a otras personas, pero la mayoría de las mentiras que se deslizan en la consulta perjudican, obviamente, sólo al propio paciente. Un porcentaje elevado son detectadas, o al menos sospechadas, y reconduciendo la entrevista es fácil que aflore la verdad. Muy clásico lo de "no he tomado nada porque no me gusta automedicarme" y, cuando explicas el tratamiento que aconsejas, "eso ya me lo he tomado y no me hace nada, y además ya me he tomado un par de días un antibiótico que también dejé". Muy típico también lo de "me tomo pastillas para la tensión, el azúcar y el colesterol" y, luego, "...cuando me acuerdo": esto suele pasar cuando vienen pidiendo analíticas confiando en que los resultados liberen del yugo de la pastilla, yugo que no soportan a diario.

Sobre lo que se ha comido, dónde se ha estado, cuándo comenzaron los síntomas, y tantas preguntas más, las respuestas a menudo cambian: las del paciente, las del acompañante, las versiones que se matizan... Cada entrevista clínica es una búsqueda de la verdad en la que los médicos tropezamos y nos equivocamos, pero ponérnoslo más difícil no es otra cosa que hacerse trampas al solitario. Bastante bombardeo de información recibimos, inabarcable y difícilmente escrutable, por su sesgo comercial o político, como para que el principal aliado del médico, el paciente, obligue a salpicar la relación de confianza establecida entre ambos con espontáneos e instantáneos "actos de conciliación".

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