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Resucitar en Las Arribes
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Resucitar en Las Arribes

Actualizado 13/04/2014
Santi Riesco

Y, como la cigüeña negra, caeré hacia lo alto con el deseo de volver eternamente a este rincón para no dejar de resucitar

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Resucitar en Las Arribes es un lujo. Lo sé. Y si la vida te ofrece la posibilidad de pasar toda la Semana Santa en el Parque Natural, no se puede pedir más.
Llevo una década resucitando en Pereña, en el corazón de Las Arribes del Duero, en el pueblo alargado del teso donde mi suegro conoce cada rincón, donde cada año mis hijas ven estallar la primavera, donde el vino sabe mejor que su denominación de origen y el queso, hasta sin uvas, sabe a beso. De tornillo.
En Pereña se pueden pisar las huellas de don Miguel, el rector bilbaíno de la universidad charra desterrado en Canarias. Hasta aquí se llegó el bueno de Unamuno. Y lo escribió. Por Las Arribes del Duero llegó a Pereña desde Villarino, el pueblo de la canción del burro que acarreaba la vinagre. Y lo hizo siguiendo el cauce del Arroyo de Cabrones. Un sendero desconocido que atraviesa un pequeño robledal en mitad de la dura, rocosa y abrupta naturaleza de las estribaciones del Duero. Muy cerca del lugar en el que el Tormes desaguado de La Almendra se junta con el río de oro, el Douro portugués, el Duero castellano que discurre entre Zamora y Sa

lamanca uniendo España y Portugal en el represado discurrir del fondo de los acantilados.

En Pereña los caminos son siempre nuevos. Cada primavera, resucito paseando hasta la ermita de Nuestra Señora del Castillo. Y la madre de Dios me premia con unas vistas impresionantes desde uno de los miradores más altos del Parque Natural.
En Pereña se puede ir andando hasta el molino restaurado del río Uces. Y merendar con algún paisano que, al final, resulta ser primo de tu mujer o hasta, si te descuidas, tuyo.
Y preguntaremos si han abierto una nueva casa rural. Y nos enteraremos de que han cubierto el frontón, de que el ayuntamiento ha construido unas pistas de pádel, de que el wifi municipal es cada vez más potente, gratuito y que tiene que ver con la Oficina de Turismo Virtual.
Y yo, una vez más, encargaré el hornazo en la panadería. Rezaré para que haya regajo en la ensalada. Brindaré con un Abadengo, comeré bacalao en Portugal y, como la cigüeña negra, caeré hacia lo alto con el deseo de volver eternamente a este rincón para no dejar de resucitar.

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