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Lo que el butano nos dejó 
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Lo que el butano nos dejó 

Actualizado 29/11/2021

Ahora que ya nos hemos hartado de hablar del virus, aunque al virus parece encantarle nuestra compañía, ¿será el precio de la luz la conversación del invierno? De las mil cosas terrenas de las que podríamos hablar, el recibo de la luz debe ser uno de esas conversaciones de vecinos en portales y ascensores; cosa que ahora, por mor del virus tampoco hacemos; y la verdad, como tema, bastante poco sugerente.

Que la luz es muy cara, es algo de lo que ya me di cuenta cuando dejé atrás mi país, donde la luz del día te libra de tinieblas y cielos grises muchas horas al año. Ese es el patrimonio luminoso gratuito que nadie echa de menos hasta que no lo tiene; o hasta que contempla con horror como el sol cae (y eso cuando sale) a las cuatro y media de la tarde, dando paso a una noche eterna que nos obliga a muchos de los pobladores de estas tierras septentrionales, a vivir prácticamente refugiados bajo una lámpara y dependientes de ella en esta época terrible del año que va desde que cambian la hora en noviembre hasta que, fatigosamente, los días comienzan a estirarse allá por febrero. El cursillo de murciélago te lo dan con el permiso de residencia, prácticamente.

Sí, la luz es cara e incluso muy cara, pero, curiosamente, no es tema de conversación ni de portada de periódico como en España, donde la cotización del megavatio por hora ha sido últimamente más veces titular en la prensa que los resultados del fútbol, que ya tiene mérito. ¿Que si solo la luz es cara? Pues no solo, porque es caro el gas, el teléfono, la peluquería, la tintorería y hasta cambiarle las suelas a los zapatos. Y dejemos aparte el acto heroico de entrar en el supermercado a por fruta y verdura (el mercado de abastos brilla por su ausencia) porque en ese momento, uno se acuerda todavía más de las vacaciones y del Mercadona, y confunde ambas cosas como si solo fueran una. Llamar a alguien para arreglar un enchufe, una cisterna que gotea o pintar una pared es privilegio de ricos; la gente normal se arregla las cosas como puede, aprende con Youtube, o deja que la casa se caiga a pedazos. Como no me gusta pintar mi realidad de negro (porque no lo es) les diré que las flores, los dulces y los dentistas son mucho más baratos que en España. Después de muchos años de acostumbrarme a estos precios desbordados y, vista la reacción española ante la subida de la luz, solo me queda pensar que los habitantes de tierras nórdicas tienen buen conformar o sueldos elevadísimos, y ninguna de ambas cosas es completamente cierta. Aquí la gente se revuelve por cosas miles y bloquean cruces y calles con facilidad pasmosa y los sueldos, más altos que los españoles, no sé si llegan a cubrir las enormes diferencias de precios.

Y en estos pensamientos estaba yo hace unos días paseando por las calles de Mogarraz (¡qué maravilla de pueblo!) cuando contemplé la foto que va con esta columna y la humilde bombona de butano que la preside. Era día de reparto, claramente, porque allí estaban en otras puertas, otras tantas bombonas esperando su reemplazo. Esa bombona de butano que, allá por 1957, cambió la vida de muchos españoles que hasta entonces se calentaban como podían con el rescoldo del brasero y a veces incluso se intoxicaban. La misma que, por el color que le dieron en honor al mayor producto patrio de exportación hortofrutícola, inauguró un nuevo tono en el Pantone nacional: el color Butano, que todo el mundo sabe cuál es sin necesidad de añadir por delante "naranja". Esa bombona que con sus 13 kilos se pasea a hombros de unos sufridos y musculosos repartidores, que hasta han dado para chistes, chascarrillos y más de una película erótica de los años setenta. Esa bombona, que es ya parte del paisaje, urbano o rural y protagonista hasta de obras de arte, sirvió en un momento de enorme crisis energética para dar luz, calor y calentar muchos pucheros. Por lo que veo en la foto, sigue siendo protagonista de la vida cotidiana de mucha gente y, aunque recientemente ha subido su precio un 5%, colocándose en 16,95 Euros, no ha tenido la pobre bombona el derecho a la primera plana como si lo ha tenido durante semanas y semanas el dichoso megavatio de precio estratosférico. Parece mentira, tanto hablar de algo que no se ve ni se abarca su magnitud (¿sabrá la gente lo que es un megavatio?), y tan poco de un objeto tan rotundamente material, colorido, y evocador de nuestra historia. Nació el mismo año que el SEAT 600 (otro icono del diseño moderno) y ha conseguido vivir muchos más años, e incluso convertirse, según la miro de nuevo en la foto, en un recuerdo entrañable.

Una última nota aclaratoria: en estos países apenas usamos bombonas de gas y son de color azul grisáceo, bastante más feas. Y para tranquilidad de la audiencia, que piensa que solo en España sube la energía, les notifico que aquí la bombona de 9'5 kilos, cuesta 35 Euros, ustedes comparen. Y no sale en la prensa, eso tampoco.

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