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Malditas guerras
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Malditas guerras

Actualizado 01/09/2021
Juan Antonio Mateos Pérez

Ahora es cuando hay que documentar lo que pasa en Afganistán. GERVASIO SÁNCHEZ Hacer memoria es un alegato contra el olvido ELIE WIESEL

En estos días hemos sido testigos de la imposición de la violencia y el fanatismo en Afganistán, donde la situación es crítica para cientos de personas, sobre todo mujeres y niños en riesgo de desnutrición. Afganistán, se ha convertido en un lugar común de guerra perpetua, un conflicto largo, tedioso y horrible para las personas y sus derechos. Después de veinte años de guerra, desde el atentado del 11-S en Nueva York, orquestado desde Afganistán, y el abandono en estos momentos de Estados Unidos, la guerra no ha aflojado en ningún momento. Ahora 250.000 afganos y sus familias pueden quedar abandonados a su suerte ante los ultraconservadores y rigoristas talibanes, que impondrán la ley islámica, la "sharia", donde la lapidación y los latigazos públicos serán el pan nuestro de cada día.

Afganistán es un país fallido y dividido, cuando todos se van, la guerra sigue sumando muertos y destrucción, según Amnistía Internacional ya ha dejado 150.000 fallecidos. La permisividad de la comunidad internacional y la corrupción del gobierno afgano, ha entronizado a los señores de la guerra haciendo imposible un gobierno a estilo occidental. Afganistán es una realidad brutal, detrás de cada familia hay una historia de vida, muchos de ellos colaboradores de la coalición quedarán atrapados bajo el yugo integrista, sobre todo las mujeres, los intelectuales, los artistas y los activistas de derechos humanos. Puede que, en poco tiempo y atrapados en otros problemas, puede que Occidente se olvide de lo que pasa, como ha ocurrido en estos 25 años. Como comenta Gervasio Sánchez, es ahora cuando hay que documentar lo que pasa en Afganistán.

En lo que llevamos de siglo XXI, los conflictos entre países han disminuido, pero el conflicto y la violencia interna en munchos países, siguen siendo una constante en nuestro mundo globalizado, socavando el progreso y la deseada paz en el mundo. La guerra es el naufragio del bien (Erasmo de Róterdam), su crueldad, es lo que ha obligado a millones de personas en situaciones extremas, a salir de sus casas con lo puesto, siendo condenados al destierro en tierra extraña.

Vivimos en un mundo marcado por la ausencia de una autoridad global capaz de resolver los conflictos armados. La globalización está avanzando en todos los aspectos, pero los estados territoriales siguen siendo las únicas autoridades, sin que ninguno de ellos pueda mantener una hegemonía política y militar. A pesar de que Estados Unidos es la gran potencia mundial, portadores de una verdad exclusiva encerrada en sí misma y sin diálogo posible, promueven la mundialización de sus propios intereses. No han podido conseguir una hegemonía global, ya que el mundo es demasiado grande, complicado y plural, para poder consolidad su dominio en todo el planeta.

Debemos constatar que, en los conflictos actuales, las víctimas de las guerras no solo son los ejércitos combatientes, de forma exponencial ha ido aumentando las muertes de civiles, más desprotegidos por el nuevo armamento desplegado. Esto es todavía mayor en las zonas más pobres del planeta, con cientos de refugiados en campos del hambre. Huyen de sus países asolados por las guerras, el hambre, la miseria, las persecuciones políticas o religiosas o el genocidio, y en su huida atraviesan calamidades y extorsiones de todo tipo.

En muchos lugares se está dando un nuevo paso en la forma de hacer la guerra. Se vive en una zona gris, provocando una guerra híbrida, con la acción combinada de las nuevas tecnologías, violencia indiscriminada, terrorismo, desorden e intervenciones localizadas. En este nuevo marco, las guerras no se declaran, el ocultamiento y el encubrimiento, así como la indefinición del conflicto, queda totalmente desdibujada la línea divisoria entre la paz y la guerra.

El equilibrio entre la paz y la guerra es posible, pero no es independiente de la justicia, sobre todo de la justicia social. No son suficientes la creación de mejores mecanismos de negociación y resolución de conflictos para evitar enfrentamientos. Vemos que los estados con una economía boyante y estable son menos susceptibles al conflicto social, político y bélico que aquellos más pobres. La paz no es ausencia de guerras, ni volver a la situación anterior, la paz está asociada a la voluntad de cambio que alienta las transformaciones urgentes de las condiciones de vida de las mayorías más pobres. Esta prioridad de la justicia pasa por globalizar una cultura de la paz y una ética mundial, que permitan refundar la sociedad con nuevos valores más solidarios.

El sufrimiento de tantos inocentes, de antes o de ahora, desafía a cualquier sistema económico o político, filosófico o religioso que no tome en serio esta realidad. Cualquier sistema político o religioso que viva de espaldas al sufrimiento, se deshumaniza, la liberación está inscrita en la pedagogía de la memoria. Es necesario, incluso imperativo, hacer presente en nuestras sociedades el recuerdo de las víctimas, el recuerdo del sufrimiento. Luchar contra el olvido del herido, del perseguido, de hambriento, del torturado, del asesinado. La lucha y la defensa por los que sufren nos hace más humanos y revela nuestra verdad por la defensa del hombre.

Aprendamos del sufrimiento de Afganistán y trabajemos juntos para construir un mundo en el que reinen la dignidad, la tolerancia y el respeto por los derechos humanos de todas las personas. En nuestro mundo "desbocado", donde todo cambia con gran rapidez, debemos descubrir lo esencial del ser humano, y apostar por aquello que nos humaniza, a pesar de que se nos abra una realidad imprevisible y líquida. "Lo que mata no es la pasividad, sino la indiferencia" (Unamuno).

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