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Juan Zaballos "Machaca", nuestro juglar
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Juan Zaballos "Machaca", nuestro juglar

Actualizado 31/07/2021
Eutimio Cuesta

Juan Zaballos "Machaca", nuestro juglar | Imagen 1

Juan Zaballos Jiménez, "Machaca", nació en Macotera el 16 de septiembre de 1933. Estaba casi a punto de cumplir los sesenta y uno años cuando la vida le cerró sus puertas. De familia humilde, pero trabajadora. Nació para ser carne de yugo hasta que la enfermedad minó lentamente su organismo; en cambio, su espíritu estaba vivo como el vuelo de las águilas. Apenas pasó unos años por la escuela, los suficientes para aprender a leer, a escribir y las cuatro reglas; por lo tanto, se ha formado a sí mismo a través de los libros de poemas que le regalaron sus amigos. Tras del cristal de la alacena de la cocina, descansan hoy los ejemplares de García Lorca, Miguel Hernández, Antonio Machado y Fray Luis de León. Todos dejaron en Juan el poso de su influencia, hombre de gran sensibilidad, riguroso y fiel a su pensamiento. Se pasaba las horas recitándose cada poema hasta acertar con su musicalidad y con la coherencia de la palabra con el pensamiento. Sólo nos autorizaba corregir la ortografía, todo lo demás era obra suya e intocable; por eso, le exasperaba, sobremanera, cuando se le intentaba modificar un término o se le eliminaba una estrofa. Él siempre producía a su gusto; así se sentía realizado, así afianzaba su personalidad.

Mi verso va recogiendo

llanto del que está llorando,

amor del que está queriendo,

pena del que está penando.

Y Juan nos va hablando de muchas cosas. Sí podemos afirmar que su vida, alimentada de explotación, de hambre y de injusticia, dejó su impronta en su obra. Nuestro juglar cantó a su tierra, a sus gentes, a sus costumbres, al devenir cotidiano, a la enfermera y al médico que le atendió, al éxito y al dolor de sus semejantes; y eligió el mencal del soneto y del romance para amasar su pensamiento.

Juan nos cuenta, en este soneto, cuánto tuvo que sufrir y trabajar para llevarse el rescaño a la boca.

" A bordo del trabajo y del exceso,

tierra adentro surqué mares de lodo,

y de aquel navegar codo con codo,

las huellas del estrago llevo impreso.

Hasta que de los males quedé preso,

trabajé día a día, y lo di todo;

quebranté mi vida de tal modo,

que hoy me duele del cuerpo cada hueso.

Esclavo de este mundo miserable,

sin apenas ganar emolumentos,

aguanté y aguanté lo inaguantable.

Cuando niño, los huesos tuve hambrientos,

y, en una situación tan lamentable,

con las obras que imploré, les di alimento.

A nuestro juglar, le hieren su sensibilidad la pena, la soledad del preso, la marginación de la prostituta, el mar, el amor y la muerte.

Juan, amigo de sus amigos, leal compañero, siempre les guardó un entrañable recuerdo. A ellos, a las cuadrillas de roceros, que dejaron su sudor amargo por las dehesas salmantinas y extremeñas

Éramos los pioneros,

éramos los propietarios,

los marginados obreros

de los míseros salarios;

los que hacíamos desmontes,

los que cavamos piscinas,

los que hicimos en los montes

grandes arranques de encinas.

Su madre fue algo muy especial para "Machaca": la compañera, con quien compartió su vida y su enfermedad, Su madre fue su referente, su preocupación, siempre pendiente de que no le faltase nada.

Juan no era amigo de premios. Él escribía para él y para su gente. Así se sentía feliz; pero nunca pudo evitar los homenajes que le tributaron sus paisanos salmantinos y macoteranos en la Casa de Salamanca en Leganés, con motivo de la publicación de su libro "Delirios"; ni el que le organizó la Asociación Cultural "Amigos de Macotera", en el Ateneo de Salamanca; ni el reconocimiento popular que recibió de su pueblo, el día de san Roque, de manos del Ayuntamiento, y que quedó perpetuado en una hermosa placa. En estos actos, disfrutó y la emoción salpicó en sus ojos.

A nosotros nos queda tu recuerdo, tus libros, tu mensaje humano y tu voz quebrada e inconfundible, llamándonos "compañeros del alma, compañeros".

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