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Vergüenza
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Vergüenza

Actualizado 10/07/2021
Ángel González Quesada

Más que la consternación por el asesinato a golpes, hace unos días, de un joven en La Coruña;

mucha más turbación que añadir la certeza de que el "motivo" vociferante de los autores de ese crimen fuese la condición homosexual de la víctima;

infinitamente más pesadumbre que ser conscientes de la gratuita y banal sevicia y de la crueldad de quienes lo mataron a patadas con lacerante ferocidad y salvaje animalidad;

mucho peor que todo es pensar en la indiferencia, la pasividad, la incitación silenciosa, la desatención y hasta la inducción al crimen por pura dejadez, del centenar de personas que, según las crónicas, asistieron imperturbables al asesinato a patadas, a golpes adornados de insultos y a la innoble jocosidad con que varios asesinos, arropados por la desidia general de cientos de ojos, mataron en la calle, el 3 de julio, a Samuel Luiz.

Que la única preocupación social y periodística por este execrable crimen venga a ser si su calificación jurídica lo encuadra entre los de odio o los de orientación homófoba, no hace sino constatar la fría displicencia con que nos hemos acostumbrado a que la barbarie y el simulacro de horror que le dedicamos, caduque cuando declina el último telediario del día.

Tal vez los penetrantes análisis que a lo largo de la historia han realizad preclaras inteligencias en los campos de la sociología, la filosofía o la literatura, de las especiales características psicológicas de la sociedad española y sus servidumbres, hayan sido eclipsadas por una irrenunciable tendencia de este país y los gurús de sus academias a la jactancia, que han recabado de la historia más las ínfulas que las autocríticas de nuestra biografía. Si algo ha dejado en evidencia la pandemia sanitaria, ha sido que los rasgos de insolidaridad, indiferencia hacia el otro, egoísmo, racismo, machismo, exclusión, envidia o xenofobia forman parte sustancial de nuestro carácter y conforman en gran medida nuestro modo de hacer.

Cadalso, Ortega, Gracián, Suárez, Quevedo, Larra, Ayala, Aranguren, Cervantes... y tantos españoles que supieron mirar hacia dentro, vernos, reconocernos y decir más cómo que quiénes somos, hoy parecen no haber existido después de tanto olvido, tanto escarmiento vacío, tanta cuna, tanta sepultura...

No pretenden estas líneas culpar a la sociedad entera de casi nada, pero maldicen la cruel indiferencia de quienes con su pasividad permitieron y consecuentemente alentaron el asesinato de Samuel Luiz. No ha pretendido nunca quien esto firma culpar, pero sí lamentar la desolación al saberlo, de algunos crímenes la aceptación en silencio, de la crueldad al mirar hacia otro lado, de la angustia a la falta de ayuda a las mujeres maltratadas que un día son asesinadas, hunden su vida o procuran su muerte incapaces de soportar el infierno. No. Ni pretende censurar, sino que lamenta y desprecia, a quienes sabiendo del sufrimiento que causa a otros su propio bienestar, son incapaces de renunciar a un ápice de éste para aliviar la penalidad de aquellos miles. No. Y tampoco quiere culpar, aunque abomina de ellos, de tantos desprecios a los seguidores de las salvajes, brutales e inhumanas ideas del fascismo y del nazismo, ni acusarles, aunque sabe que son responsables, de que la crueldad de su radical e ignorante postura haga tanto daño a tantos que relatarlo sería interminable. No. Nadie tal vez es quién para acusar, culpar ni censurar.

Pero sí para retirar el velo del espejo, mirarnos cada uno a la cara y saber que las ampulosas declaraciones de bondad no nos hacen buenos;

que hay dilemas y errores que afectan a todo un pueblo, a todo un país, a todo un modo de ser español;

que el frontispicio de la ley, la Constitución o las grandes y orgullosas arengas no nos hacen mejores;

que es fácil caer en la dulce modorra de la auto-magnanimidad pero no tanto enfrentar la dura vigilia de la certeza...

Que no hay dioses que nos absuelvan ni nos castiguen.

Que estamos solos.

Que la historia dirá de nosotros mañana pero eso no es bastante, pues tenemos la obligación de hablar de nosotros ahora.

Que tenemos que aprender y más que corregir, y que la vergüenza (de todos y sobre todo de cada uno), por todos y cada uno de los momentos y detalles de, por ejemplo, el asesinato de Samuel Luiz, no podremos ocultarla con pancartas, frases, gritos, promulgación de leyes que no cumplimos o formando parte de concentraciones que griten "nunca más" más que "yo no fui".

Porque sí fuimos,

y nunca más

deberíamos ser.

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