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Estupideces
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Estupideces

Actualizado 05/07/2021
María Jesús Sánchez Oliva

Recibimos el verano convencidos de que gracias a las vacunas sería un verano más normalizado que el anterior, pero empezamos a cometer estupideces, y todo nuestro gozo en un pozo.

La primera estupidez la cometió el Gobierno. Dijo que podíamos quitarnos la mascarilla en los espacios abiertos y guardando la distancia de seguridad establecida, cuando lo que debió decir firme, alto y claro para que se entendiera bien, es que solo podíamos prescindir de ella en casa con los nuestros y en el campo con los violeros, porque aunque solo salgas a tirar la basura, lo normal es que te cruces con el barrendero. Y pasó lo que cabía esperar: que como no todos queremos ver las mentiras que los políticos disfrazan de verdad, hicimos oídos sordos al mensaje de las autoridades sanitarias, y nos apuntamos al atractivo ejercicio de cometer estupideces.

Los primeros en cometerlas fueron los cientos y cientos de jóvenes que se marcharon a Mallorca para celebrar el fin de curso. El virus los recibió con inmensa alegría, y no era para menos: tanta urgencia de juerga tenían, que no le pusieron trabas para hacer de las suyas, y surgieron los contagios como por ensalmo, se multiplicaron las visitas a los centros de salud y algunos hasta tuvieron que ser ingresados en la UCI. El Gobierno de Baleares tuvo que confinarlos en un hotel medicalizado con todas las de la ley: personal sanitario, de ayuda sicológica, de servicios para que estuvieran bien atendidos y hasta de entretenimientos para que no se aburrieran. Pero ellos no habían ido a Mallorca a hacer ejercicios espirituales, habían ido a disfrutar de unas merecidas vacaciones, y nadie podía prohibirles ese derecho. Para hacerlo valer nos han obsequiado con un espectáculo más propio de bándalos que de jóvenes estudiantes con recursos y sin problemas. Desde lanzar la comida por las ventanas, mucha hambre no tendrían, hasta gritar "¡libertad!, ¡libertad!, ¡libertad!", a los cuatro vientos desde los balcones, pasando por fugarse algunos. Solo les ha faltado afirmar que estaban presos. Pero así lo entendieron algunos padres, y se sumaron a las estupideces, sus hijos no eran delincuentes, ni se habían desmadrado, eran chicos formales, educados, responsables, pero habían tenido la mala suerte de ser secuestrados, ojalá que ninguna persona que haya pasado por este terrible trance en nuestro país y las que están pasando por él en otros países por defender los derechos que tienen ellos se hayan enterado, porque de saberlo, se sentirían ofendidas, y no dudaron en acudir a los juzgados para exigir justicia, con lo que nos dejan claro que si a la edad de estos jóvenes no se vislumbran síntomas de madurez, a la edad de sus padres seguirán verdes, pues se entiende que les doblan los años.

Pero no acaban aquí las estupideces: una jueza de Palma ordenó el fin del confinamiento de 181 estudiantes no contagiados. Fueron trasladados en barco hasta Valencia donde fueron recogidos por autocares para llevarlos a sus destinos de origen. No sé cuántos dieron positivo en la prueba que se les hizo al llegar. Y los datos dicen que el virus ya anda de danza por toda España, por lo que algunas comunidades, entre ellas la nuestra, ya se están planteando la posibilidad de cancelar el ocio nocturno.

Esperemos que la jueza mallorquina haya tenido al menos la consideración de librarnos de pagarles los gastos del traslado.

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