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Cambio climático y salud pública 
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Cambio climático y salud pública 

Actualizado 03/07/2021
Francisco Aguadero

Aunque el movimiento negacionista en torno al cambio climático persiste, la inmensa mayoría de la población mundial es consciente de que algo está cambiando en la climatología y no precisamente para bien. La base científica del cambio climático es mucho más sólida de lo que nos parece. Está hecha por complicados sistemas de computación en los que los modelos, extraordinariamente precisos, son solo una parte de esa base científica.

A lo largo de más de un siglo, los científicos han analizado los elementos de la física básica que explican por qué los llamados gases de efecto invernadero, provocan el calentamiento del planeta y ejercen un alto control sobre el clima en la Tierra.

Estos gases han existido siempre, formando parte del equilibro de la atmósfera, pero con la llegada de la Revolución Industrial, se comenzó a quemar carbón y otros combustibles fósiles para hacer funcionar las fábricas, las fundidoras, los motores de vapor?, emitiendo gran cantidad de gases de efecto invernadero que se proyectan hacia la atmósfera. Lo que constituye la evidencia de que las actividades de los seres humanos están contribuyendo al calentamiento del planeta y el consecuente cambio climático.

En el caso de España, la temperatura media ha crecido 1,3 grados en los últimos 60 años. El año 2020, junto con el 2017, son los más calurosos desde que comenzaron los registros de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) en la década de los sesenta del siglo pasado. Algo similar ocurrió en todo el planeta. La Agencia avisa de que, si no se reducen las emisiones de efecto invernadero, hacia finales del presente siglo XXI, se podría llegar a un incremento de 5 grados.

El informe de la AEMET precisa que en el verano de 2020 hubo tres olas de calor. Y que, el incremento de olas de calor en los últimos años, tienen importantes consecuencias e impacto en la crisis climática global. Ahí está la ola de calor que, desde el pasado fin de semana, abrasa el oeste de Canadá y al noroeste de Estados Unidos, con temperaturas de hasta 50 grados y casi 200 muertos, la mayoría de ellos personas mayores.

No cabe ninguna duda de que estos fenómenos meteorológicos tienen sus efectos en la salud de la población. Según el Instituto de Salud Carlos III, en los últimos cinco años han fallecido en España en torno a 1.800 personas, anualmente, como consecuencia del calor extremo por las altas temperaturas. Y es que, está claro, que no puede haber salud pública si no hay salud ambiental. Las partículas que viajan en los gases que recalientan el planeta causan el 20% de las muertes mundiales

El uso y la quema masiva de combustibles fósiles, con la consecuente emisión de gases de efecto invernadero que inducen al cambio climático generan, a la par, millones de toneladas de partículas microscópicas, conocidas como PM 2,5, que acaban incrustadas en los pulmones de quienes las respiran. La inhalación prolongada, provoca daños en el organismo que, según estudios recientes de las universidades de Harvard, London College y Birmingham, suponen el 20% de las muertes prematuras en el mundo, ocho millones de fallecimientos, debidos a esas partículas generadas al quemar carbón, gasoil o gasolina.

Es así de claro y simple, las zonas con más contaminación debido al uso de los combustibles fósiles tienen mayores tasas de mortalidad. Europa occidental, el este de EEUU y el sureste de Asia son las zonas más afectadas. En el caso de España, se estiman en 44.000, algo más del 10% de los fallecimientos anuales, debidos a esas partículas microscópicas.

El calor y el incremento de la temperatura también se extiende a las aguas marinas. Según datos de Copernicus (servicio científico de la Unión Europea), utilizados por AEMET, la temperatura media de las aguas marinas circundantes de la península Ibérica estuvo 0,5 grados por encima de lo normal en el 2020. Este incremento de la temperatura del agua puede favorecer, según estudios científicos, la presencia de fenómenos extremos virulentos, como lluvias torrenciales o aparatosas tormentas. Fenómenos todos ellos que nos hacen pensar de que España es una de las zonas sensibles al cambio climático.

La Organización Meteorológica Mundial, por su parte, sostiene que la concentración del dióxido de carbono, el más importante de los gases de efecto invernadero, alcanza unos niveles nunca registrados en los últimos 800.000años.

No pretendo dar ninguna visión apocalíptica para el futuro del planeta, la vida en la Tierra es bella y vale la pena vivirla. Se podrá superar un cambio climático creando nuevos ecosistemas o evolucionando hacia otras especies, pero los humanos, tal y como nos conocemos, posiblemente no.

Es preciso que pensemos globalmente y actuemos localmente, con un Nuevo Humanismo Cultural y Tecnocientífico en el que uno de sus pilares sea la sostenibilidad, si no queremos cargar con la responsabilidad de ser nosotros mismos los responsables de nuestra extinción.

Hace falta un cambio y una transformación radical en los comportamientos, los procesos y las aptitudes, que implique a todos: instituciones, administraciones públicas, organizaciones, empresas e individuos. Los beneficios para la humanidad y para las empresas de una transición hacia fuentes de energías alternativas y renovables, son manifiestos. En ese sentido, bienvenida sea la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, recientemente aprobada en España, con todas sus luces y sombras, para erradicar los gases de efecto invernadero en el 2050.

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