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¿Por qué nos despoblamos? Me cuentan las aldeas.
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¿Por qué nos despoblamos? Me cuentan las aldeas.

Actualizado 22/05/2021
Eutimio Cuesta

¿Por qué nos despoblamos? Me cuentan las aldeas. | Imagen 1

Desde el alto del cerro de la Carrallano, oteo, en todas las direcciones, los puntos aproximados donde, antiguamente, estuvieron ubicadas unas aldeas: Sotrobal, Araúzo, Fresnillo, Melardos, San Mamed, Garcigrande, Valverde, Gómez Velasco, Juarros, Carabias, Valeros?, y que hoy se catalogan como fincas, dehesas o cotos redondos. Aldeas que, paulatinamente, se han ido despoblando, y los cimientos de sus casas y de sus iglesias han quedado sepultados por la acción del tiempo, del desuso y del trajín del arado.

La despoblación de esos pueblos se dio por diferentes motivos, pero nos vamos a centrar en los principales. Cuando se llevó a cabo la repoblación de la tierra de Alba, en 1224, hubo que edificar pueblos nuevos, pues los ya existentes eran insuficientes para albergar las oleadas de familias, que venían a establecerse a nuestras tierras. Una característica de la ubicación de estas nuevas aldeas era la proximidad y, por consiguiente, el estrechamiento de los términos. Vale cualquier ejemplo para confirmar esta realidad: Fresnillo distaba de Tordillos media legua y de Santiago, tres cuartos de legua; tal ocurre con Sotrobal, a una distancia similar de Macotera y de La Nava; otro tanto, con Melardos, de Santiago de la Puebla y Alaraz... A este problema, le sigue el más definitivo: las cargas fiscales que tienen que soportar. Se decía que de cada puño de sementera, tenía que producir cinco, que se distribuían así: un puño, para el clero; un puño, para el monarca; un puño, para el señor; un puño, para los pájaros y el quinto, para el vasallo labrador. Éste, con su parte, tenía que alimentar a su familia y su ganado, y, además, apartar la simiente para la próxima sembradura. Y la cosecha dependía del cielo, y vinieron años de extrema sequía, de nieblas y tormentas, como sucedió en 1502, en que no se cogió un grano de cereal ni de uva, porque la piedra y el granizo arrasaron panes y viñas; y, entonces, el campo no era tan productivo como ahora. Antaño, la huebra de buena calidad daba cinco o seis fanegas; la de media calidad, cuatro y la de tercera calidad, dos o tres.

Esta situación, sobre todo, en el siglo XVI, era insostenible, y la gente empobrecida, perseguida por la miseria y por el hambre, se ve forzada a abandonar y buscar nuevos horizontes, también inciertos. La situación la describe, con toda su crudeza, la novela "El Lazarillo de Tormes", "tiempos en que había más ingenio que bienes de la tierra". Y de la situación, no era ajena la Corte, que, el 17 de septiembre de 1544, desde Valladolid, el príncipe Felipe (Felipe II) escribe a su padre, Carlos V, y le dice: " La gente común, a quien toca pagar los servicios, está reducida a tan extrema calamidad y miseria, que muchos andan desnudos, sin tener de se cubrir..."

Era una penuria extrema la que denunciaba el Príncipe al Emperador, cuando venía un año de mala cosecha: "De un año contrario, queda la gente pobre de manera, que no puede levantar cabeza". Y se ven obligados a llevar una vida andariega, de allá para acá, siempre a la búsqueda de un nuevo horizonte donde poder mejorar, donde probar su suerte, es que, cuando la miseria acosa, obliga a este estilo de vida itinerante. Y estas son las razones de que varias aldeas de nuestro entorno se fuesen vaciando y sus tierras, baldías. Hubo casos en que los términos de esas aldeas se anexionaron a las poblaciones vecinas, como ocurrió con Fresnillo, que engrosó el término de Tordillos; Sotrobal, el de La Nava; Melardos, el de Santiago y Valeros, el de Gajates; el resto se utilizó para pagar servicios a caballeros que habían prestado su apoyo al monarca en sus andanzas bélicas.

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