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CARTA DE ANA MATAS

Gracias

Actualizado 04/03/2021
Ana Matas

La madre de la niña atropellada en Ciudad Rodrigo agradece públicamente todo el apoyo e interés mostrado estos días

El veintisiete de febrero de este año mi hija y yo volvimos a nacer. Las dos, porque cuando vi su cuerpecito sobre la calzada y su cabeza sangrando después de que un coche la lanzara por los aires estuve segura de que si su corazón se había parado el mío lo haría también. Pero respiraba y entonces el mundo se puso en marcha:

Nuestros vecinos le buscaron ayuda y la cuidaron hasta que yo llegué. Seguirían haciéndolo después en la distancia. Los servicios de emergencias la tomaron de entre mis brazos y la mimaron llevándola en volandas hasta el hospital. La ambulancia, el helicóptero, la UCI de pediatría, nuestro Centro de Salud al completo, esos extraordinarios sanitarios que siguen siendo héroes cotidianos, (por si alguien lo ha olvidado), nunca la perdieron de vista.

La familia siempre disponible. Los compañeros de trabajo preocupados. En el colegio de mi hija todos en vilo. Los amigos enviando su energía y su fuerza desde todas partes. Desconocidos rezando por ella, algunos desde el otro lado del mar. Y los más pequeños, los que la quieren y comparten sus juegos, y aún otros sin haberla visto nunca, lanzando sus plegarias a ese Dios de los niños que es más amable, más cercano, más dispuesto a escuchar.

Y su ángel de la guarda particular. Su padre, que una vez me dijo que cuidaría de nosotras pasara lo que pasara y cumple su promesa desde donde sea que esté, porque siempre fue un hombre de palabra.

Mi teléfono no dejó de sonar obstinado rebosando llamadas y mensajes de interés y de ánimo. La familia, los amigos, los vecinos, los conocidos, la policía local, el alcalde. Creo que respondí mensajes que ni siquiera sabía quién enviaba. Una lista interminable que casi sumaba un pueblo entero.

Todas las oraciones, los desvelos, los buenos deseos, formaron una enorme nube sobre nosotras, casi diría que una borrasca entera. Y debió serlo, porque llovía en Salamanca la tarde que me confirmaron que el cerebro de mi hija no había sufrido daños y al día siguiente volveríamos a casa. Aquella gran conjura para que mi hija se recuperara había tenido éxito.

No tengo manera de devolver tanto como hemos recibido. No hay forma alguna. Sólo tengo agradecimiento. Gracias a todos por devolverme la fe en los milagros.