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Aparta que te piso…
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Aparta que te piso…

Actualizado 30/12/2020
Miguel Mayoral

Acaba el año con frío, lluvia y pesadumbre. Nos han quitado la ilusión de desear felices fiestas y venturoso año nuevo. ¿Quién se atreve? Lo peor es a quién se lo debemos. Nos han parado el reloj de nuestras vidas sin nuestro consentimiento y lo que es

La mayor parte de las palabras de cualquier idioma tienen un cierto grado de ambigüedad; y hay un especial peligro en el caso de una palabra como "correcto", que parece que hoy en día no significa nada que podamos señalar con el dedo o captar por cualquiera de los sentidos, cuyo significado hasta ahora estaba ligado a conceptos como ética, moral o justicia.

En otros tiempos para herir a alguien bastaba con un palo, y para matarlo, lanzarlo al precipicio sin más artilugio. El daño moral ni se planteaba. Hoy asistimos a un mayor refinamiento, y hace que nada de eso sea reprochable. La evolución constante de la raza humana hace que hoy cualquiera pueda imponer, insultar, hacer callar, herir y matar con el mayor refinamiento y sin el menor remordimiento, lo que no hace que nada de eso no sea reprochable pues la verdad es la misma.

Vivimos la satisfacción del ser humano con la superficie de las cosas, la cultura que se nos impone está creada para ello, el olvido del pasado, de nuestras raíces, se transforma en olvido del presente, porque el presente se destruye a sí mismo con la ignorancia. Esta banalidad del mal en la que vivimos nos conduce a no distinguir el bien. Es como si viviéramos al pairo de un ventilador que esparce basura para taparnos los sentidos.

Asistimos a como se pone en duda la dignidad de la vida misma, viviendo de espaldas a ella, con leyes como la última sobre la eutanasia. Habrá que ver la cara de quiénes promueven estas leyes cuando estén presos en una silla de ruedas o en la cama de una residencia de ancianos pensando: "Aparta que te piso". Sin poder salir corriendo.

Escuchamos opiniones, tertulias dirigidas, nos creemos al sum sum corda, sin saber nada de nada. Es como hablar de toros sin saber lo que es oler el aliento y la piel del toro delante, lo que se puede sentir sosteniendo la mirada a tan digno animal, lo que es el calor de un asta de toro viva en la palma de la mano, pocos se atreverían a hablar después de tan hondo apretón de pareceres y saberes.

La plaza de toros no es, pues, una entidad fija, es un escenario donde el tiempo va representando el espectáculo de la vida y la muerte. La arena y sus límites pueden estar dados por la geografía, pero el arte y la historia de un pueblo, la del hombre, es algo que va surgiendo y mudándose en vista de las tareas que su vida le ofrece en cada momento.

En la arena, espacio que por unos momentos conserva todos nuestros innatos valores, dos seres se miran frente a frente, uno tiene la fuerza y otro tiene la magia. Uno de los dos gana, los dos saben cuando desfallece la fuerza y cuando desfallece la magia, los dos torean con la vida y con la muerte, los dos saben cuando han de caer en manos de su noble adversario.

Toreo al natural..., es decir, ofreciendo medio-pecho, según ponderan los cánones, adelantando la muletilla breve, cargando la suerte con el embroque, embarcando suavemente la embestida y ligándola con ganancia de terrenos. Y además, desde la naturalidad, tal cual demanda la interpretación de esta suerte, cuando se interpreta con pureza.

Toreo al natural..., se dice, y no se debería explicar pues el toreo al natural contiene todos los valores y todas las esencias del arte de torear. Embrujar al toro con el arte del natural, con redondos y ceñidos ayudados para cuadrar al toro, para que el artista ejecute la suerte a tan bizarro animal. La faena exige técnica por la ejecución de los cánones, inspiración para derramar arte y embrujo, diálogo porque el buen diestro no para de hablar, valentía para saber conservar la sangre brava frente al astado.

Toreo al natural..., toreo a la muerte misma. Al final nos queda la paciencia.

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