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Mala educación y falta de inteligencia emocional y social
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Mala educación y falta de inteligencia emocional y social

Actualizado 13/11/2020
Félix López

Mi respeto a los millones de americanos del campo, latinos y negros que han votado a Trump. Su discurso sobre la "casta" política (idea defendida y pronto abandonado por nuestro insigne vicepresidente), no estaba exento de razones.

Pero, si es lo que parece y cuenta toda la prensa española y de Estados Unidos, podemos usar a Trump como ejemplo de la mala educación y la falta de inteligencia emocional y social. Sus bravatas, arrogancia y excentricidades personales y políticas nos han alarmado, durante cuatro años.

Su reacción ante la pérdida de las elecciones sobrepasa todos los límites.

Parece haber sido educado con eslóganes egoístas, nacionalistas y perversos: "Estados Unidos, primero", "querer es poder", "lo importante es ganar", "yo soy un ganador", etc.

Lo malo es que Trump es un ejemplo esperpéntico de un fenómeno más extendido de lo que parece. Esta perversa filosofía de vida está presente, de manera más o menos explícita, en todas las sociedades liberales avanzadas. Y es autodestructiva para la persona y venenosa para la sociedad. Además, es falsa.

Es falso afirmar que "QUERER ES PODER". La especie humana no es omnipotente, sus deseos y su voluntad superan en mucho lo que podemos conseguir. ¿Usted podría asegurar de sí mismo que "querer es poder"? ¿Tiene usted la lámpara de Aladino?

No conseguimos todo lo que queremos: yo no sé si somos inmortales y nuestra salud está siempre amenazada, aun cuando disfrutamos de ella, y somos muy vulnerables. Pequeños o grandes fracasos son parte de la vida y nos sirven para aprender a estar en sociedad.

Lo cierto es que los seres humanos tenemos poder y control sobre muchas cosas (poder que, por cierto, no siempre usamos bien). Reconocerlo y úsalo bien es lo inteligente: cuidar la salud, ser buen trabajador y buen ciudadano, construir nuestra biografía sexual y amorosa, etc. Pero "delirar" y creer que querer es poder es peligroso para uno mismo y para los demás; creerse el mejor es siempre un error.

Los socráticos decían, con razón, que la ambición, si no tiene límites y no se usa con inteligencia, está condenada al fracaso: "es como querer llenar un tonel de vino que tiene un agujero en el fondo". El poder y la ambición no tienen límites, si no usamos la inteligencia y la ética.

De manera un poco vulgar, podríamos decir que Trump "pierde aceite". Solo sabe ganar, pero ha perdido; es mentiroso y finalmente se da de bruces contra la realidad. Ha sido dañino para los americanos y para el mundo entero. Los políticos que comparten sus características, aunque sea de forma menos exagerada, deberían aprender de su final. No es fácil ser justo y ecuánime cuando se tiene poder.

Y puede ser también una lección para todos ¿Estamos educando bien a las nuevas generaciones, dándoles hasta lo que no necesitan, haciéndoles creer que querer es poder, desear es tener, jugar es ganar, solo ganar vale, etc. ¿No tenemos padres que se pelean o pegan a un árbitro porque su hijo pierde un partido de futbol?

¿Conoce usted algún político que no sabe perder y se inventa promesas y mentiras y fomenta el odio entre sus electores?

Lo de Trump nos parece grosero, injusto y hasta esperpéntico; pero deberíamos reflexionar si estamos educando bien a las nuevas generaciones y si nosotros mismos no tenemos este virus que no nos permite reconocer una derrota, aceptar una frustración o simplemente, en democracia, respetar a los que no piensa como nosotros.

¿El odio entre los americanos fomentado por Trump, no lo están alimentando también algunos políticos españoles?

Desde el lado más personal, me atrevo a decir que usar bien nuestra capacidades y virtudes, con esfuerzo, es cuanto podemos hacer; el resultado no está nunca garantizado. Tener una voluntad bien formada no es creer que querer es poder. Y ser uno mismo es bastante más valioso que querer ser "el mejor" o priorizar el poder. La autoestima no se puede asentar sobre la comparación, el poder y la victoria sobre los demás, sino sobre la autenticidad.

Ser "como el pan, que no sabe su masa buena" (Agustín García Calvo)

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