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La forja que no cesa
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Itinerarios salmantinos XVII

La forja que no cesa

Actualizado 06/11/2020
José Amador Martín y Charo Alonso

Salamanca tiene "una edad de hierro que retuerce en la forja confinada de los tiempos difíciles: es la pasión por el metal, tan dúctil como los días a los que nos enfrentamos"

José Amador Martín retrata la piedra dorada como nadie, es el poeta de la luz que incide, siempre diferente, sobre la masa viva, la piel pétrea de una Salamanca plateresca, acariciada a golpe de cincel y de mirada. Es la Salamanca de sillares majestuosos, de delicados detalles en bajorrelieve, de monumentales, magníficas naves sobre el Tormes, de diminutos rincones del secreto. Sin embargo? ahora Amador juega, objetivo paciente, con una edad de hierro que retuerce en la forja confinada de los tiempos difíciles: es la pasión por el metal, tan dúctil como los días a los que nos enfrentamos.

Sabe Amador de la forja de la paciencia. Por eso se recrea en las curvas de la balaustrada, en los cerravanos que dejan escapar, con aroma de celosía, un interior confinado. El hombre aprendió el arte de Vulcano sobre el yunque de la guerra y la reja del arado, y más tarde, fue el adorno y la belleza quienes retorcieron el hierro candente para dotarlo de gracia.

Salamanca es la belleza en hierro de su calado encaje de herrería. La forja artística sube a los tejados, se vuelve veleta de todos los vientos y cómo no recordar aquel libro de fotografías de Sierra Puparelli en el que volaban las veletas magníficas de una ciudad de iglesias y espadañas. El objetivo de Amador también se mueve al aire de su vuelo, da la vuelta a la esquina de su baranda. Es la rejería del exterior, la exquisita curva del herrero. Rompieron el molde en esta ciudad tan bella, artesana armonía, pieza única cada uno de sus detalles: la veleta desde la que volar los vientos, la barandilla desde la que asomarse entre visillos. Es la aleación del tiempo, la belleza de una herrumbre que no sabe de escoria, sino de repujada maravilla.

Golpea el hierro mientras esté rojo, ciudad hermosa. Detalle al óxido del tiempo que se curva ante el objetivo, geometría plena de belleza. El poema es golpe de martillo sobre el yunque del herrero, cuadro de Velázquez, en una ciudad de joyeros, de filigrana de plata a la manera de los hacedores del botón charro, llama domesticada. El fuego nos enseñó a fundir el mineral, a mezclarlo en el crisol de un alquimista enamorado de la hoguera. Rojo incandescente, el metal adquiere la forma a golpes, como maduramos los humanos, y la belleza se enfría en el agua que la hace eterna, capaz de aguantar el exterior y sus inclemencias.

Sagrada celosía, la rejería salmantina, religiosa y profana, se despliega en hermosos balaustres, en frisos y remates plenos de imaginería. Es la crestería, la ola de la espuma en un plateresco que no solo sabe de piedra y de canteros. La ventana enrejada, ver y apenas tocar, nada más, nos deja un regusto de misterio, sabor de metal en la boca, sangre de la herida que mana tras el afilado bisturí de su flecha. Qué hermosa la prohibición de la clausura, la celosía del secreto, la geometría de la curva. Y el objetivo de Amador, mirada atenta, hace un arabesco en el aire, hermosa perspectiva de un arte milenario que nos hizo humanos, la espada, la reja del arado, el hierro medular del que todos estamos hechos.

José Amador Martín, Charo Alonso.