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Nardos en el corazón 
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Nardos en el corazón 

Actualizado 02/10/2020
Mercedes Sánchez

Tus ojos están tristes, apagados, cansados.

Impregna tu mirada la nostalgia de una tarde de invierno. Esa falta de luz, ese lamento ahogado que tiene el sol en un día de tormenta.

Tu piel está irritada de tanto llorar.

Hablas con la atención perdida en un horizonte que, intuyes, empieza a dejar de existir, esfumado con su último suspiro.

A veces tu vista busca respuesta en otros ojos; es entonces cuando la palabra se acurruca en otro oído y se devuelve hecha abrazo acogedor.

De vez en cuando la amistad te envuelve, te ofrece una manta invisible y protectora mientras tu mente rebusca en todos los recuerdos; tu memoria repasa cada recoveco de su historia donde encontrar una mota de aliento, risas de niños jugando en la calle, besos por doquier cuando su cuerpo se movía revoltoso, puerta que se abre para recibir al hermano pequeño, gritos emocionados al ver en realidad a un recién nacido, con las facciones del esfuerzo al haber pasado por el túnel de la vida.

Anunciaste su existencia, recién estrenada, como si fuera la última noticia de prensa que acabara de llegar a la ciudad, con alegría y emoción, con el temblor de una voz de seis años a la que le había ocurrido algo increíble.

Aquel niño que sujetaban tus brazos de hermana mayor, hoy adulto, se ha quedado sin aliento. Y a la vez, te embriaga su llanto al nacer, como un eco, tan lleno de energía.

Cómo afrontar el cielo en que se cree si el rezo un día no resulta. Cómo levantarse, hacia qué por encima de todo mirar para suplicar.

Tus dedos se deslizan sobre un mantel bordado, una y otra vez, contando cada detalle. Amistad tejida a puntadas con los años mientras se mira al mar.

Y con la nana de las olas tu voz a veces se entrecorta, pero se entienden todas las vivencias, incluso las que no se pronuncian, porque el dolor, cuando es compartido, es mudo, se anega, tartamudea, se silencia con un dedo que sella los labios propios para contener, o no, las lágrimas.

Es entonces cuando se entrelazan los abrazos, en esa luz tenue de atardecer, y es cuando los ojos a veces brillan, y quieren salir de la pena, del ahogo, y sonríen ante aquel destello de añoranza, ante la sombra del bello tiempo compartido, con nardos que trenzan la tradición familiar.

Nardos para las bodas, nardos para los encuentros, nardos para las pérdidas, nardos para la muerte y para la vida, nardos para todos los rincones de niñez, para todas las anécdotas, nardos fraternales que ahora cosen los girones que sienten las entrañas, con amor y esperanza en el cielo que se mantiene en pie.

Olor a nardos te acompaña. Fragancia a vida, aroma intenso y generoso. Perfume a Heno de Pravia.

Tantos bellos recuerdos se enhebran para suturar los desgarros del alma. ¿Cómo hay que ser de fuerte para soportar tanto dolor?

Nardos, para siempre. Eternamente nardos en el corazón.

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