El corazón de agosto

Respirar y latir. Estas dos actividades, que desarrollan el cuerpo y los pulmones, mantienen y sostienen la vida humana; la de cada uno, pero también la de todos. Porque hay un cuerpo personal y un cuerpo social.

En el artículo anterior, hablábamos sobre la importancia del respirar y cómo, cuando alguien nos aprieta el cuello con una rodilla (física o simbólicamente), se nos está negando la vida, al inutilizar uno de sus mecanismos más hondos.

Estos últimos días, en el pueblo, a medida que observamos que van llegando a él los paisanos que emigraran y que residen en otras áreas del país, o en Europa, nos íbamos dando cuenta de cómo el ser humano obedece, por instinto y por querencia, a la llamada del origen.

Y percibíamos que nos encontrábamos, que estamos en el corazón de agosto.

Todos latimos, también, a través de la memoria, que surge cuando hablamos con nuestros paisanos y recordamos vivencias comunes, segmentos de vida de los que todos hemos participado. Y ese saludar y hablar con quienes nos vamos encontrando hace que esos latidos psíquicos de la vida se vayan poniendo a tono y nos vayan reconfortando.

Porque la vida ?como dijera el escritor portugués Miguel Torga y hemos traído también a estas líneas? es cosa de nadas. Una conversación con las gentes cercanas; una marcha por la sierra junto a familiares cercanos, divisando los valles hondos y misteriosos y las crestas montañosas no menos impresionantes y respirando el aire purísimo de las cimas; la lectura de un buen libro?; en cualquiera de esas nadas está el sentido del vivir de cada uno.

Como también hemos de buscarlo en el trabajo y en la celebración; en la soledad, en las relaciones familiares y también en las sociales. Porque todas esas nadas son los hilos con los que, entre todos, vamos tejiendo la vida y la historia, la particular y la colectiva; porque todas esas hebras, en la medida en que se van entretejiendo, lo ponen todo en relación, pues todo ?nos guste o no? está vinculado.

Todo late al unísono. Y el latido de cada cual repercute en el de los otros.

Estos días, nuestros pueblos se vuelven bulliciosos. Las gentes regresan por unos días a los lugares de sus orígenes. Y los sienten, acaso, como los días más hermosos y plenos de todo el año; esos que nos ayudan a escapar de la rutina, de ese dar vueltas a la misma noria en el que también estamos todos.

El corazón de agosto. Percibimos su latido, cuando saludamos, cuando caminamos, cuando leemos, cuando nos encontramos con los otros, cuando, en definitiva, nos entregamos a la vida sin reserva alguna.

Porque, cuando no se la agrede ni se la tergiversa, la vida ?rememorando los versos lorquianos? es buena y noble y sagrada. Y a que así sea hemos de contribuir todos, cada uno desde donde le toca.

José Luis Puerto