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Muros esgrafiados, la piel tatuada de la pared
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Muros esgrafiados, la piel tatuada de la pared

Actualizado 31/07/2020
José Amador y Charo Alonso

"La casa sin piedra tiene el poder de la belleza que recrea lo que cubre, el muro, la protección del adorno. Salamanca tiene tanto que sus fachadas esgrafiadas pasan desapercibidas"

El primer plano del poeta y fotógrafo Amador Martín recorre la piel tatuada de las paredes. El paso apresurado no nos deja recrear la mirada en los muros exquisitos recubiertos de esgrafiado. La técnica antiquísima que ya utilizaron en Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma llegó a la península medieval y se dejó mimar por la maestría de los artesanos mudéjares. Yeserías y esgrafiados, labrados a maravilla, como decía el poeta del romance, adornaron muros con la humildad de la cal y del yeso, se retorcieron de originalidad, se volvieron prisma infinito de caleidoscopio geométrico? y la técnica milenaria, la técnica que bordaba el trabajo final de la construcción de iglesias, palacios y casas, regresó triunfante en el Renacimiento italiano para seguir adornando la piel que habitamos.

El esgrafiado fue desde siempre una forma de disimular la falta de sillares de piedra. El ladrillo era considerado pobre y falto de adorno. De ahí que la pared se cubriera de revoque, una dos, tres capas de diverso color y fuera después labrado, raspado, trabajado con incisiones con el buril y el cincel para dibujar la piedra inexistente, la geometría creativa que se sucede en forma de hexágonos, rectángulos, triángulos, grecas que nos devuelven el gusto cretense. Es una forma de ornamentación que también protege al muro de la humedad y el frío mesetario. Una exquisita forma de aislamiento de la que saben mucho en nuestra Sierra de Francia, donde el ladrillo y el adobe pobre sustentado por vigas de madera se cubría de revoque y esgrafiado que artistas como Florencio Maíllo, quieren recuperar.

¿Qué impulso ancestral nos lleva a adornar, proteger la casa que habitamos? ¿Qué nos lleva a pintar, revocar, labrar las paredes del techo que nos cobija? Construimos, adornamos, mostramos al exterior la riqueza de nuestro lar, de ahí que los palacios, las casas solariegas segovianas, abulenses, extremeñas, salmantinas se cubran de espumas blancas, de adornadas grecas sobre ventanas y puertas. El muro se hace lienzo asomado a la calle, adornado por ese esgrafiado que escribe sus signos sobre el revoque de varias capas que se punzan para mostrar el delicioso bordado del esgrafiado mudéjar, el esgrafiado renacentista, el juego de Escher que nos devuelve al gusto por la geometría repetida hasta la hipnosis. Contemplamos los renglones de la pared con admirada sorpresa, nos sumergimos en su greca curvada que sustenta, paradójicamente, la estructura del tejado. Es la magia arquitectónica de la casa que se levanta.

Cuántas paredes bordadas en nuestra Salamanca diaria de calles y plazas. Y San Boal, Sexmeros, el Patio Chico nos devuelven el gusto por las celdas que se repiten, blancas de cal protectora sobre el muro de color almagre. La casa sin piedra tiene el poder de la belleza que recrea lo que cubre, el muro, la protección del adorno. Salamanca tiene tanto que sus fachadas esgrafiadas pasan desapercibidas. Hablamos de los muros segovianos, descubrimos las maravillas de Trujillo, nos deslizamos hacia el arte mudéjar, hacia el renacimiento italiano? y sin embargo, es en esta Salamanca sorprendente, donde el ojo del fotógrafo atento retrata los primeros planos de los muros en los que no reparamos: grecas florecidas, tramas hipnóticas, flores de lis que se suceden con el molde heráldico de la importancia, motivos vegetales que hacen de la pared el muro vertical sobre los que pintamos la simetría del ladrillo, de la trama, del pendón inexistente, de la imaginación del artesano, del glorioso constructor de sueños.

De pie ante los muros, el fotógrafo conversa con la geometría. Hace un caleidoscopio de trigonometría constructiva. Juega con la línea, acaricia la curva, descubre la esquina recortada al sol. Salamanca esgrafiada cubre las paredes para ornar aún más la belleza compitiendo con la piedra dorada, el sillar de Villamayor, el plateresco rico y pleno de curvas. Es la recta trazada con esmero, la plantilla de la greca que se repite y hace de la continuidad poesía constante. Versos trazados a escuadra blancos, rojizos, ocres sobre las paredes salmantinas borrachas de piedra al sol. Cal que triunfa sobre el sillar, hermosa perspectiva. Y en un alarde bordado, humilde y bello, las casas despliegan un arte milenario que nos devuelve al principio de nuestra naturaleza: cuidar la casa, adornar las paredes, sentirnos a cubierto. Y el fotógrafo da un paso atrás, en trama convertido.

Amador Martín, Charo Alonso

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