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Prudencia y responsabilidad
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Prudencia y responsabilidad

Actualizado 17/06/2020
Juan Antonio Mateos Pérez

La prudencia es normativa, pues su fin es lo que se debe hacer o no, mientras que el entendimiento es solo capaz de juzgar. Aristóteles La obra del hombre se lleva a cabo por la prudencia y la virtud moral, porque la virtud hace recto el fin pro

Aristóteles, el gran pensador griego, nos advirtió de cinco virtudes intelectuales para obrar bien: la episteme o ciencia, la téchne o el arte, phrónesis o prudencia, sophia o sabiduría, noûs o inteligencia. De todas ellas será la phrónesis la más necesaria para que el individuo reflexione consigo mismo, para que realice un dialogo interior acompañado de la razón para enfrentarse a la realidad, que acepta o rechaza según unas normas dadas, es el momento en que surge la conciencia moral.

La prudencia también fue una virtud invocada por Tomás de Aquino, pudiendo ayudar a ejercitar el discernimiento sobre lo más humano y humanizador, ya que el hombre es su acción y su pasión, su quehacer y sus deleites. Para Kant, consiste en la pericia de unificar los medios para un fin duradero.

Nos hemos pasado mucho tiempo confinados y en plena desescalada, nos acercamos a la nueva normalidad y también al verano. Después de tanto tiempo encerrados es normal que queramos salir y acercarnos a tantas personas conocidas o desconocidas, pasear, hacer deporte, sentarte en una terraza, tomarte un café o simplemente perderte por la ciudad. La reducción del número de infectados y fallecidos, las nuevas preocupaciones por la crisis económica y política, el alivio psicológico por poder salir, nos puede dar una sensación de falsa seguridad.

Nos enfrentamos a un nuevo desafío, hay una nueva normalidad, pero las mismas circunstancias que hace dos meses. Los factores de contagio son muy parecidos y, aunque los conocimientos del virus han avanzado, no hay vacuna a corto plazo. Las pandemias son impredecibles y los modelos matemáticos para su prevención siempre están sujetos a los modelos de vida de esa sociedad. Los científicos son claros, se ha reducido la virulencia del virus gracias al confinamiento. Ahora es necesario la distancia social, la mascarilla y evitar en lo posible lugares cerrados con numerosas personas.

Todos los expertos nos comentan la posibilidad de una segunda oleada, unos piensan que puede ser tan virulenta o más como la que hemos pasado; aunque otros, piensan que el virus está remitiendo. Lo cierto es que no hay estudios, pero nadie se atreve a no descartarla. A pesar de que se están experimentando con nuevos fármacos, parece claro que lo que se necesita para combatir el virus es una vacuna, sino la tenemos lo único que ha funcionado es el confinamiento.

Ante la incertidumbre y la virulencia, es inevitable compararla con la gripe de 1918, donde los españoles de la época no pudieron ver venir la pandemia. La relajación, las fiestas populares, las verbenas, la vida en la calle, se convirtieron en espacios propicios para el contagio, a pesar de que se cerraron colegios y universidades. Con la llegada del verano la pandemia amainó, pero en el otoño llegó con más fuerza que en la primavera, produciéndose el mayor número de fallecidos.

El paralelismo es muy grande, sin medicamentos eficaces, el sistema sanitario desbordado como ahora, los médicos escasos en las zonas rurales y sin sustitutos en caso de fallecimiento. La virulencia fue tan grande que también se usaron mascarillas, elaboradas con tela y gasa, se vendían a dos céntimos de peseta. El contagio avanzó imparable y fue necesario la ayuda del ejército para transportar y enterrar a los fallecidos. La gripe de 1918, mató a tantas personas en cuatro meses, que en toda la Primera Guerra Mundial en cuatro años. La pandemia disminuyó después de una tercera oleada en el año 1919 sin que hubiera vacuna, la población se fue inmunizando ante el virus.

Según los expertos, a los que tenemos que dar la palabra en estos momentos, los virus de la gripe y el coronavirus comparten algunas semejanzas en la forma en que se transmiten, a través de partículas respiratorias y, por otro lado, de las superficies en las que se depositan. Debemos tener en cuenta que, a pesar del número de afectados, es una mínima parte de la población la que ha entrado en contacto con el Covid-19.

Desde aquí, hacemos una llamada a la prudencia y a la responsabilidad, depende de nosotros y no solo del buen uso de las normas. Debemos actuar en cada momento en la menesterosidad de la responsabilidad particular, no solo para buscar nuestro propio bien, sino el bien común. La responsabilidad moral es ante todo una autorresponsabilidad que nos afecta a nosotros mismos por lo que se refiere a acciones conscientes y libres, ante las personas que me rodean, ante el entorno natural, ante la sociedad promoviendo la solidaridad.

Estamos atrapados en una triple crisis: crisis médica con la pandemia, con lo que será necesario reforzar la sanidad pública; crisis económica y social, con lo que se debe repensar la manera de producir más allá de los intereses del mercado, fomentando un nuevo despertar ético, reformulando el consenso alcanzado sobre los derechos humanos, ampliarlo y adaptarlo a los nuevos desafíos que nos estamos enfrentando; crisis psicológica, debido al confinamiento, la pérdida de seres queridos y a la incertidumbre del trabajo y el miedo, con lo que debemos configurar una sociedad menos líquida, acompañada de una ética de la solidaridad y de los cuidados. Pero todavía nos queda mucho camino. Prudencia y responsabilidad.

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