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La ciudad mediana 
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La ciudad mediana 

Actualizado 19/05/2020
Charo Alonso

Para Luis Méndez, joyero.

A la ciudad mediana, la ciudad provinciana, la ciudad castellana, no le circundan carreteras sino surcos entre las tierras de cereal ahora deseoso de sol que las grane, plenas como están de lluvia de abril y de ganas de tenderse de peso sobre la tierra? la cosecha prodigiosa que se puede malograr una tarde de pedrisco porque son los agricultores, mal que se aseguren, los que verdaderamente saben de la incertidumbre y del no estar protegidos de toda perturbación?

El resto de los mortales, esos que comemos patatas francesas, tomates marroquíes, tiramos el plástico a la calle y nos quejamos de las malas hierbas, vivimos de espaldas a las lindes que separan trigo y cebada, vivimos de espaldas a los feraces muladares donde tiramos ahora nuestros restos mientras nos quejamos del insecto y de los malos olores, porque lo queremos todo limpio, plastificado, estabulado en cajas donde el animal se retuerce mientras engorda para que lo podamos comer? somos esa tribu que solo sabe de tropelías mientras atropellamos a nuestro paso todo lo que vive y canta, es flor y vuelo? esa tribu ahora confinada en estas casas que revientan de ganas y de deseo de huida.

La ciudad mediana, la ciudad provinciana, la ciudad de envejecida población tranquila, parece morir en las cifras de la desdicha y se queda, como siempre, regazada. Tenemos ese ritmo lento y sostenido del silencio y de la calma, de la cabeza baja, el gesto que se contiene y la boina entre las manos, mientras decimos sí, amo, mirándonos los pies llenos de barro. A la tierra interior, la de Unamuno, la de Delibes, con aires del 98 y pinceladas de Solana, el sol nos ilumina la primavera soriana y machadiana, pero también los ijares de un costillar enflaquecido. Somos la España de tierras de pan llevar, el lienzo donde se pinta el románico mientras la modernidad nos deja en la cuneta donde se quedaron las fábricas textiles de Béjar y las galleteras felices de nuestra tierra de harina ¿Qué se hizo de nuestra fuerza? Vellón de lana de la Mesta y trigo para alimentar, patatas de las Villas y remolacha para endulzar, tractor tras tractor, la azucarera que ahora es un solar vacío. Vacío como nuestra esperanza de ir más allá, mascarón de proa la universidad secular, la casa de la sabiduría, arca de la alianza.

Una ciudad detenida al borde de la cuneta que, sin embargo, nunca se está quieta. Por eso camina, espera, se reinventa, bulle, se mira en la cristalera azul del Virgen Vega y hasta se ve guapa con su piel de piedra de Villamayor, lista para ser convertida en filigrana de plata por los joyeros que bordan el botón charro, los hilos multicolores de la imaginación serrana, la fotografía feliz de las fiestas de agosto, saturada la imagen de plena belleza. Porque esta tierra nuestra, feliz y febril, no se está quieta.

Y en los surcos que abrazan la ciudad callada, la ciudad provinciana, la ciudad que espera la desescalada pero que se desescala sola, nace la promesa de una cosecha prodigiosa. No nos hace falta más? ni menos.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez

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