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Ir recuperando la normalidad
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Ir recuperando la normalidad

Actualizado 05/05/2020
Antonio Matilla

Es evidente que estamos sufriendo una crisis sanitaria importante. Digo que es evidente, porque tarda en verse. Quiero decir: no se ven muertos, apenas se ven ataúdes, solo morgues vacías. Sin embargo, sí que aparecen fotografías de docenas de bolsas de cadáveres en una morgue desbordada, pero eso está en el Ecuador y no nos afecta; o nos enteramos de dos pequeños furgones llenos de cadáveres en una funeraria de Nueva York, también desbordada, pero eso son "las cosas de Trump". Aquí estamos mucho mejor, "desescalando" en pos de la "nueva normalidad", lo cual es una redundancia, porque lo normal en la Guerra Civil fueron los tiros, en la posguerra el hambre, en los sesenta el seiscientos y en la Transición, las urnas y las manifas, normalidades nuevas y distintas cada vez. Pero lo de la "nueva normalidad" tiene truco ideológico porque, según comenta D. Luis Arguello, secretario de la Conferencia Episcopal y cocinero antes que fraile -es decir, líder estudiantil antes que seminarista y obispo- en su reciente artículo "1de Mayo, renta básica y Doctrina Social de la Iglesia", el primero que lo usó institucionalmente, en 2011, fue el Dr. Josef Ackermann, a la sazón presidente del Deutsche Bank. Por su parte el Foro de Davos, élite de la élite mundial, lo estudia desde 2016 para intentar averiguar cómo encauzar la irremediable crisis del Estado de Bienestar con millones de descartados por la revolución tecnológica. El profesor Niño-Becerra, prestigioso catedrático español de Estructura Económica en la Universidad Ramón Llull de Barcelona, describe en qué consiste esa "nueva normalidad": vivir en una sociedad sesgada, con desempleo estructural, un subempleo elevadísimo y una desigualdad enorme. Solo se compensará con el trinomio social: la renta básica, ocio gratuito y marihuana".

Porque lo que se avecina dentro de ese eufemismo de la "nueva normalidad" es un derrumbe económico, con el consiguiente paro y un aumento exponencial de la pobreza. Parte de la generación de nuestros mayores -y yo mismo ya soy mayor- han fallecido con la Covid-19, que es el nombre de la pandemia causada por este nuevo coronavirus, uno entre miles de ellos y más que vendrán en un futuro próximo; pero esos mayores, extinta su pensión con el fallecimiento, no podrán echar una mano a su familia, como hicieron en la anterior y reciente crisis, de la que los pobres no han acabado de recuperarse. Me dicen "de fuentes generalmente bien informadas" que a las puertas de Cáritas, de Cruz Roja y de las ONGs se agolpan familias que hasta ahora han podido malvivir al día, pero que no han ingresado nada en marzo, ni en abril?¿lo harán en mayo? Cientos de miles de autónomos y empresas familiares están a punto de ingresar en el club de los pobres y yo ya me estoy preparando para reforzar, si puedo, el despacho social de mis parroquias?

La solución no va a ser fácil. ¿Podremos solucionarlo nosotros solos, en nuestra Comunidad Autónoma, que tiene competencias en Sanidad? Creo que no. ¿Podrá nuestro Gobierno de la Nación, él solo, buscar una salida airosa y digna? No, a no ser que sea un Gobierno de concentración o, al menos, de amplio consenso. Antes de dar otro salto a la instancia superior, me atrevo a volver a sugerir que de esta saldremos apoyándonos en nuestras Instituciones fundamentales, que no tenemos tiempo ni debemos cambiarlas ahora, aprovechando la crisis provocada por esta pandemia. Esas instituciones son la Jefatura del Estado, el Parlamento, el Poder Judicial y el Gobierno de la Nación. Pero también es la Sociedad Civil y sus estructuras: la Banca, los Sindicatos y las Organizaciones empresariales, los intelectuales ? tan callados muchos de ellos- y los creadores de cultura, ahora con gran actividad online, pero me temo que con pocos ingresos, los medios de comunicación, los grandes y los pequeños, los de papel y los digitales, las empresas de telecomunicación. Se ha demostrado claramente durante esta pandemia que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y las Fuerzas Armadas son esenciales en todo momento, no solo en tiempo de guerra; por cierto, no estamos en una guerra, sino ante una pandemia, por más que a algunos políticos les guste aplicarle el lenguaje belicista, como si fueran comentaristas deportivos ?defensa, ataque, cercar al enemigo, estrategia, táctica?-. Y los ciudadanos, las personas, que somos los que enfermamos, sufrimos, nos empobrecemos, nos devanamos los sesos para sacar adelante negocios, empresas y familias.

Una consecuencia clara, que ya podemos extraer de estas semanas de crisis sanitaria, es que tenemos que cambiar el chip y reafirmarnos en apoyar los oficios y los puestos de trabajos esenciales, la mayoría de ellos mal pagados y poco considerados socialmente: investigadores, sanitarios, gente del campo, transportistas, mancebos de farmacia, cajeras de supermercado... Cada persona es importante. No al descarte como arma económica, social y política. Esta pandemia es radicalmente democrática. No podemos salir de ella y de sus consecuencias descartando a los más débiles, como ya ha resultado con muchos de nuestros mayores y puede que ocurra con los más pobres del mundo, aunque algunos países pobres están defendiéndose bastante bien, para vergüenza de los ricos. Razón de más para cambiar nuestro modo de pensar y de vivir.

Pero volvamos un poco atrás, para no divagar: es necesario un pacto entre las fuerzas políticas leales a la Constitución, que me gusta creer, aunque puedo estar equivocado, que son amplia mayoría en el Parlamento. Casi todas las fuerzas políticas tienen últimamente una deriva populista fruto de su dependencia, como si fuera una drogadicción, de las encuestas demoscópicas y de las redes sociales, porque a fin de cuentas vivimos en una sociedad de opinión y muchos intentan utilizar el maravilloso poder de las nuevas tecnologías y de la mercadotecnia (Propaganda se llama eso en política) para manipular a las masas mediante el miedo y la adulación. Harían bien los partidos constitucionalistas en dejar a un lado alianzas contra natura ?o sea, contra la sustancia de nuestra Constitución- y dejarse de experimentos que no pueden conducirnos más que a estrellarnos contra un muro, que es posible que tenga grietas, es más, seguro es que las tiene, pero que si chocamos contra él, nos romperemos la cabeza, la economía, el bolsillo y el alma. Me refiero a la Unión Europea. Los ingleses se han ido por voluntad propia y error conservador. Nosotros no debemos irnos. En el arco parlamentario hay unos cuantos partidos a los que Europa no les interesa nada, porque solo les interesa su tierra, su revolución fracasada que hay que resucitar a toda costa como fruta Madura, o encerrarse dentro de unas fronteras nacionales que esta misma Nación, o sea, España, se encargó de estirar hasta globalizarlas por primera vez con la Expedición de Magallanes y Núñez de Balboa ya en el Siglo XVI. No es racional querer volver a levantar muros y restaurar fronteras.

Esta pandemia es global y la solución tiene que ser global. Y la globalización bien entendida empieza por uno mismo, es decir, por un gran pacto político de los tres partidos claramente constitucionalistas, al que se pueden unir otros si renuncian a su proyecto declarado de romper la Constitución, un pacto social entre grandes y pequeños empresarios, Sindicatos de clase y Autónomos y todas las instituciones de la Sociedad Civil, desde la Iglesia a la Sociedad de Autores, los Colegios profesionales y la Liga y la Federación de fútbol y de otros deportes, pasando por todas las ONGs, las que tienen por vocación socorrer y apoyar a los cercanos o a los más lejanos y a toda la Patria Común, que es el planeta Tierra, que siempre ha estado en peligro ?recordemos la extinción de los dinosaurios- y ahora también lo está, por la amenaza del cambio climático, la economía puramente financiera, el capitalismo de Estado, la desbocada carrera de armamentos y la violencia de los narcotraficantes y los fanáticos de todo tipo.

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