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Si alguien escribiera un día...
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Si alguien escribiera un día...

Actualizado 08/02/2020
Ángel González Quesada

"¿De dónde esa rabia,

esa desesperación que nos ha de llevar a todos al diablo?"

ROBERTO BOLAÑO, Lluvia

Si alguien escribiera un día la historia de este tiempo en este país, no podría soslayar que en apenas dos generaciones, las ansias de libertad y el afán de democracia que en el pueblo español se alzaban, o parecían alzarse, después de la muerte del dictador, se han convertido en un mezquino negocio entre mercantil y publicitario, colonizado por el capitalismo salvaje que dicta, condiciona, ordena y manda en cualquier aspecto de la vida de la gente, y que abarca desde la actividad política a la informativa, cristalizando en un generalizado conformismo vacío y un individualismo egoísta que reedita la peor cara de los peores defectos del carácter español.

Si alguien escribiera un día el rosario de fracasos que nos nombra y la lista de poquedades que nos imponen, tendría que decir que la ausencia del menor rasgo de conocimientos de filosofía política en las instituciones y los gobiernos, el desconocimiento de los fundamentos de la ciencia política, la incultura democrática y la ignorancia de los principios de la teoría del Estado o de la historia de las ideas, lastran, paralizan y adocenan toda la actividad social e institucional de este país, convirtiéndonos, a pesar de la propaganda oficial y los negociados patrioteros (y ahí están las repetidas llamadas al orden y correcciones de instituciones supranacionales;ahí está el escalofriante informe sobre España, de ayer mismo, del Relator de la ONU sobre la extrema pobreza y los derechos humanos), en una de las democracias más escasas de contenido y convicción.

Si alguien escribiera un día el relato de la vergüenza, la crónica de la impunidad y el listado de la culpa, no olvidaría que la ínfima cultura democrática de que adolece la vida política española, condicionada todavía por demasiados "tics" del autoritarismo franquista (y algunas de sus imposiciones), y el seguidismo que de esa baratura hacen la mayoría de los medios de comunicación (gregarios, parcializados y previsibles, además de generosamente subvencionados), genera una "opinión pública" igual de adocenada y vulgar e impone unos planes educativos (una educación ciudadana de charanga y pandereta, una instrucción pública y una estructura educativa al servicio de los intereses de los burócratas que la chulean), reflejo de esa medianía, que hace que la desorientación sobre los objetivos (culturales, de enseñanza, sociales, solidarios, comunes...) que debería fijar, discutir y proyectar un país donde la dignidad no fuese despreciada y la solidaridad arrumbada, se convierta en un baile absurdo de sensacionalismo, interés, mercadeo, resignación, figuración, apariencia, fachada, falta de rigor y un generalizado aire de chocarrería tanto en la información como en las propuestas políticas que, consecuentemente, lastran el funcionamiento institucional y, peor, acaban con la credibilidad en las normas mismas de convivencia, lo que propicia la irrupción de visionarios, caudillos, líderes de cartón y hace que se acepten reyes impuestos como si fuesen necesarios.

Si alguien escribiera un día de las razones por las que caímos en la indiferencia, la desconfianza y el desinterés por nosotros mismos y lo que hubieran debido ser nuestros propios afanes, no debería olvidar que, por ejemplo, las últimas noticias de la investigación judicial que se realiza sobre el comportamiento de los dirigentes del BBVA respecto a sus presuntas actividades delictivo-mafiosas de espionaje a personajes públicos, son tratadas en este país, informativa y políticamente, como anécdotas puntuales u oportunidades de cotilleo tertuliano-marujil, y no como signos evidentes (y alarmantes) de la podredumbre del sistema financiero y sus conexiones con la gobernanza del país. No debería obviar que las noticias que apuntan a similares presuntos comportamientos delictivos por parte de la cúpula de Iberdrola y otras compañías constructoras, de energía o de servicios, en cuanto a las oscuras maniobras de intento de desprestigio de competidores o adversarios y/o políticos que pudiesen perjudicarles, han sido acalladas, hecho desaparecer, arrinconadas o evitadas por los medios de comunicación de que aquéllas son accionistas o propietarias, en un comportamiento de servilismo y bocas agradecidas, y no como la explicación de la escalofriante impunidad del poder incontestable de los mercaderes de la energía, la vivienda, el alimento y la vida de la gente. Si alguien escribiera de estas cosas, debería dedicar un capítulo aparte a que las certezas sobre la utilización de fondos públicos por parte de cargos del Ministerio del Interior para realizar labores de defensa de presuntos corruptos del propio partido, no hacen sino subir el cachet de los implicados en tertulias televisivas o radiofónicas, en lugar de propiciar investigaciones que, más allá del sensacionalismo periodístico, procurasen proteger la poca democracia de que disfrutamos y hacer que la justicia limpiara instituciones tales como la policía, los servicios de información y los mismos pasillos de los ministerios del Estado...

Lo mismo sucede, y ese supuesto historiador debería subrayarlo, con las condenas a la formación de grupos policiales dedicados al desprestigio de políticos, banqueros (este bucle de mutuo espionaje sería cómico si no fuese trágico) o personas de la vida pública, condenas que se han convertido ya en adornos de un paisaje político tan aceptado como podrido, del mismo modo que los carpetazos judiciales a casos flagrantes de corrupción, prevaricaciones varias y comportamientos delictivos desde las instituciones públicas en comunidades autónomas, ayuntamientos y organismos de todo tipo, que parecen no existir. Otro capítulo sobre los retrasos, aplazamientos, sobreseimientos y apaños relacionados con múltiples escándalos en cajas de ahorro, bancos y entidades financieras quebradas, subvencionadas y salvadas por los impuestos de los españoles, cuyos dirigentes esquilmaron los presupuestos públicos, es decir, nos robaron a todos asignándose pensiones e indemnizaciones escandalosamente elevadas o prebendas intolerables, que son ya solo motivo de chiste; y analizar el por qué de la indiferencia judicial y política por el robo de los ahorros de millones de ciudadanos por parte de entidades cuya ingeniería financiera y manejos sobre la ignorancia de sus clientes, arruinó a miles para enriquecer a unos cuantos, y que se han convertido ya solo en negocio para bufetes de reclamadores que consiguen, a su vez, parte del pastel; y decir de la permanencia en órganos de poder y decisión, o la colocación por parte de los partidos en altas responsabilidades, de personajes claramente corruptos, notablemente estúpidos o evidentemente incapaces o negligentes para gestionar lo que no tienen luces para comprender....

Si alguien escribiera un día sobre la dignidad de este país y cómo puede perderse, ningunearse o abaratarse, transmitiría esa sensación de bochorno que es el ver pasear por calles y plazas a torturadores, ladrones, prevaricadores o estafadores; sobre el estupor que causa el sometimiento del Estado a entidades como la Iglesia Católica o la importancia presupuestaria que se da al ejército y sus escalillas, además de otras servidumbres fruto del miedo, sobre la poquedad y la falta de imaginación, que hace que cada día la sensación de vivir en un país donde el sensacionalismo vacío y el despiste conceptual se alzan como norte, sea un aldabonazo, una bofetada en nuestra sensibilidad, que nos recuerda las demasiadas carencias que todavía no son capaces de hacernos gritar.

Alguien, quizá, escribirá un día la historia de este tiempo en este país. Y tal vez no comprenderá nada. O todo.

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