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Guillermo Galván, viaje con éxito del periodismo a la novela
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por valentín martín

Guillermo Galván, viaje con éxito del periodismo a la novela

Actualizado 27/10/2019
Valentín Martín

El escritor sostiene que "siempre habrá dos Españas. Este es un país de corazón anarquista y barriga ultramontana"

El valenciano Guillermo Galván publicó su primera novela en 1998 y con ella obtuvo el primer premio literario de los varios que luego han sido compañeros de viaje a lo largo de un camino tan revelador como verdadero. Pronto dejó el periodismo por la literatura, que es tanto como cambiar de novia sin dejar de amar a ninguna de las dos. Guillermo Galván, viaje con éxito del periodismo a la novela | Imagen 1

No lo dice, pero creo que siente murria por aquellos años jóvenes cuando escribir era un acto en defensa propia que te exigía estar plenamente alerta. O quizás añore sus años en los que, pese a una dictadura que se cebó un poco más en los periodistas y escritores, todos los sueños nos parecían posibles.

Hoy que es un autor con prestigio y la libertad de escribir para los lectores sin más precaución que hacer bien su oficio, mira la vida, el país, los paisajes con la lentitud de quien ha conseguido llegar hasta donde viven sueños, pasiones, oficios. Y sigue.

-Los dos fuimos periodistas, yo no sé si arrepentirme, visto lo visto. ¿Cómo éramos los de entonces? ¿Éramos tan distintos?

Yo no me arrepiento, ni mucho menos. Fue una experiencia muy enriquecedora, a pesar de las necesarias frustraciones; pero ¿qué oficio no las tiene? Las diferencias... Bueno, para empezar, éramos mucho más jóvenes y, aunque suene a tópico, mirar la vida con esa perspectiva cambia esencialmente los paisajes. Cuando nosotros empezamos, Franco aún vivía, y no es lo mismo enfrentarte a una dictadura que sostener y alimentar a una democracia. Antes sabíamos dónde estaba el enemigo; muchos de los periodistas de hoy tienen al enemigo dentro, en su propia empresa. Estas consideraciones pueden sonar a batallitas del abuelo, pero efectivamente éramos distintos; productos de nuestra generación.

-Yo creo que aquellos periodistas somos una raza en extinción o ya extinguida. Lo de ahora no tiene cabida si no manda el espectáculo.

Ya nos extinguimos en los años noventa. Un amigo periodista y escritor, Javier Valenzuela, tiene la tesis de que el viejo periodismo murió con la primera guerra del Golfo, cuando los corresponsales de guerra fueron sustituidos por las imágenes al minuto de la CNN; algunas de ellas falsas, naturalmente, y todas dirigidas hacia un objetivo político. Fue el tiempo en que aquí se puso de moda el "todo noticias", y para dar de comer al bicho hubo que introducir elementos que rechinaban a los defensores del periodismo tradicional. Las nuevas generaciones ya salían de las facultades con ese marchamo de espectáculo.

-Todo periodista creyó que tenía una novela dentro. Hasta Emilio Romero ganó el Planeta. Pero hay muchos novelistas mediocres, incluso malos, que vienen del periodismo. Buenos columnistas y al pasar a la novela, se estrellan. Guillermo Galván, viaje con éxito del periodismo a la novela | Imagen 2

Es que son géneros distintos, aunque utilicen la misma herramienta del lenguaje escrito. Como lo son el teatro, la poesía o el cine. Que alguien destaque en uno de ellos no garantiza éxito en los otros. Tampoco carguemos culpas sobre el periodismo en este sentido. Novelistas mediocres, incluso malos como tú dices, llegan de todos los campos profesionales: médicos, abogados o famosillos de la tele. Y no hay que acudir al viejo Emilio Romero: hay editoriales que con tal de vender, fabrican pelotazos firmados por gente popular. Una forma de estafa que no debemos confundir con la literatura.

-¿En qué momento de tu vida te diste cuenta de que la literatura era para ti una pasión y el periodismo solamente un oficio?

El periodismo fue también una pasión hasta que la evolución social la convirtió en poco más que un refugio ético. Lo de contar historias me viene de muy chico, pero hasta los cuarenta y tantos no conseguí convencerme de que era capaz de acabar una novela. En ese sentido soy escritor tardío. Tuve la fortuna de ganar un premio con ella y fue todo un chute de moral que me animó a seguir intentándolo.

-¿Por qué elegiste la novela negra, tan recurrente en tu obra? Es un género muy difícil y no goza de tanto prestigio como debería.

Un crítico ortodoxo te diría que no todo lo que he publicado es novela negra. Y tendría razón, entre otras cosas porque también he escrito histórica. En ese sentido me muevo por territorios fronterizos. En general, son novelas de intriga, que van desde la negra a la metaliteratura pasando por el trhriller psicológico. Necesito tramas complejas para escribir mis historias, y esos ambientes me las ofrecen. En cuanto al prestigio del género, creo que ya ha pasado ese tiempo en que se lo consideraba de segunda o tercera división, porque hasta los autores mal llamados "literarios" beben cada vez más en sus fuentes formales.

- Otra de las características de tu obra es situar la novela en un contexto histórico. ¿Es porque te sientes a gusto o quieres matar dos pájaros de un tiro, las historias y la Historia?

En la narrativa, la contextualización del presente se da por sobreentendida, pero no siempre la del pasado. En mi opinión, las historias, como los árboles, necesitan sus raíces, por débiles que sean. El pasado forma parte del presente de los seres humanos y de sus sociedades; es imposible explicar este sin aquel, y me parece fundamental ofrecer al lector ese panorama: a veces de forma intensa, a veces solo apuntado en función de la historia que quieres contar. Por fortuna, me muevo a gusto en la investigación (rescoldos del viejo periodismo), de modo que disfruto tanto de este proceso como de su transformación en escritura.

- El marco franquista y posfranquista parece un buen caldo de cultivo para tus últimas novelas.

Es natural. La dictadura, muy especialmente hasta mediados de los años sesenta, fue una cloaca nauseabunda. Qué mejor ambiente para contar historias negras. Mi primera novela, La mirada de Saturno, se desarrolla en los días previos a la muerte de Franco; en Antes de decirte adiós sondeo en la policía de primeros de los sesenta; ahora, con Tiempo de Siega y las que conformarán la serie Lombardi, me sumerjo más atrás, en la primera posguerra. Son años terribles que, curiosamente, no se han explorado demasiado desde el género negro.

- Antes de que se me olvide: tu transición del periodismo a la literatura dio excelente resultado en contra de lo que hemos vivido con otros compañeros. Porque escribir muy bien una crónica o una columna no te garantiza una buena novela. Tú lo conseguiste ¿es que llevabas dentro durante años al novelista y no lo sabías?

Ya te he comentado que me gustaba contar historias desde crío. El periodismo nos permite trabajar con los mismos aperos que la literatura, lo que significa cierta ventaja apriorística, aunque a mí me faltaba la confianza suficiente para acabar un proyecto: bocetos, ideas, pero nada concreto hasta que leí cierta novela de éxito (no te diré el título) y me dije a mí mismo: ¿es que no voy a ser capaz de escribir algo que supere o al menos iguale esto? Tardé un año en comprobar que sí, que lo podía hacer, y terminé mi primera novela.

- "Tiempo de siega" tiene tintes biográficos, parece la recuperación de algunos personajes reales no tan conocidos como para reparar en ellos ¿por qué te llamaron la atención?

Alguno de ellos, como Hans Lazar, agregado de prensa de la embajada alemana durante los primeros seis años de posguerra, ya había dado cierto juego literario; pero hay otros, como el cura Leocadio Lobo, el agente británico Bernard Malley o el psiquiatra alicantino Bartolomé Llopis que son desconocidos para la mayoría y merecerían por sí mismos jugosas biografías. Investigué por mi cuenta cada uno de esos casos y los utilicé en la novela como interlocutores más o menos circunstanciales de Carlos Lombardi, cameos destinados a recuperar del olvido, siquiera de forma modesta, a personas importantes del pasado.

-En tu última novela deslizas un matiz que no me ha pasado inadvertido. A lo mejor ni siquiera eres consciente. ¿Matar a un obispo es distinto que matar a un fontanero? Porque con el ejecutor del obispo la justicia se conforma con el manicomio. O quizás es que la justicia sea fruto de su tiempo y ningún asesino normal se le pasa por la cabeza matar a un obispo.

Por supuesto que es distinto, y más en el siglo XIX. Pero lo especial en este asunto es el asesino, no la víctima. Te refieres al asesinato del primer obispo de la diócesis de Madrid-Alcalá por los disparos del cura Galeote. Fue el primer caso en nuestro país, que yo sepa, en que el tribunal tuvo en cuenta un peritaje psicológico a la hora de dictar sentencia. De no haberlo hecho, el asesino habría sido ejecutado, y en aquel tiempo ejecutar a un hombre consagrado era un trago muy duro; así que los jueces vieron el cielo abierto (nunca mejor dicho) y el citado informe les permitió salvar la cara. La supuesta locura llevó a Galeote a un manicomio y allí estuvo encerrado treinta y tantos años hasta su muerte.

-Un Madrid muy concreto y reconocible aparece en "Tiempo de siega". Lo mismo ocurrió con Muñoz Molina y su "La noche de los tiempos", que él sitúa en la misma época de convulsión que tú. También Manuel Longares en "Romanticismo" habla del Madrid que conocimos todos, sólo que lo hace ya pasada la guerra. ¿Es Madrid el mejor escenario para retratar épocas y gentes?

No creo que exista una clasificación que otorgue la cualidad de mejor escenario. Madrid es un escenario ideal, tanto en época de paz como de guerra, tanto en la actualidad como en el pasado. Basta recordar a Galdós, Baroja o Valle-Inclán. Y luego Cela, Fernández Santos y tantos otros. Todos hicieron de Madrid un personaje más de sus historias. Pero supongo que cualquier escenario es sugerente si tienes algo que contar.

-Después de leerte, pienso: el Valle de los Caídos, dos asesinos que pueden ser un solo asesino, y en medio una guerra. ¿Ves posibilidades de unir las dos Españas al cabo de tantos años?

Siempre habrá dos Españas. Y no lo digo desde el pesimismo: este es un país de corazón anarquista y barriga ultramontana. Los momentos de libertad y progreso intelectual son breves anomalías temporales durante su larga historia. Lo que no significa que no esté ampliamente superado el trauma de la guerra civil. Las nuevas generaciones son bastante ajenas a aquel conflicto, y la estructura social y política no tiene nada que ver con lo que había. Quedan, sin embargo, ciertos flecos que la Transición no ha sabido, o querido abordar. Todavía hay miles de desaparecidos en fosas comunes, y sus familias merecen un desagravio en forma de digno enterramiento, del mismo modo que a lo largo de cuarenta años lo recibieron las familias del otro bando. La estructura del Estado está sujeta con palillos, el poder de la Iglesia sigue siendo una rémora en las conciencias y patrimonios, y ciertos sectores de la judicatura presentan maneras más que viejunas. Si a todo eso le damos unos buenos brochazos de corrupción, nos salen excelentes añadas de escritores de novela negra en el tiempo presente.

-Tus novelas van muy ligadas a los premios literarios, has conseguido varios. ¿Consideras la mejor crítica como el mejor premio?

Cuando empecé a escribir narrativa ejercía de periodista en una agencia informativa, el trabajo más anónimo del sector. Quiero decir que no era una persona precisamente conocida. Los premios literarios no fueron un objetivo en sí mismo, sino una salida para publicar mis novelas. Tampoco eso proporciona hoy una estabilidad en este mundillo, porque la vieja fórmula de estrecha sociedad escritor-editorial también quedó arrumbada hace mucho. Ahora, diez novelas después, soy un poquito más conocido que antes (tampoco es para tirar cohetes) y tengo la fortuna de haber dado con una editorial, Harper Collins, que confía en mi trabajo y me permite planificar. Y sí, no hay mejor premio que tener buenos lectores. En ese sentido, Tiempo de Siega me está proporcionando muchas satisfacciones.

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