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El laberinto español 
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El laberinto español 

Actualizado 17/10/2019
Valentín Martín

Una señora francesa llamada Corinne tiene un gallo. No confundir con la hispanista Corinna que no es francesa ni tiene un gallo sino grabaciones turbulentas. A su lado Bábara Rey, Caperucita.

Para los franceses el gallo es el símbolo nacional, aunque no sea suyo, como tampoco lo era Aznavour. Se lo deben, como tantas cosas, a los romanos y no a los Evangelios, que la Francia católica también quiso enredar eso. El gallo francés es para ellos mucho más que para nosotros el torito bravo con botines de El Fary, cómo vamos a comparar.

Nosotros somos más de gallinas, y no me refiero a ninguna poeta, ni a Juanita Reina de quien la Piquer (una arpía franquista) decía eso, que parecía una gallina. Yo creo que no se refería a la declinación de las caderas sino que estaba perdidita de envidia. De hecho, volviendo a nuestra idiosincrasia, bien cerquita estamos todavía de ese momento en la historia en que fuimos la reserva espiritual de Occidente, y en nuestro símbolo patrio estaba la gallina.

Bueno, dejemos de numerar las galaxias y vayamos al hoy, que es lo que importa. Y que se mueran los ex novios. Estamos en una etapa de nuestras vidas en que las mujeres estériles no están mal vistas, pero de tanto estirar la tela de las libertades nos tira la sisa y algo se nos está yendo de las manos.

Pongamos un ejemplo: hay dos señoras que quieren prohibir los gallos porque dicen que violan a las gallinas. Yo tengo un corral ¿significa que debo comprarme otro corral para separar a los gallos de las gallinas? No me había dado yo cuenta del deplorable machismo de mis gallos, a lo peor es que me invade la envidia del quiero y no puedo, como a la Piquer con Juanita Reina. Creíamos que los gallos, las gallinas y yo mismo, vivíamos en un corral de convivencia como unos niños jugando al corro bajo el sol, saludando al espacio ebrio de la vida.

Tengo que pensarlo, no vaya a ser que a estas alturas viva mi ancianidad en pecado. Porque unos franceses han denunciado a Corinne alegando que su gallo canta demasiado temprano. Han ido a juicio y el juez ha dicho que nada, que gallo que no canta algo tiene en la garganta, y aquí paz y después gloria.

A partir de ahora, cuando Marta de la Aldea y Antonio Toledo canten los dos gallos de Chicho me seguirán poniendo la piel de gallina, pero se me encenderá una lamparita de alerta. ¿Y si el gallo rojo y el gallo negro en realidad están enviando mensajes inadmisibles a las gallinas para engatusarlas? ¿Y si las gallinas prefieren los gusanos a los gatillazos? ¿Y si las gallinas son más felices con otras gallinas que con los gallos?

Por supuesto que me estoy agarrando a la frivolidad, a una precaria alegoría, que no me impide del todo pensar en algo mucho más emergente y demoledor: ha vuelto en España el oficio de delatar, se olvidan que las amadas umbrías se hicieron para el amor y no para eso.

Porque ¿y si tuviese razón el fraile Niemoller y detrás de los gallos fuésemos los demás?

No hay que descartar nada. Queríamos olvidarnos del régimen de 1939 y aquí está de nuevo, no fue un sueño absurdo y muerto, vuelve a vocear pero con más altavoces en un paisaje de sistemas desiertos de fe.

El oficio de delator tiene porvenir. No sólo por los archiviejos ruidos de nuevo cuño que crecen como las ortigas contra la libertad del posío, sino en el cainismo que prospera en los propios partidos políticos donde vuelan cuchillos entre sus militantes más ilustres, y ya no está a salvo ninguna espalda, inocente o culpable.

El terrible dilema de ellos o nosotros se palpa en los partidos que quieren ser socios de gobierno y a la hora de negociar lo que hacen es insultarse como si la inquina de los enemigos la hubiesen inventado ellos. Nunca se vio nada igual, menos mal que se quieren mucho y son compañeros ideológicos de un viaje a ninguna parte. Creímos pasado de moda el histórico odio entre comunistas y socialistas pero vuelve una vez más. Y el odio no es de fiar. Sé que puedo parecer un boticario de derechas diciendo esto, pero me trae sin cuidado. Ya en Facebook una señora cree que soy Bertín Osborne, a ver si se compra otras gafas de su talla porque la pobre no da una. A las descalificaciones también se acostumbra uno.

Y la supuesta oposición se destroza ventilando corrupciones de unos y otros queriendo ser el primero de la fila. De todas las posibilidades, esta es la peor elección para un país que jamás supo vivir en paz ni con dictaduras ni sin ellas.

España no es un pasodoble, mi querido viejo extranjero Gerald Brenan. Usted la vivió muy bien pero me temo que se ha perdido lo mejor de lo peor: este universo político donde los gallos y gallinas han desaparecido para dar paso a los polluelos y las polluelas que se alimentan de ignorancia, dinamita y negaciones.

Le hablo también de Cataluña: ha ido a estallarnos en las manos cuando a uno y otro lado llevan el timón los más incapaces. Y resulta que con la inacción de aquí y los lanzallamas de allí, hay una tierra donde vive ahora una sociedad civil dividida en la que las propias familias a veces están partidas en dos. Supongo que esto le suena a usted, don Gerald.

Tenemos que librarnos de ellos, de Norte a Sur y de Este a Oeste. Así que quedémonos en el agua cálida de los pájaros de cristal, en los árboles heridos pero respirando la religión de algún sonámbulo que se equivocó de lugar, y pensemos en que 79 años después se han encontrado las cartas de amor de un cadáver español que fueron enterradas con él después de que las balas hicieran su trabajo.

La mujer destinataria de esas cartas no podrá leerlas, ya es una linterna apagada también, pero después de zarpar a la nada los dos veleros hijos de la crueldad española, ese papel siguen teniendo sentido. Eso no lo podrán matar.

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