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La mafia de mi pueblo 
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La mafia de mi pueblo 

Actualizado 19/09/2019
Valentín Martín

Me gusta comer en La Mafia. No porque sea el mejor restaurante, o por seguir perreando por el encanto de lo prohibido como aquel sueño imposible con la maestra de párvulos que tuve a los seis años y ella quiso más al veterinario que a mí, sino porque está muy cerca de casa. Y yo soy más vago que un guarda jurado de los de entonces, eso lo saben todos los que me han conocido.

Ahora que hablo de juegos prohibidos me acuerdo de la película que René Clement hizo cuando yo tenía la edad de mi enamoramiento de la maestra de párvulos. La cinta se llamaba así y en ella el excelente director francés pone imágenes a la novela de François Boyer, con música de nuestro Narciso Yepes, el guitarrista de Lorca que interpretó para Clement una Romanza española anónima tan hermosa que hizo huir al invierno de todas las calles.

En la novela y en la película se cuenta cómo centenares de franceses huyen de los nazis hacia el sur, pero casi todos mueren bajo las bombas alemanas, hasta el perro de una niña llamada Paulette. Y ahí entra en juego el amor, me refiero al amor de la niña por el perro que se supone debe ser mutuo, porque la niña, siguiendo río abajo el cadáver del perro que se llevaba el agua, encuentra la salvación en otro niño un poco mayor que yo cuando mis padecimientos por la maestra de párvulos.

(Ojo, no confundir esta película con Juegos salvajes donde Matt Dillon, Denise Richards y Neve Campbell protagonizan un tórrido trío de no te menees).

Pero voy a la miga. Acabo de enterarme de que soy un mafioso y no por comer en La Mafia. Y conmigo somos mafiosos los 80 habitantes de mi pueblo. Y también son mafiosos todos aquellos que acudieron a nuestra llamada de junio, hace tres años. Ese junio yo acabé de escribir un libro de poemas que recoge todas las sensibilidades del pueblo, pagué la dignísima edición que hizo mi hijo, y lo compraron no solo los 80 habitantes sino muchos más. Y todo el dinero recaudado fue ingresado en la cuenta de Open Arsm, esa ONG que se dedica a salvar vidas para que no se las trague el mar.

En realidad yo sólo seguí el ejemplo de tiempo atrás cuando músicos y poetas nos juntamos, llenamos una sala muy guapa de Madrid, pusieron una fila cero, vino desde Lesbos para estar con nosotros un socorrista del mar -Quique se llama, creo- para contarnos en vivo cómo se vive la muerte de los desesperados, se recaudó bastante dinero para Open Arsm mismamente. Y hubo hasta alguna compañera que se fue al Mediterráneo para ayudar a los niños en los campos de los refugiados, mientras aquí el mar quedaba listo para el Imserso y Mariajesúsysuacordeón.

Uno no aprende nunca, y es que los pobres no sabemos ser ricos. Y nos engañan a todos. Tampoco sabemos diferenciar las ONG de derechas (buenas) de las ONG de izquierdas (malas). Las ONG de derechas resuelven los problemas que crean las ONG de izquierdas, que para eso ha venido del Más Allá una ONG compuesta por José María Pemán, Juan Aparicio, Ernesto Giménez Caballero, Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas, Víctor de la Serna, Luis Santa Marina, Rafael García Serrano, Luis Ponce de León, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Luis Rosales, Fermín Yzurdiaga, Ramón Gómez de la Serna, Ricardo León, Emilio Carrere, Darío Fernández Flores, Juan Antonio de Zunzunegui, Tomás Borrás, Alfredo Marqueríe, Cesar González-Ruano, Leopoldo Panero, Tomás Salvador, José María Gironella, Álvaro Cunqueiro, Alfonso Paso, Vizcaínos Casas, Ángel Palomino, Manuel Machado, Antonio Tovar, Eugenio Montes, José María Alfaro, Mourlane Michelena, Manuel Halcón, Adriano del Valle, Samuel Ros, Ignacio Agustí y otros que no me caben en la memoria de pitufo. Son una ONG buena que llega para aclararme las ideas, tan confusas como la próstata. Que lo nuestro es una tontá, me han dicho.

Puede que sea una tontá, les he respondido, pero como yo no discrimino a nadie por razón de sus ideas si me parece que ayudan a vivir a los que más lo necesitan, el día que leí que los frailes salesianos trabajaban haciendo escuelas y hospitales en tierra hostil, pues les igualé a otras ONG y aparté otro cachito de mi exigua paga para que les llegase cada mes una aportación económica.

Y cuál fue mi sorpresa, cuando ya al primer mes de pagar, me encontré el buzón lleno de libros de santos. A ver, que yo sé un poco del tema y sé lo que cuesta el papel, la imprenta, el libro entero. Así que enseguida supe que esa ONG buena estaba empleando veinte veces más del dinero que yo les enviaba para hospitales y escuelas, en ilustrarme sobre las posibilidades de salvar mi alma.

Les llamé y les pedí que dejasen de gastar mi dinero y el de muchos como yo en tanta literatura santoral y cumpliesen con la obligación de dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, enseñar al que no sabe, todo lo que les manda su Señor. Me dijeron que tomaban nota. Pero al mes siguiente, otra vez mi buzón a rebosar de libros de vidas de santos. Me fui a su sede y les dije que, puesto que no me hacían caso, me daba de baja y dejaba de pagar en ese mismo instante. Han pasado ya años desde que no reciben ni un céntimo mío. Y mi asombro es infinito: mes a mes, mi buzón sigue llenándose con libros de vidas de santos, pagados con el dinero de otros. Un dineral en santidades. Ahora que estamos todos a otras cosas y nadie me lee ¿puedo decir que estoy de Don Bosco hasta las criadillas? Y con Don Bosco, de todas las referencias morales vivas o muertas.

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