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Alberto Prieto, fotógrafo minutero, cámara mágica
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el placer de la captura de imágenes a la antigua usanza

Alberto Prieto, fotógrafo minutero, cámara mágica

Actualizado 16/08/2019
Charo Alonso

La calle, la nuestra, piedra y tiempo, tiene un habitante del pasado, elegante como un duende que rememora el aliento de la fotografía ambulante

En la caja mágica del fotógrafo Alberto Prieto se remansa el tiempo y nos asomamos a un retrato de lo eterno, blancos y negros rematados de bordes bordados. La calle, la nuestra, piedra y tiempo, tiene un habitante del pasado, elegante como un duende que rememora el aliento de la fotografía ambulante, Alberto Prieto.

Porque hubo un tiempo en el que hacerse una foto era un lujo inalcanzable para los pobres de a pie que se detenían en la calle ante el fotógrafo minutero para pasar a la posteridad del retrato. Mira al pajarito, quieto, quieto? y la caja de madera sobre el trípode nos devolvía la dignidad de nuestra propia mirada. Blanco y negro impreso sobre el papel que se guardaba a despecho de los años y de las telarañas. Fotógrafo minutero que en Brasil y Portugal se llamaba "lambe, lambe" porque el artesano de la luz lamía la copia para saber dónde estaba la emulsión, fotógrafo "de agüita" en Hispanoamérica porque las copias en papel se lavaban, agua para borrar los líquidos de la química de lo eterno.

A Alberto Prieto, la mirada del que sabe de guerras, de prensas, de prisas y de tiempos artesanos, la fotografía minutera le llegó en plena nostalgia de lo analógico, del laboratorio de los milagros, de la calma previa a la impresión de lo mirado. Tiempo detenido sobre la copia cuidadosa que también evoca T.S. Tomé, a coro con la mirada de Carmen Borrego. Ellos aprendieron el secreto del laboratorio de fotografía y aún saben de la minucia y del cuidado que, con el botón de lo digital hemos olvidado. Oficio de lo eterno, el fotógrafo se tomaba su tiempo, colocaba al modelo, le detenía en el tiempo remansado Alberto Prieto, fotógrafo minutero, cámara mágica | Imagen 1de una toma que, después, se imprimía con el ejercicio de la paciencia sobre el papel.

Esa magia del pasado, ese hálito artesano es el que quiere recuperar Alberto Prieto en su ejercicio minutero. Y a él se acerca el niño que no sabe de líquidos ni de revelados, a mirar al pajarito, a preguntar por la caja de madera. Niño que con la gorra de ferroviario se convierte, sonrisa infinita, en un antepasado de sí mismo mientras Alberto le cuenta el proceso, negativo que surge ante sus ojos, magia potagia, y se estira el fuelle de la vieja, eterna cámara alemana para fotografiar el negativo y hacerlo envés de la trama. No hay prisa, solo calma, magia y en el cubo del agua, la sonrisa del niño, maravillada y atemporal, cristalizada para siempre.

La calle tiene una luz de verano, de calma y de curiosidad. Alberto me pone un sombrero, pide que esté quieta, que guarde el cuaderno, el bolso, la prisa, que mire al pajarito, la mano que cuenta hasta tres y ya? oculto en su laboratorio de alquimista, porque esta cámara lo es, un espacio donde se revela el alma del modelo, convierte en la oscuridad la luz en reflejo sobre el papel, negativo de mí. Y sí, es un retrato de lo eterno, del fotógrafo de calle de finales del siglo XIX, fotógrafo de pobres a pie de calle, oficio de benditas tinieblas que dan luz, reflejo de aquello que somos y que no vemos, espejo del alma. Alberto es el mago de la chistera que rellena los huecos del corazón con una caja mágica en la que la luz se convierte en recuerdo. Fotógrafo avezado de lo digital y lo veloz que ahora, en la calle, se vuelve un personaje de otro tiempo, oficio del pasado, magia de lo que no vemos y apenas presentimos: nuestro propio reflejo.

Arte en vivo y en directo, ambientado en ese pasado en blanco y negro que nos devuelve la maravilla del recuerdo, el gusto por el color desnudado de todo artificio. Quietud y calma, oficio y artesanía al paso de la vida veloz de quienes se detienen quizás a recordar cómo era antes? ahí en el Retiro, dice el señor que recuerda una imagen, quizás la del corazón con su novia de entonces, telón de fondo de un lugar remoto, la calle en la que detiene su cámara exquisita Alberto Prieto. Magia que nos devuelve el gusto por lo que éramos, falta de prisa y poética del instante, lento y decisivo. Un ejercicio de recreación lejos de la muestra y el museo, vivo y ofrecido como un don del tiempo. Alberto Prieto devenido en el mago de luz, para retratarnos tal como éramos. Retrato minutero en el que no existe la prisa.

Charo Alonso.

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