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¿Qué hacías?
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¿Qué hacías?

Actualizado 08/08/2019
Valentín Martín

Los ministros de Franco tenían pistola. Al menos uno de ellos tenía pistola y una hija. Lo sé porque la hija era novia de un compañero mío. Pero novia de toda la vida, de esas parejas de novios que empiezan de chicos, silvestres y naturales como los grillos, los lirios, los economatos del INI o los machacas de los militares. O mejor, como las encinas que parece no se van a morir nunca. Se querían de manera segura y tranquila.

Algunas noches los novios venían a dormir a mi casa. Y antes de irse a la cama, la novia me decía: oye, si ves que hago mucho ruido y te molesta, lo dices. Y yo le respondía: no, mujer, por mí no te cortes, déjate de remilgos y compórtate como si estuvieras a solas conmigo. Qué alegre es el amor por la noche cuando una novia parece la virgen de la era en las noches que guardan mañanas de la cruz.

Un día la novia de mi compañero dejó de amar a mi compañero. No eres tú, soy yo-dijo ella, que es lo que se suele decir en estos casos como enseñaba la educación sentimental de la señora Francis en Radio Madrid. La realidad siempre está detrás de la piedad o de la mentira. Porque la novia dejó a su novio de toda la vida al enamorarse de otra chica. Una chica que tenía una disfunción cerebral congénita, y al parecer eso le hacía mucho más atractiva para hombres y mujeres. Es que los caminos de la seducción son inescrutables. Yo no le di mucha importancia al pensar que toda gran historia de amor necesita un conflicto. Pero aquello se les fue de las manos.

Mi compañero se llevó un disgusto. Por el abandono y porque la ladrona de su amor fuese una chica y no un príncipe con posibilidades. Y reaccionó de manera extraña: le robó la pistola al ministro que ya nunca sería su suegro. Así que cada noche, al despedirse del trabajo, se volvía hacía nosotros y anunciaba: mañana vais de entierro.

Nunca nos íbamos a casa sin estar seguros de si aquella sería la última noche de él. Porque sabíamos que tenía la pistola del ministro de Franco, y cuando anunciaba el entierro se refería al suyo. Su adiós resultó ser a la manera de Cospedal, muy en diferido. Porque a la cuatro de la tarde del día siguiente entraba de nuevo en el despacho. La vida volvía a empezar.

Eso no nos libraba del miedo, porque al avanzar la noche y la hora de la despedida, repetía: mañana vais de entierro. Así que uno de los compañeros, militante del PCE clandestino, le quitó la pistola. Cuando la necesites, me la pides, yo te la guardo-dijo el compañero comunista.

El compañero comunista se jugó la vida, como Ángel González escondiendo a Jorge Semprún en su casa de la plaza de San Juan de la Cruz. Y es que si al compañero comunista la policía de Franco le encuentra una pistola junto al carnet del partido, le suicidan por una ventana como a Enrique Ruano, eso seguro.

Y lo que es la vida: tanto el compañero novio abandonado como el compañero comunista murieron jóvenes, pero no los mató una bala. El ex novio murió de un enfisema pulmonar y al comunista lo mató un cáncer, como a casi todos.

Quien murió de viejo fue aquel ministro de Franco que nunca llegó a suegro de mi compañero. Hoy me he acordado de él porque fue aquel que al recibir a una delegación de universitarios que pedían más participación en la vida estudiantil y en la sociedad española de su tiempo, les mandó a freír espárragos con una frase histórica: los estudiantes, a estudiar.

Porque según el franquismo, los estudiantes carecían de la condición de ciudadanos y de un cerebro para pensar fuera de los libros de texto. Y si algún profesor llevaba la contraria a este principio fundamental, se le expulsaba de la universidad y punto. Así cayeron Tierno Galván, García Calvo, Aranguren, Valverde, Tovar, Montero y Aguilar. No les importó descabezar la universidad española (tampoco les importó cerrar la universidad de Valladolid) con tal de cumplir y hacer cumplir con el mandamiento de los estudiantes a estudiar.

Parece que voy a cambiar de tercio al decir lo siguiente, pero no. Empiezo afirmando que a mí me gusta mucho Pastor, más que a su marido. Su marido la llama así: Pastor. Y según dice ella, en casa también: Pastor. En la tele, cuando conecta con ella, el marido pregunta: Pastor ¿qué opina de esto la oposición? Como si no lo supiesen los dos, Pastor y su marido.

Ahora Pastor está haciendo también un ejercicio de nostalgia política y periodística. Se trata de saber qué hacían algunos personajes ilustres ante los acontecimientos importantes de la historia. Hay de todo, como en las tiendas de chinos. Y algunas respuestas son muy esclarecedoras.

Por ejemplo, cuando le preguntaron a José María Aznar qué estaba haciendo él cuando el golpe de Estado de Tejero el 23-F, respondió: yo estaba estudiando, que es lo que tocaba hacer, estudiar.

Mira, un universitario muy parecido a los universitarios que quería aquel ministro de Franco de la pistola.

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