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Dos casos para pensárselos
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Dos casos para pensárselos

Actualizado 20/07/2019
Fructuoso Mangas

Caso 1º:

Ha sido noticia reciente. Es el juego de riesgo de saltar de balcón a balcón que se ha convertido en afición de jóvenes ingleses en Mallorca. Es verdad que procuran hacerlo, por el riesgo cierto que hay, con la salida de emergencia de una piscina debajo, pero no siempre se cumple ni se asegura un buen final. De hecho ha habido ilesos, heridos y muertos. Los medios y autoridades han condenado tal temeridad.

Y en otro nivel, noticia estos días fueron las tres personas que probaron, con fracaso y alarma, la suerte en la cueva de Arriondas. Es verdad que este tipo de pruebas suelen hacerlas, por el riesgo cierto que hay, con una buena información previa y con la ayuda de emergencia prevista, pero no siempre se cumple ni se asegura un buen final. De hecho en este campo de riesgo ha habido ilesos, heridos y muertos. Los medios y autoridades nunca han condenado tal temeridad, que a veces la hay, aunque el señor Revilla, tan distinto y tan extremo siempre, ha sentenciado en este caso: "No podemos estar gastando dinero público para aventureros"

Se entiende fácilmente el distinto tratamiento, pero no es fácil ponerle una justificación razonable y razonada.

Caso 2º:

Este otro caso es de esas cosas que saltan de pronto ante la lectura distraída de las noticias del día y que luego dejas ante la premura de cosas de más peso. Sin embargo las dos breves noticias de hace unos días en la misma página de un periódico local me sigue persiguiendo hasta el punto de que no puedo menos de compartirla. Y lo hago brevemente.

Era por un lado la detención de una persona por romper el cristal de una ventana, entrar en la iglesia y robar unos veinte euros según los cálculos del cura de San Miguel. Dos años de cárcel. Razones legales tendría el juez para aplicarle tanto por tan poco y me sospecho que, desgraciado y pobre él, no era la primera vez y que por supuesto no habrá recurso. Aunque nadie de los libres y liberados sabemos lo duros que pueden llegar a ser dos años de cárcel.

Al lado, ¿intencionadamente?, la crónica de un accidente mortal: la conductora del coche arrolló, con resultado de muerte, al peatón que iba por su paso de cebra y con su semáforo en verde; la conductora adujo en el juicio que iba de prisa y que tenía sucio el cristal delantero y por eso no vio a la víctima. Cinco meses de privación del carné de conducir y 1.800 euros de indemnización a los herederos. Esa fue la sentencia sin más explicaciones por parte del periodista, aunque supongo que habrá recurso.

Con noticias tan contradictorias como estas cuatro de los dos casos, tan frecuentes por otro lado en el capítulo de sucesos, y con la salvedad de que puede haber en ellas imprecisiones y hasta errores, lo cierto es que al ciudadano se le disparan varias alarmas de cierta gravedad.

Es, por ejemplo, la advertencia de que en cualquier momento puedes verte envuelto en un incidente que, con razón o sin ella, te quiebra sin más la vida para siempre; es, por ejemplo, la desconfianza hacia los vigilantes sociales que hacen su oficio sin sentido social; es, por ejemplo, que ser pobre te hace sospechoso de entrada y culpable de salida, sin más zarandajas de humanidad, que no hay tiempo ni ganas ni intención; es, por ejemplo, que los comunicadores de noticias se acaban quedando por lo general sin corazón y sin sensibilidad; es, por ejemplo, que a la gente, sean lo que sean, autoridades o súbditos, cristianos o indiferentes, inteligentes o torpes, le puede interesar en algún momento lo que sucede y hasta hacer aspavientos por ello, pero casi nunca muestran interés por las causas y los precedentes; es, por ejemplo, que casi todos actuamos y reaccionamos a base de juicios previos prestados o de prejuicios adquiridos; es, por ejemplo, que maldecimos por un lado lo que bendecimos por otro. Y así hasta mil ejemplos.

Interrumpo la redacción (son las 12´30 de la noche y estoy viendo a la vez una muy buena película de Overman con Rochard Gere, ya saben la que se titula Invisibles y no confundir con la de Coixet, también buena por cierto ) porque el mendigo que interviene en la escena le responde a un encuestador social: Mire, lo que yo realmente necesito es un poco de estima personal. Tan fácil en coste real y tan imposible a la vez. Pienso en el ladrón de San Miguel. Y vuelvo a lo que traía.

No quiero ahondar en toda esa cuestión de los dos casos y las cuatro noticias, pero lo malo no son las personas, que en su inmensa mayoría somos bienpensantes y de buena conducta, lo perverso es el sistema en el que estamos cazados.

Porque sabiendo todo esto y creciendo cada día mi documentación, yo continúo viviendo a mi aire y en realidad voy a lo mío, porque, me digo, yo no puedo arreglar nada. Y sigo?

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