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Prohibiendo el amarillo
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Prohibiendo el amarillo

Actualizado 27/05/2019
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Es cierto que a mí nunca me ha gustado mucho. Si me quitan del verde yo ya no elijo. Es un poco como lo del Barça. Irracional. Pero al fin y al cabo hoy nos toca hablar de asuntos poco racionales. Qué le vamos a hacer.

Ya tuvo su mala prensa en el siglo dorado del teatro francés, porque según cuentan el genio de la commedie murió actuando de ese color. Me refiero, por supuesto a Molière. Creo que los actores de ahora, materialistas dialécticos casi todos, ya no tienen esa manía. Pero es sabido que, por lo menos en el pasado, no había comediante que se preciara que se dejara embaucar por el director de escena con cualquier cosa amarilla, aunque fuera un retal.

Argumentos en contra los hay. Qué duda cabe. Hasta el nombre de una enfermedad, que por cierto da problemas a los que pretenden ir de Colombia a Costa Rica, pues dizque en mi segunda patria pululan los correspondientes bichos no sé por qué alejadas regiones; y pagan, como suele ocurrir, los justos por los pecadores. Es decir, hayas ido o no por la exuberante selva amazónica o por la verde Orinoquía, como no lleves tu carné internacional de vacunas pinchadas cada una en su justo momento, no puedes entrar a la no menos feraz Centroamérica tica, porque vaya usted a saber por qué fundada razón el bichito no ha conseguido entrar aún en esos impresionantes bosques lluviosos. Y así quieren que siga.

Estoy hablando -como casi siempre- de oídas, ya que en mis variados viajes a ese país no he conseguido ir más allá de Alajuela, que es como decir Santa Marta, para que me entiendan los salmantinos. Una vez casi ni consigo ir a San José. La cosa se resolvió como solía hacer en sus buenos tiempos el Real Madrid, en el último minuto. Estaba yo en El Dorado -recuerden ustedes que la cosa va de amarillo-, que así es como llaman muy pertinentemente al aeropuerto de Bogotá -al viejo y al nuevo-, y me salvó el conteo de las horas que llevaba en la sabana andina, pues resultaron ser veintitrés las que allí había estado y no veinticuatro, que son las que obligan a las gentiles aeromozas a exigirte de manera innegociable que o vas vacunado o te llevan a la sala de pinchamientos, habilitada para casos urgentes, como empezaba a ser el mío. Y en definitiva, me libré por el calibre de una aguja fina.

Pero me temo que nos estamos desviando. El caso es que escribía un servidor desde este lejano guindo sobre lo apenado que me tiene el mal lugar en que se tiene al honorable color amarillo. Por cierto, cuando se mustia este arbusto adquiere un color pajizo que da más pena que gloria, amarillento se queda y da más tristeza que guindas. Se me opondrá lo bonito que es un campo de trigo, ya maduro por el calor del sol. No lo niego, pero donde esté el trigo verde, que se quite lo demás, a no ser que necesitemos hacer pan. Ya lo decía el mismísimo Lorca y hasta Miguel de Molina, con sus ojos verdes, verdes como la albahaca.

Pues resulta que a una mente pensante eligió este color socialmente tan esmirriado para una causa que él creía noble y ahí se terminó de fastidiar. Y empezó la pelea por el amarillo: unos, venga llenar fachadas y plazas de ese color insalubre y otros venga a quitar lazos y camisetas de todo lo que tenga rastros de esa longitud de onda. Hasta en las televisiones y en los estadios el amarillo se ha convertido en color prohibido, lo cual dicen que está siendo tratado hasta en la docta Junta Electoral Central -me consta lo de docta porque ahí tenemos una muy digna representación salmantina-. Todo ello ha dado a la prensa curiosas imágenes de buenas mozas que se quitan su camiseta para entrar donde querían, ya sin la vestimenta del color maldito. Menos mal -digo yo por ellas- que el sujetador que llevaban no iba exactamente a juego, porque en tal caso la cosa hubiera ido a mayores.

Qué quieren que les diga, que ya me ha empezado a caer simpático. No por independentista, ni mucho menos, sino por batallador de causas aberrantes e injustas. Y no estoy hablando de política, sino de la malhadada fama de este insulso color, que algún derecho tendrá, ya que hemos empezado a reconocerlos a osos, a ríos y hasta a la gloriosa Pachamama.

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