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Democracias imperfectas
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Democracias imperfectas

Actualizado 27/04/2019
Fructuoso Mangas

Desde hace muchos, muchos años me "molestan" unas palabras de Sócrates en el Critón de Platón. Aunque están escritas hace más de dos mil años, en plena democracia griega, que no era plena ni mucho menos, resultan políticamente perturbadoras y más sabiendo de dónde y de quién vienen. Y vienen a mi memoria y a mi consideración cada vez que participo en una votación, sea cual sea. Por eso he vuelto a recodarlas en estos días. Y hoy comparto mi desasosiego como ciudadano con quien quiera leer estas líneas.

Sócrates habla con su amigo Critón en vísperas de ser ejecutado, rechaza su propuesta de huida y acepta las leyes atenienses que le llevan a la muerte, pero a la vez descalifica los modos de administrar la política de la ciudad porque se basan no en lo honesto y justo sino en la opinión de la mayoría que lo ha condenado a una muerte que considera injusta pero que acepta. Es el poder del demos y por eso la llamarían democracia.

Y se pregunta: "¿Acaso debemos nosotros seguir la opinión de la mayoría y tenerla en cuenta, o la de uno solo que de verdad entienda, si lo hay, al cual hay que respetar más que a todos los otros juntos?" (Critón 47c)

Y pone el ejemplo de un gimnasta que no deberá hacer caso del consejo de un cualquiera ni tampoco de la mayoría sobre los medios para conseguir su mejor estado de forma sino que deberá recurrir a los expertos en ese campo concreto.

Y va haciendo diferentes reflexiones sobre el tema para terminar diciéndole a su amigo Critón: "Por estas razones puedes ver que sentaste malos principios, cuando dijiste que debíamos hacer caso de la opinión de la mayoría sobre lo justo, lo bueno, lo honesto y sus contrarios".

El planteamiento es riguroso y su conclusión resulta impecable.

Y ahí empieza el problema, porque la democracia se ha constituido entre nosotros como modo de organizar, en contra de la opinión de Sócrates, algunas pocas cosas relevantes en la política de un país, pero en otras se abandona y, siguiendo ahora la teoría del Critón, se buscan sin voto por medio los mejores expertos posibles para realizar las más importantes tareas que forman la trama política de una nación, desde los ministros hasta el director del Banco de España.

De esta forma el ciudadano cree que vota su futuro, pero no es verdad porque de él no dependerán ya prácticamente ninguna de las innumerables decisiones políticas siguientes. Hasta el punto de que ni siquiera juega con listas abiertas, de forma que cuando vota lo hace prácticamente a ciegas aceptando el paquete político al que la persona o formación a las que vota van unidas. Y eso tiene que hacerlo sin saber realmente lo que contiene ese paquete adjunto. Y no digo nada de cuando la estadística, tan endeble y manoseada, se hace la dueña y señora de las decisiones. Sin llegar a lo de Borges, de que "la democracia es un abuso de la estadística".

Por eso es cierto que un día el ciudadano vota con gran solemnidad y poniendo conciencia en ello, pero a partir de ahí queda relegado a casi nada en el campo de todo lo que queda por hacer, desde los titulares de ministerios hasta los directores generales o los criterios fiscales o las prioridades sociales o culturales o la dirección de voto en cualquier sesión legislativa. Queda al margen de todo. Es un simple súbdito que vota un día y luego calla, paga y poco más.

Por eso no sé si al final Sócrates, ciudadano, votante y víctima de la democracia ateniense hace veinticuatro siglos, tiene al menos algo de razón. Pero aceptar esto tiene un alto índice de peligrosidad política y hay que pensárselo muy bien. Y yo, a mi edad, lo tengo ya bastante pensado. Y me quedo con esta democracia, aunque sea tan imperfecta.

Y doy por supuesto que anteponer otro método de llegar al poder y de ejercerlo será siempre de peores consecuencias para los ciudadanos que las rebajas que, según las razones de Sócrates, pueda tener la llamada democracia por imperfecta que sea. Por eso sigo votando de vez en cuando. Pero con cuidado y pensándolo bien.

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