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Orangutanes y mis perras, ‘Centella” y “Canela’
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Orangutanes y mis perras, ‘Centella” y “Canela’

Actualizado 12/04/2019
Redacción

Unos científicos publican ahora que los orangutanes se afligen cuando se muere un miembro del grupo; describen conductas que según ellos demuestra esta aflicción. Pero otros muchos investigadores se apresuran a descartar la pena como una explicación de los comportamientos observados, considerando esa explicación como especulativa..

No sé mucho de psicología animal, aunque tuve una infancia rodeado de varias especies y ahora tengo dos perras que demuestran claramente que tienen emociones extremadamente variables y ricas. Por cierto he visto muchas madres de varias especies que se acuestan y guardan a sus crías muertas y que están tristes durante un tiempo, cuando se las quitamos vivas o muertas.

Seguro que los humanos somos una especie especial, diferente por muchas cosas que usted sabe y no voy a señalar aquí. Nuestra sexualidad, por ejemplo, ha dado un salto cualitativo y no es solo instintiva, ni en las hembras depende de la procreación, sino que podemos tomar decisiones sobre nuestra conducta y las relaciones amorosas. Las hembras humanas desean, se excitan y gozan en cualquier momento del ciclo, estando embarazadas y en la vejez. Hombre y mujeres pueden decir "sí o no" en las relaciones sexuales y amorosas.

Pero me voy a permitir contarle dos historias enternecedoras de mis perras:

Centella, ya murió hace años. Un día yo había olvidado algo que necesitaba con urgencia; y lo tenía en la huerta. Al llegar, entre corriendo hasta la casa, sin hacer caso a los perros. Cuando salí, estaba Centella en el porche, frente a la puerta, con una cría en la boca. Acababa de parir y yo ni siquiera la había echado de menos al entrar corriendo, ¿Qué me quiso decir? Se permita usted especular como los científicos. Por mi parte, le pedí perdón a mi manera y cambié mi desbocada urgencia por un buen rato de tierna comunicación con Centella, mientras acariciaba sus crías. Centella estaba radiante, viéndome acariciar a las crías y a ella misma.

Canela, hija de Deva, las siguen con nosotros, son perras de "agua", descendientes de Nilo, un regalo de mi amigo Manuel de Santander. Cada vez que voy a la huerta me reciben saltando y moviendo sin cesar el rabo, a la vez que intentan abalanzarse sobre mí. Como los hijos pequeños cuando uno llega a casa. ¿Hay algo mejor que la sonrisa, la mirada y los brazos abiertos de un hijo o hija que te espera?.

Canela, cada vez que me ven sacar maletas o la cartera para irme a trabajar, se echa en el suelo, a cierta distancia de la salida, con las manos hacia adelante. Me mira con una intensidad y una tristeza insufrible; y no quiere acercarse a la puerta para que me despida de ella. La llamo desde fuera para hacerle una última caricia a través de la puerta, metiendo la mano entre los barrotes. Pero se queda echada, mirándome, con el rabo como muerto sobre el suelo.

Alguna vez, a base de insistir, consigo que venga. Se levanta como si su cuerpo le pesara o no quisiera obedecerle. Finalmente viene andando con la cabeza baja, muy lentamente, tambaleándose, como dudando y haciéndose rogar, con el rabo caído, como muerto, casi por los suelos.

Otras muchas veces no consigo que se acerque a la puerta. Y soy yo quien no soporta la situación, abro la puerta y voy a su encuentro. Me recibe bien, pero sin entusiasmo, no se levanta, me sigue mirando con tristeza y no mueve su cola; sabe que me voy a volver ir. Le digo adiós, mientras le acaricio la cabeza, agachándome. Pero, en realidad, no me dice nada, aguanta estoicamente la escena. ¿Pueden ser los perros estoicos, me pregunto, si no molesto a los filósofos?

¿Le recuerda esta segunda historia a los pequeños cuando les dejamos en casa para ir a trabajar?

Deva, la madre de Canela, sigue otra estrategia. Se va de un lado, para otro, como si no se quisiera enterar de mi marcha. Pero cuando la llamo, sí se acerca a la puerta a despedirme. Nilo, el padre de Canela, hacía exactamente lo mismo que su hija. También los perros son diversos, como los humanos.

¿Cómo pueden algunos científicos dudar de que los orangutanes sienten pena? Mis perritas tienen emociones y sentimientos, también empatizan con mi alegría, se inquietan cuando me oyen toser, han ido corriendo cuando en una ocasión me caí de la escalera y son muy sentidas si las riño.

No soy partidario de humanizar a los animales, todas las especies somos distintas, pero tratarlas bien, disfrutar de su compañía y comunicarse con ellas nos hace más humanos. Por cierto, creo que los orangutanes están mucho más cerca de nosotros ¡Que no serán capaces de pensar, sentir y hacer!

¿Creo usted que somos una especie completamente distintas a las demás, con unan ruptura cualitativa con ellas? ¿Cree que eso se debe que Dios nos ha creado de una forma u otra? ¿O considera que aquello en que somos distintos es fruto de la evolución y estamos en continuidad con otras formas de vida, sin que haya habido intervención divina? Le dejo con sus dudas o sus certezas.

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