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Periodistas y corrupción
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Periodistas y corrupción

Actualizado 05/04/2019
Redacción

"Perro nunca come carne de perro" decía en su época el maestro de periodistas Manuel Martín Ferrand para explicar ?que no para justificar? la falta de noticias críticas en el sector periodístico sobre los profesionales del gremio.

Todo esto viene a cuento por la polémica desatada al publicar un antiguo director de El Mundo, David Jiménez, un libro en el que se relatan prácticas corruptas de periodistas y de sus empresas, sobornados ambos por los poderes económicos y políticos. Lo triste del asunto es que de los grandes casos no da nombres ?con lo que la sospecha se extiende sobre el conjunto de la profesión? y de aquellos otros más menguados, en que sí los da, lo hace sin prueba alguna de sus imputaciones.

Ya está, pues, el lío.

Descubrir a estas alturas que la corrupción no va sólo desde la política y la construcción hasta los masters universitarios o los sobrecostes de material quirúrgico, sino que pasa también por los medios de comunicación y sus profesionales no es nada novedoso. Delinquir resulta consustancial a la naturaleza humana, como lo atestiguan el relato de Adán y Eva y el posterior parricidio de Caín. O sea, que nada nuevo bajo el sol.

Lo que sucede es que el periodismo ha estado ?hoy habría que hablar, también, de youtubers, influencers y demás fauna? en el epicentro de todo el tráfago de información y, por supuesto, de dinero.

Y no me refiero sólo a la pervivencia imposible de empresas de comunicación financiadas oscuramente por quienes se benefician de sus favores, sino al periodista de a pie: al que tenía que hacer pluriempleo tras la guerra, al que mejoró luego su estatus recogiendo bajo mano sobres en los que se le retribuían sesgadas informaciones ?las misceláneas de noticias económicas y los ecos de sociedad eran dos secciones de auténtico chollo? y al que hasta ahora mismo, en nómina y más frecuentemente fuera de ella, viene favoreciéndose con créditos blandos, pisos de favor, tertulias pagadas como audiciones de música clásica, conferencias perfectamente prescindibles, etcétera, etcétera.

Esto es así y seguirá siéndolo mientras pongamos el foco de la corrupción sólo en quienes el periodista señala y no lo hagamos sobre él mismo. En Estados Unidos, adelantado en tantas cosas, resultan tan conscientes del problema que un tercio de los programas docentes de formación de los profesionales se refieren a la ética en el ejercicio del periodismo. En España, ninguno.

Así nos va.

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