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El libro, la Gran Ventana
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El libro, la Gran Ventana

Actualizado 16/02/2019
Fructuoso Mangas

Siempre me pareció un acierto, en muchos sentidos, la idea de Bill Gates o de su Microsoft Company o de quien fuera poner el nombre de Windows a aquel sistema operativo que desarrollaron en los años ochenta y que sigue hasta hoy en la versión 10 y en las que vengan. Es efectivamente la ventana por la que se sale al mundo y por la que el mundo entra casi hasta donde se quiera. ¡Qué cosa (ahora viene un pleonasmo inevitable) el gran ventanal de Windows!

Sin embargo para mí, que todavía paso junto al ordenador unas cuatro horas diarias, la gran ventana sigue siendo el libro. Y me refiero sobre todo al libro en papel. Y a él le dedico este canto que quiere ser mi pequeña reflexión.

En primer lugar, el libro y yo somos muy viejos amigos; con una amistad jamás rota y siempre fiel, entre la admiración y el afecto. Él me ha sido fiel en cada momento de mi ya larga vida de lector, desde los primeros años en aquella escuela de Yecla cuando me emocionaba con los entrañables relatos de Corazón, el libro aquel de Edmundo de Amicis, que abría la mente, despertaba la lucidez y atrapaba el corazón. Recuerdo mi emoción de niño ante Sangre Romañola y el ansia de seguir leyendo a ver qué pasaba en el largo camino del pequeño Marco en De los Apeninos a los Andes. No hay quien dé más y era sólo el comienzo de una Gran Ventana que se abría ensanchando la vida y el conocimiento.

Y junto a éste había otros que no caben aquí y a los que siguieron docenas y cientos y miles. Y cada uno me ha traído una expectación bajo el brazo de su solapa, aunque no siempre se confirmaran las esperas y las esperanzas puestas en cada uno. Incluso después de la lectura de no pocos se llega a la conclusión de que se publican demasiados libros, aunque ninguno me parezca digno de desprecio, pero sí de menor y hasta de mucho menor aprecio.

He tenido los libros que he podido más o menos y he leído muchos más, claro. Y a lo largo de tantos años, sobre todo al final, me he ido desprendiendo de casi todos. Sin embargo, he mantenido siempre una excepción, nunca me he desprendido de un libro de poesía a no ser que lo tuviera repetido. Y es que el libro de poesía tiene para mí un valor añadido que me impide desprenderme de él. Ahí, a pocos metros de donde ahora escribo, hay dos estanterías con mis libros de poesía y ahí quedarán, desde la edición de Gabriel y Galán publicada por Austral, que es el libro más antiguo de poesía que tengo hasta el último libro, Salmos de la Lluvia, precioso por cierto, de Asunción Escribano. Son libros a los que al final del día casi siempre recurro para un penúltimo pensamiento. Son amigos muy especiales y nunca fallan.

Sería imposible recoger títulos y títulos que he disfrutado a lo ancho de tantos años, sólo quiero recordar tres, totalmente diferentes y que últimamente me han atraído de modo especial. Sin saber la razón hubo una novela, La chica del tren, éxito editorial en toda Europa, cuya lectura me atrajo de forma muy especial devorándola en dos días con cierta impaciencia de lector ávido; yo mismo me sorprendía y hasta le dediqué un artículo a semejante fenómeno.

Últimamente me han atraído poderosamente los tres libros de Noah Harari sobre el hombre y su historia en la tierra, aunque fue el primero, Sapiens, el que más me sedujo con bastante diferencia. Fue una lectura con muchos desacuerdos y hasta desasosiegos ideológicos pero fueron quinientas páginas de una atracción para mí irresistible. Aunque he de confesar que en el tercer tomo, el de las 21 lecciones, mi interés cayó a cero. Así es la vida del lector.

Y el tercer libro, es, a través de PPC, un humilde regalo de un monje belga que escribe los supuestos Diarios del Hijo Pródigo una vez que vuelve a casa. Es una delicia literaria y cristiana, lo aconsejo.

Y que conste que me cuesta mucho no hablar de las Novelas Ejemplares ni de Cien años de Soledad ni de otros mil libros disfrutados, pero no puede ser y me aguanto.

Y valen estos ejemplos para cantar las glorias de la lectura como fuente de formación y de conocimiento, como espacio de belleza y de admiración y como recurso inagotable de placer y de fruición.

Y no quiero dejar sin citar al Libro, para mí, por excelencia, la Biblia, esa sorprendente, variada e insuperable colección de libros que se han ido escribiendo a lo largo y ancho de siglos. Se unen la belleza de muchas páginas, la altura de humanidad a la que se llega bajo su guía, el reto inacabable que supone su correcta y lúcida interpretación y por supuesto, a un nivel diferente, la luz de vida que de ahí brota para la existencia de cada día. Es un vademécum (="venconmigo") en cada paso de mi vida y no hay libro que me dé más ni más claro ni más grande ni a tantos niveles. Como decía W. Blake y repitió N. de Freye y declaró el Concilio, es el Gran Código de la cultura y de la vida. Más allá de creencias y religiones, es justo dar fe de semejante circunstancia. Ésta sí que es la Gran Ventana.

Y termino repitiendo mi elogio de la lectura y afirmo, siguiendo a Vargas Llosa en su discurso de recepción del Nobel, que es ¨pasión, vicio y maravilla". Que los dioses y los avatares de la vida me hagan posible seguir viviendo cada día esa experiencia.

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