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El silencio de los corderos
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El silencio de los corderos

Actualizado 02/02/2019
Ángel González Quesada

La indignidad de la miseria creciente y la desesperanza, la imparable podredumbre del sistema democrático y las imposiciones arbitrarias del poder, el fascismo que viene y la religión que lo cobija, la incultura general y la deseducada enseñanza, la incompetencia que decide y la negligencia que impone, la impunidad que triunfa, el paro y el hambre, el llanto de los pueblos y la resignación tras la puerta, la soledad, la desigualdad y la injusticia, el abandono y el desprecio que infectan gravemente cada poro de la piel de este país inconsciente, maleducado y tosco, son temas totalmente ignorados por los pocos "intelectuales" que, disponiendo de las herramientas mentales e intelectivas suficientes, y de los altavoces adecuados, podrían arrojar luz, encender la reflexión o al menos animar el debate creativo, pero que se avienen a 'mezclarse con el vulgo' solo para discutir públicamente entre ellos, insultar a quienes les contradicen o escarbar una y otra vez sobre el secarral de lo accesorio, el páramo de lo populachero o la impotencia de lo sensacionalista.

El clamoroso silencio de la "clase intelectual" de este país ante los gravísimos problemas y desafíos a que se enfrenta una sociedad que, como la española, adolece gravemente de formación básica en todo lo relacionado con la convivencia democrática, es uno de los efectos más llamativos (y más deprimentes) de una realidad social ocupada solo en la trivialidad, hundida en el sensacionalismo y devota de lo insustancial. Disponiendo de tribunas de gran proyección (periódicos, emisoras de radio y televisión, blogs de amplia audiencia u otros foros de difusión), los llamados "intelectuales" de este país, salvando escasísimas excepciones, han formado tal vez sin pretenderlo una especie de secta de silenciosos mirones que parecen mirarnos por encima del hombro, que ven pasar los grandes problemas de sus conciudadanos con el altivo gesto de suficiencia del exquisito que nunca se siente aludido y que parece vivir en un margen que no existe.

Si es que siguen existiendo intelectuales, es decir, personas que debido a su actividad profesional o privada utilizan el pensamiento racional, la interrelación disciplinar, la creación artística, el diálogo creativo, la especialización académica o su misma inteligencia para el análisis de la realidad en que viven, la desatención pública y el desprendimiento de compromiso que en general se observa por su parte, y la falta de implicación en los grandes temas que condicionan la vida de la gente, se torna día a día más escasa, adocenada o elitista.

La misma estructura de las empresas periodísticas y la colonización política del debate ciudadano, ha conseguido corderos que se expresan en un páramo de pensamiento donde cualquier tema sensible es expoliado por grupos, partidos o empresas para su apología o denuesto. En los debates de televisión y radio y en los artículos de opinión, la participación de contertulios adscritos siempre (more geométrico) a partidos o ideologías, con el falso cebo de la democracia participativa, se han convertido en guirigáis en donde se recitan las circulares y los argumentarios electorales de cada facción, sin que exista lugar ni tiempo (ni ganas) para el análisis independiente o la pausada y libre reflexión, convertidas las palabras en ruido.

La implicación de los "intelectuales" libres (que quien esto firma quiere creer que aún existen) en los asuntos mundanos, exige salir del rebaño de los indiferentes e implica cierto nivel de valentía, una apuesta por alzar la voz y un compromiso firme con sus conciudadanos, labores a las que parecen no estar dispuestos los adocenados seudopensadores de este país. Volver a dotar a las palabras de su sentido, a las ideas de su naturaleza y a los afanes de su verdad, es tarea que corresponde a quienes quieran y sepan salir de esa molicie mental, de esa ruin desgana del pensamiento, de ese desdén por la justicia y ese desapego a la verdad que hace que la palabra "intelectual" vaya, también, perdiendo sentido.

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