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Injusticias subsanables en paradas de autobús
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Injusticias subsanables en paradas de autobús

Actualizado 29/12/2018
Tomás González Blázquez

Despido el año contando algo que presencié hace unos diez días y otro par de situaciones que me han tocado muy de cerca, sucedidas también en semanas recientes. Las tres, ocurridas en relación con paradas de autobús urbano en Salamanca.

La más inmediata, un mediodía tras recoger del colegio a mi hijo de cuatro años. Con nosotros, en la Gran Vía, sube una persona en silla de ruedas eléctrica, y el conductor le pregunta en qué parada se va a bajar, para tenerlo en cuenta en la previsión de la correspondiente maniobra. Llegados al sitio, curiosamente el mismo donde nos bajamos nosotros, esa maniobra resulta imposible. Un vehículo estacionado ocupa la porción más adelantada del espacio reservado para el autobús y otro invade parte del extremo contrario, con lo que el apartadero se reduce a menos de la mitad.

Infracciones en el estacionamiento que no impiden que parte de los pasajeros nos bajemos pero que dificultan enormemente la bajada de un usuario del autobús en silla de ruedas eléctrica. El conductor le plantea si no le importa bajar por la rampa a la calzada en lugar de a la acera, pero con buen criterio, para evitar unos metros arriesgados circulando por el espacio propio de los coches, el viajero aconseja que siga camino para descender en la siguiente parada. Ojalá ese lugar estuviera despejado. Como mi hijo y yo nos bajamos ya no supimos si fue así o si otro conductor infractor obligó a esa persona a seguir alargando su viaje o a abandonar el autobús sin la debida seguridad.

Las otras dos situaciones son calcadas. Estaba mi hijo pero no yo. Esos días lo acompañaba mi mujer, que a su vez empujaba un carrito de bebé donde viajaba mi hija de quince meses. Es un carrito que, ciertamente, se puede plegar, separando la parte de las ruedas del asiento, y desinsertando además el asiento anexo que ocupa a veces el niño mayor. Tres piezas, dos niños, un adulto, poco tiempo, poco espacio. El sentido común indica que para los cortos viajes en autobús urbano no se proceda al plegado, pero esa debía ser la única alternativa si mi mujer y mis hijos querían prolongar su viaje en un autobús urbano de Salamanca cuando por dos veces les instaron a bajarse del mismo a media travesía de regreso a casa, a última hora de la tarde en ambas ocasiones.

Llegados a la parada, dos personas en silla de rueda eléctrica aguardan para subirse al autobús. Como el espacio que debían ocupar lo estaba ocupando mi hija de quince meses en su carrito instaron a mi mujer a salir de allí. "Quítate tú para ponerme yo". En el segundo desalojo las personas que esperaban en la parada fueron muy vehementes ordenando a mi mujer con gestos aparatosos que bajara, como si no conociera ella, por su anterior experiencia, el peculiar criterio de prioridades vigente en Salamanca.

Ahora sí ha hecho una notificación del hecho a la empresa adjudicataria del servicio, manifestando su queja por esta discriminación por razón de edad hacia los niños que deben viajar, empujados por sus padres, en carritos o sillas. Si la alternativa es cogerlos en brazos, que te pliegue la silla otro viajero siguiendo tus instrucciones, o dejar al niño en manos de un desconocido mientras pliegas el carrito, y repetir la operación unos minutos más tarde, reinaría el absurdo en nuestros autobuses urbanos. Las personas con limitación en la movilidad deben ser cuidadas y ayudadas, pero sin discriminar a los niños, que también tienen esa limitación.

A falta todavía de respuesta a la queja, y suponiendo que será trasladada a quien corresponda en el Ayuntamiento de Salamanca, animo a los grupos políticos municipales a que reflexionen acerca de estos criterios o prioridades que muchos ciudadanos no entendemos. No debe permitirse que se estacione allí donde el autobús urbano necesita espacio para que los viajeros subamos o bajemos con seguridad y comodidad, ni tampoco obligar a que un viajero que ha pagado su billete tenga que bajarse sólo por ser la madre de una niña que está empezando a caminar. Lo primero supongo que es una infracción contemplada y que la Policía Local quizá sancionó (ojalá); lo segundo es una norma injusta que se debería cambiar, o eso opina todo el mundo al que contamos los dos desalojos.

Lo que aún no sé es qué responder a mi hijo de cuatro años a sus dos preguntas: "¿Por qué tenemos que bajarnos del autobús si no queremos? ¿Por qué ese señor quiere bajarse y no puede?".

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