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La fuerza del agua
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La fuerza del agua

Actualizado 15/10/2018
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Marquetalia es un nombre de duras resonancias en la historia de Colombia. Una vereda del Tolima donde el mismo año en que yo nací allí surgieron nada menos que las FARC. Pero de esta Marquetalia hablaremos otro día, pues esta semana ha sido otra distinta, aunque con el mismo nombre, la que ha padecido el rigor de la naturaleza.

Los Andes colombianos son aún una cordillera joven y frágil, con abundantes desprendimientos en muchas de sus montañas. Esta vez le ha tocado a Marquetalia, en el oriente de Caldas, sufrir el tremendo corrimiento de tierras, llevándose por delante casas enteras y dejando por el momento lo que las cifras oficiales muestran como doce bajas.

El mismo número aparece en las listas que ofrecen la cara fría de la tragedia en un lugar bien lejano de Sudamérica, que es mi isla de origen. Allí en una hondonada donde se asienta un pueblo antiguo, ahora zona de paso hacia zonas más turísticas, se desencadenaron las fuerzas de la naturaleza. Se formó un mar de lodo que invadió vorazmente lo que se encontró por delante. Y por delante hubo coches, niños, turistas, taxis?

Pese a lo dramático de la noticia, no se puede decir del todo que sea una novedad en Mallorca. Periódicamente el agua reivindica su curso, ante la ignorancia -interesada o no- de quienes se creen más poderosos. Hace casi treinta años que Campos, unos treinta kilómetros más al sur, sufrió lo que nunca habíamos visto quienes allí estábamos. Es como si se cayeran las bases que nos sostienen y se hace fluido lo que parecía eternamente estable. Es de las cosas que, si no se han vivido, difícilmente se pueden describir.

Por supuesto, tanto en 1989 como ahora en 2018, igual que en las catástrofes locales intermedias que también han salpicado distintos puntos de las riberas de nuestro mar por excelencia -también en otras zonas de la misma Mallorca-, se ha iniciado el debate sobre las construcciones ilegales y las construcciones legales pero que no previeron la existencia de cauces naturales porque están casi siempre secos. Quien haya visitado mi isla ha visto, aunque no quisiera -diría que sobre todo si no quería- algún hotel construido en plena playa, encima de la arena misma o de la zona pantanosa cercana -inundable por definición-, o en la desembocadura de un torrente, que forma por cierto calas con agua de un embriagante color turquesa.

Todo eso es cierto. Las barbaridades urbanísticas que se han hecho en España y en Colombia son causantes de no pocas catástrofes que nos estremecen. Pero aún hay un grado más de riesgo y de muy difícil solución: algunos pueblos están construidos en los lechos mismos de las ramblas, que están cincuenta años secas hasta que este clima nuestro, en apariencia benévolo, arrastra consigo las ofensas de lustros y con furia divina es capaz de soltar doscientos cuarenta litros por metro cuadrado en una pequeña porción del territorio.

Así es Campos, cuya calle principal -en su origen cruce de caminos- es una de las partes más bajas de todo el municipio. De pequeños estábamos acostumbrados a ver en las salidas por el lado norte y noroeste unos grandes badenes, que no sabíamos para qué servían. Los quitaron en cuanto aumentó la circulación, para facilitar el tráfico. Cuando sobrevino la inundación de 1989, supimos por qué le llamábamos "Sa Parada": porque paraba y, en realidad, ayudaba a desviar el agua que bajaba atropelladamente de las colinas cercanas. Y del otro lado, sigue estando "S'Avenc", es decir, una sima por la que entra el agua en el seno de la tierra, para formar innúmeras corrientes subterráneas.

También en Colombia se relatan historias que encogen el corazón. En Marquetalia también han muerto madres que lograron salvar a duras penas a algún hijo. Hay también héroes que supieron mantener la sangre fría y ayudaron a que el desastre no fuera aún mayor. Estas hazañas morales en continentes separados ayudan a consolarnos un poco, pero no mucho, de la realidad impotente de no ser más que granos de arena a merced de la lluvia y del viento.

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