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El Ruido S. A.
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El Ruido S. A.

Actualizado 06/10/2018
Fructuoso Mangas

Es omnipresente. Se cuela en todos los espacios, se hace el amo de cualquier encuentro, quiebra violentamente cualquier silencio, es amigo de la nada y lo ocupa todo. A veces aparece, pero no siempre, cubierto de música, como si la música fuera un complemento idiota que pega con todo y nos hace saltar a la nada desde cualquier escalón.

Esto o algo así pensaba yo hace unos días. Estábamos veinticinco ONGs en una Muestra organizada por el Ayuntamiento de Salamanca para que cada una explicara al público que se acercara sus objetivos y características. La verdad es que el lugar, parte superior del parque, no es muy transitado por gente para que algunos al menos se detuvieran ante alguna de las mesas, pero bueno, la intención era la mejor y la idea excelente. Pero lo peor fue que la música ambiental estaba tan a tope y el locutor daba unas voces tan rotundas que era imposible hablar con el vecino. Era imposible la comunicación. El estruendo sónico impedía cumplir el objetivo de la Muestra. Y fueron tres largas horas de incomunicación impuesta, sin poder hablar nadie con nadie con algún nivel normalidad.

Otro ejemplo. Va en el coche hasta el valle de la ermita de la Virgen en Calvarrasa de Arriba y una vez allí hace sus horas de carrera desde el regato hasta el arapil grande como todos los domingos de 9 a 12 de la mañana más o menos. Si un día dejaba en casa los auriculares quedaba desolado a solas consigo mismo sin saber qué hacer y qué decirse. Pero a la tercera vez que tuvo el despiste ¡volvió a Salamanca a buscarlos!, porque sin aquello se desconcertaba. Es la historia de uno de mis amigos (él mismo me lo ha confesado y si lee esto se reconocerá) y la interpreto, como también la actitud de muchos otros, como cierto miedo inconsciente al silencio, por no saber gestionarlo si dura un tiempo relativamente largo. Y veo los cascos no como una señal de amor a la música sino de necesidad de tapar el silencio con algo de ruido que distraiga sea música, locución o conversación de móvil.

Los ejemplos son muy numerosos y diarios. Creo que hay una gran reticencia al silencio, que en general resulta embarazoso, molesto, inútil y vacuo. Por eso se evita. Incluso, sin que sirva de crítica y sólo como observación, veo que en los actos religiosos se cubre el silencio con música instrumental o con canciones, incluso en espacios como el ofertorio, que no hay ni hueco, o la comunión, como si hubiera un temor reverencial hacia un silencio tan limpio y lleno como el de esos y otros momentos de celebración. Nos falta silencio y actitudes, o quizás aptitudes, para disfrutarlo.

Y quiero defender el valor del silencio en sí, en cuanto tal. Me refiero al silencio voluntario y natural, no artificial e impuesto, que también lo habrá. Hay un silencio cargado de sentido y de razón, positivo y disfrutado, lleno de ecos y referencias y rico en matices y propuestas. A este silencio, adulto, feliz y elegido, me refiero. Y en este silencio abarco también a los espacios de conversación y de encuentro sin ruidos añadidos, por dignos que sean, que alteren o impidan una buena y agradable relación interpersonal.

Y dentro de la lista de silencios positivos quiero destacar la honda riqueza del silencio cristiano ante Dios y ante la vida: goza de una larguísima tradición en la Iglesia. No en vano ya Jesús mismo pasaba largos ratos y noches enteras en oración, en lugares apartados, él solo.

Y desde ahí y desde Él, después de una riquísima experiencia de siglos, sus seguidores cultivan el silencio como espacio sonoro lleno de Dios y de su voz. Desde los primeros anacoretas viviendo en soledad en la franja de Gaza y todo Egipto en los primeros siglos hasta el padre Foucauld y sus monjes en el desierto de Argelia dedicados a la oración y al servicio o los frailes carmelitas en el desierto salmantino de Las Batuecas pasando por san Juan de la Cruz y su "silencio sonoro" o por los veintidós conventos de vida contemplativa que siguen abiertos y vivos en la diócesis de Salamanca.

Por eso causa al menos extrañeza el recurso que a veces se hace hoy a técnicas orientales aduciendo que en occidente hemos carecido de caminos, vehículos y modos de encuentro con el mundo, con la trascendencia y con nosotros mismos. Nada más lejos de la verdad histórica y de la historia religiosa nuestra durante veinte siglos. Miles de biografías de creyentes lo muestran y cientos de miles de obras escritas, que aumentan cada día, lo documentan.

Y además y por supuesto, está el silencio tranquilo y valorado por muchos ciudadanos que ven en él una fuente de enriquecimiento personal, de crecimiento humano y de iluminación interior. Es un silencio positivo y sabio que no calla por carencia, sino al contrario, por abundancia y profundidad.

Es conocido el obligado silencio de la poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz sobre el que ella misma dice que su "callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir". Y tuvo que callarse; muy distinto al callar de otro poeta, al "No he de callar" de Quevedo, que le valió desgracia y destierro por no hacerlo.

Con todo esto invito a hablar cuando es necesario y a callar cuando sea preciso, pero sin que ningún ruido, de ninguna clase ni procedencia, impida ni una cosa ni la otra.

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