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“Tiá Sabel Miguelona” y la ministra de Cultura
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LA OPINIÓN DE TOMÁS ACOSTA PÍRIZ

“Tiá Sabel Miguelona” y la ministra de Cultura

Actualizado 01/08/2018
Tomás Acosta Píriz

A estas alturas quién me iba a decir que me acordaría de esta mujer cada vez que una actual ministra usa "lenguaje inclusivo"

"Tiá Sabel" era una mujer muy peculiar a la que los de mi edad recordamos siempre vendiendo chochos (altramuces) que endulzaba dentro de un saco de arpillera en las corrientes del río donde los mantenía varios días bien sujetos con gruesas piedras para que el agua no los arrastrara. Era el tiempo de comprar dos reales de aquellos chochos que ella medía con un trozo de cuerno o de cuerna para dar la cantidad siempre igual de precisa.

Pues bien, además de cuerno o cuerna de chochos, que así era como se pedían, "Tiá Sabel" siempre usó un lenguaje cambiando todas las palabras que eran masculinas por femeninas y al contrario también.

Es por esta razón que de repente se aparece delante de mí, aquél ya arrugado rostro por la edad y envejecido aún mucho más por la costumbre de usar los famosos pañuelos de cabeza bien apretados y atados que la España negra en atuendos femeninos mantuvo hasta hace pocos años. Chambras de percal, sayas de algodón y mandiles de satén, eran prendas comunes de la mayoría de las mujeres casi uniformadas de aquella España nuestra, no menos querida que la actual, si exceptuamos las estrecheces que nada tienen que ver con la situación social presente llena de ayudas de todo tipo.

"Tiá Sabel" era hija de un guardia civil que murió en Cádiz dejando una cuadrilla de hijos que tuvieron que volver andando esos quinientos quilómetros que los separaban del pueblo. Pero, lo que motiva este artículo es su "lenguaje inclusivo": "dame un bombillo" para pedir una lampara de aquellas de quince vatios mínimos. "Quiero una puchera" para comprar un puchero de aquellos de porcelana roja San Ignacio que terminaban llenos de soldaduras de hojalatero.

"Morea" era la denominación que en El Rebollar se daba al apilamiento, sobre todo de hojas de roble o de helechos usados para cama de los animales, pero también al apilamiento de cualquiera otra cosa. Pasó "tiá Sabel" y vio un gran montón de leña y rápido comentó: ¡Qué moreo de leño!

Nada tendría que envidiar la señora Isabel al gran poeta Jesús Lizano o "Lizano de Barceo" un "rara avis" dentro de la poesía adocenada. Léase el siguiente POEMO:

Me asomé a la balcona/ y contemplé la ciela/ poblada por los estrellos.

Sentí fría en mi caro, / me froté los monos/ y me puse la abriga

y pensé: qué ideo, / qué ideo tan negro.

Diosa mía, exclamé:/ qué oscuro es el nocho/ y que sólo mi almo

y perdido entre las vientas/ y entre las fuegas, / entre los rejos.

El vido nos traiciona, / mi cabezo se pierde, / qué triste el aventuro

de vivir. Y estuvo a punto/ de tirarme a la vacía...

Qué poemo.

Y con lágrimas en las ojas/ me metí en el camo.

A ver, pensé, si las sueñas/ o los fantasmos/ me centran la pensamienta

y olvido que la munda/ no es como la vemos/ y que todo es un farso

y que el vido es el muerto, / un tragedio.

Tras toda, nado. / Vivir. Morir:/ qué mierdo.

Una muy singular mujer de aquellos tiempos que hoy estaría en plena vanguardia con esta ministro-ministra que hoy quiere pasar por encima de la Real Academia de la Lengua sin tener en cuenta las razones que son exclusivamente gramaticales y nada machistas ni feministas.

Tomás Acosta Píriz

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