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No era buen momento para nacer
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No era buen momento para nacer

Actualizado 18/12/2017
Antonio Matilla

No era buen momento para nacer | Imagen 1

Leído como introducción a la bendición de la Exposición de "Nacimientos" del Centro de Día de Caritas de la Calle San Claudio, en Salamanca:

Querido Jesús: la familia de tu padre, José, había perdido las tierras. Tres años seguidos de sequía, tres créditos pedidos a los prestamistas, tres créditos impagados y tuvieron que entregar la propiedad de las fincas. Menos mal que José sabía algo de carpintería, pero el trabajo no era seguro. No era buen momento para ser padre.

Tu madre es demasiado joven. Dispuesta y despierta, pero demasiado joven. ¿No podía haber esperado un poco para quedar embarazada? Es demasiado pronto para dar a luz. ¿Qué va a ser de este niño?

No es buen momento para viajar. Embarazadísima, diez horas de camino diarias durante tres días, aunque de vez en cuando te subas al borrico, no es buen momento para viajar. Pero la burocracia no tiene misericordia. ¡Menuda ocurrencia ha tenido ese tal Augusto, emperador: hacer un censo y que cada varón, cabeza de familia, vaya a empadronarse a la ciudad de donde procede su familia! ¿Y cómo va a dejar sola a su mujer? Tendrá que acompañarle. Es joven y tiene buena salud. Aguantará. ¡Ya es mala suerte que se le haya ocurrido esto del censo precisamente ahora!

¡Mujer, algún sitio encontraremos! En cuanto te vean embarazada y lo guapa que estás, cualquiera de mis parientes nos alojará con gusto en su casa. Sería mejor que dieras a luz en Nazaret, allí conocemos a la partera. A lo mejor tenemos suerte y nos da tiempo a volver a casa.

Bueno, María, no te preocupes; aunque esta cuevita ahora es un establo, hasta hace pocos años fue la vivienda de mis abuelos. Si tienes que dar a luz, ni tú ni el niño pasaréis frío, que las ovejas tienen esto muy calentito. Vale, José, pero esperemos que no, porque este no es un buen sitio para nacer.

¡Ay, José, creo que me ha llegado la hora, ya han empezado las contracciones! Todo irá bien, María. Además, este Niño nacerá con buena estrella. ¿No viste cómo brillaba anoche? ¡Cuando yo era niño nunca la vi y vaya que me gustaba contemplar el cielo!

Nada, José, tu familia se ha olvidado de nosotros; pero José ¿quiénes son esas sombras que se ven a la entrada de la cueva, parece que quieren entrar, pero como si les diera vergüenza. ¡Ah, conozco a algunos desde que éramos niños, sus padres tenían unos rebañitos de ovejas! Están sucios y huelen a oveja, pero son buena gente. ¡Pasad, pasad! ¡Qué pequeñito es el niño y qué tranquilo está! ¡Enhorabuena! ¿Necesitáis algo?

¡Oye José! ¿Y quiénes son esos de los sombreros tan raros y con tantos collares? Parecen extranjeros. Bueno, no exactamente, somos caldeos y nos dedicamos a estudiar el cielo y esa estrella tan luminosa que está brillando estos días nos ha guiado hasta aquí. No hay duda. Señala claramente esta cueva. Pues habrán hecho un viaje bien largo, aunque sea en esos camellos tan buenos que tienen ahí afuera; sentimos no poder ofrecerles nada, estábamos de paso y María ha tenido que dar a luz aquí. No se preocupen. No necesitamos nada. Al contrario, les dejamos aquí unos regalos para ayudarles a cuidar al niño: el incienso es para que haya buen olor en la cueva, la mirra es una buena medicina para los cólicos, pero deben darle al niño muy poca cantidad, solo unas gotitas cada vez y, repartida por los rincones de la cueva, matará las pulgas y los bichos, aunque huele un poco fuerte, la verdad, Y el oro, no es mucho, pero ocupa poco y les vendrá bien para ayudarles a cuidar al niño. Porque Vds. tienen que cuidar mucho a este niño. ¡Está marcado por el Cielo!

El que parece más anciano de los tres, Melchor, de barba pelirroja, de repente se pone serio: ¡Tenemos que darles un consejo! Hemos estado con el rey Herodes, que ya saben que tiene el palacio-fortaleza aquí cerca, y nos ha dado mala espina, nos ha parecido un tío zalamero y retorcido. Yo que Vds., si María puede, cogería al niño y me marcharía cuanto antes.

En la entrada de la cueva se recorta otra figura contra la luz de la estrella. A José le resulta conocida. ¡Hola, Jonás! Miren, este es mi primo. ¡Menos mal que has venido, creíamos que os habíais olvidado de nosotros! Bueno, es que estos días hay mucho que hacer, pero no he podido por menos de venir a avisaros: ya sabes que el rey es muy maniático y ahora le ha dado por pensar que este niño, que está marcado por el Cielo, si le deja crecer, acabará arrebatándole el reino. Ha decidido matarle.

Gaspar y Baltasar están cuchicheando entre ellos, pero se acercan y hablan los dos a la vez, atropellándose: Creemos que lo mejor es que os vayáis cuanto antes. Ahora empiezo a entender algunas cosas. Creo que la policía del rey nos ha estado siguiendo de lejos, a ver qué hacíamos y a dónde íbamos. Gaspar y yo hemos pensado una jugarreta: nosotros nos vamos hacia el Norte con cara de aburridos, como si no hubiéramos encontrado nada y vosotros, antes de que raye el alba, que monten María y el niño en el burro y marchad hacia el Sur, a Egipto. Hay un tramo de desierto, pero hay algunas fuentes de agua, entre ellas la que hizo brotar Moisés golpeando la piedra con el cayado mágico. Sí, conozco esas fuentes, dice José, que cuando era niño algunas veces fuimos a recoger miel silvestre y, claro, teníamos que beber de vez en cuando, nosotros y las caballerías.

Al rayar el alba, en efecto, la policía de Herodes llegó, trayendo perros sabuesos. Les hicieron olfatear el pesebre, pero los pobres animales se confundieron con el intenso aroma del incienso y el fuerte olor de la mirra y no pudieron orientarse.

Y la pista del Niño marcado por el Cielo se perdió. ¿Podremos encontrarla de nuevo?

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