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Las Sijenas que vendrán
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Las Sijenas que vendrán

Actualizado 16/12/2017
Tomás González Blázquez

La otra mañana, en Lérida, unas decenas de personas se indignaban con sus lazos amarillos porque, oh misteriosas albricias, se acataba una resolución judicial. No, no era que los padres que así lo deseasen pudieran escolarizar a sus hijos con el castellano como lengua vehicular. Tampoco que los comerciantes que así lo estimaran conveniente pudiesen rotular sus establecimientos en castellano. No, nada de eso. La indignación que embargaba a aquellos indignados era achacable a que unas cuantas obras de arte regresaban a su lugar de origen, de donde habían salido en oscuras circunstancias. Otras nunca llegaron a salir, víctimas del saqueo, el fuego o la profanación incluso, que no quedaron sepulcros cerrados en ese monasterio cuando la idealizada anarquía del 36. Memoria histórica por un tubo se puede aprender allí.

Dejando a un lado conflictos de lindes y franjas, que así de cosmopolita es el nacionalismo catalán, y qué mal casa con un catolicismo de suyo universal (¡qué pereza de bisbes, abades, monjas de la tele y esteladas en campanarios!)? Mientras llega y no llega un 155 por lo canónico? pensemos en las Sijenas que vendrán. Los expolios pasados, las desamortizaciones por las bravas, los museos a golpe de exclaustración, las ventas sigilosas de retablos y rejerías, la Francesada que llenó de plata sus alforjas, los robos por la noche y las tropelías contra el patrimonio ya perpetradas no las vamos a arreglar. Pero hoy, en el tiempo en que se suponen catalogados todos los bienes artísticos, coinciden las medidas para no deslocalizarlos y los anhelos de ciertos sectores por expropiar a la Iglesia lo que es suyo (ejemplo característico es la mezquita-catedral de Córdoba).

Bien está que el arte atraiga hacia sí, que los frescos pintados para la bóveda de un templo tengan debajo un altar de piedra (y que se use) en vez de la moqueta de un museo, y que la Virgen a la que rezaron los mil habitantes de ese pueblo en 1950, hoy tiene ciento ochenta, aguarde en su camarín la visita anual de los bisnietos (y que de verdad acudan). Pero no podemos ignorar que la salvaguarda del patrimonio y de la propiedad, su conservación adecuada y la protección debida de su sentido y finalidad, requieren una colaboración abierta y sincera de Iglesia y Estado, en su diversidad de instancias nacionales, autonómicas, provinciales y municipales. Del recelo y del propósito acaparador no saldrá nada bueno.

Vendrán muchas Sijenas, mucho monasterio sin comunidad, mucha parroquia sin feligreses, mucha ermita sin cofrades? El patrimonio histórico y artístico de España no se entiende sin la fe cristiana y sin la Iglesia Católica. Los bienes eclesiales tampoco se comprenden sin su apertura a la evangelización y sin su uso cultual. Ojalá que las nuevas Sijenas, casi todas ajenas al furor fronterizo de la ignorancia nacionalista, seguro que muchas de ellas en nuestras diócesis de Salamanca, Ciudad Rodrigo y Plasencia, permitan poner en práctica la cooperación constitucional, tan distinta del laicismo excluyente. Cuando hay voluntad es posible.

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