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Teoría de la tontería
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Teoría de la tontería

Actualizado 08/01/2018
Lorenzo M. Bujosa Vadell

En mi tierra caen tres gotas seguidas y se paraliza todo. Es lo que tiene la falta de costumbre y la ciega confianza en la fatalidad, que aunque parezca mentira es característica mediterránea antigua. El enfrentarnos con mansedumbre a lo que los dioses nos envíen en este valle de lágrimas dista de ser cosa nueva.

Bien, pues resulta que acaba un fin de semana en el que hemos tenido el "puente de Reyes", y a mayor abundamiento, el final de las vacaciones de Navidad, lo cual supone desplazamientos en automóvil mucho más abundantes que en otras fechas de asueto. Si es cierto lo que nos cuentan algunos periódicos, son unos dos millones y medio de vehículos los que se han tenido que desplazar, no exactamente por gusto, sino porque hoy se reemprenden las actividades, entre ellas el colegio de los niños.

Hasta uno mismo, que no entiende de casi nada, sabía desde hace días que se nos venían nevadas copiosas y se hacía las ilusiones del caso: "Mira qué bien, con las ganas de ver nieve que tienen las niñas", "vamos a tener paisajes hermosos en nuestro viaje de regreso", "será espectacular ver Ávila rodeada de blanco"? Está claro que somos del género "optimista por naturaleza" y confiamos en las autoridades, porque como se dice en las películas: "Pagamos nuestros impuestos".

Pues eso, que llegó la borrasca, aquí tenemos la nevada y con ello la alegría y el contento. No en vano también nos queda algo de superstición y, como todo el mundo sabe: "año de nieves, año de bienes". Por lo tanto, todo perfecto? Si no fuera porque uno va teniendo ya su edad, y con ella algo de experiencia en aventuras y cuitas, y no acaba de fiarse del todo de quien maneja la cosa pública. Por eso fruncía el ceño, cuando la costilla decía: "Noooo, no te preocupes: en una vía de lo más principal las quitanieves habrán hecho su trabajo, y estará todo más limpio que una patena".

Como en toda teoría que se precie, es recomendable utilizar el método comparatista, dado que no somos los únicos con desplazamientos masivos, ni con nevadas considerables. ¿Cómo hacen los demás? Pues mayormente se defienden como pueden. Para documentarnos sobre eso está la 1. No la carretera, sino la cadena de televisión: que justo después de contarnos lo que pasa aquí, nos habla de las enormes dificultades de la costa este del país de referencia, como para quitar importancia a nuestras minucias. Por cierto, no sabemos lo que pasa en Guarda, Portugal, pero estamos puntualmente informados de si un camión ha atropellado un perro en las afueras de Cincinnati.

Pero si, con el afán intelectual que se le presupone a los buenos investigadores, pretendemos ir un poco más allá, nos podremos informar de que en la plácida Minnesota los pacientes habitantes sobreviven en esas circunstancias por lo menos seis meses al año, por no hablar de los valientes de Manitoba o del Saskatchewan, o sin necesidad de irnos tan lejos, de los de Uppsala o Rovaniemi. Bien es cierto que con menor concurrencia. De todas formas, podemos obtener ya una primera conclusión: con las nevadas se puede convivir y sin necesidad de dramas.

La segunda tiene que ver con la aplicación del método histórico: ¿Se acuerdan ustedes del caso sonado de la autopista ?calzada de doble vía y de pago- de Burgos a Miranda de Ebro en la que pasaron la noche al raso innumerables vehículos y sus conductores en ayunas por la ineficiencia de los encargados del asunto? Se llegó a un conocido pleito masivo, del que se ve que no hemos aprendido nada.

La tercera conclusión tiene que ver con el argumento lógico, combinado con el teleológico: Si viene la borrasca, si sabemos de antemano las dimensiones del nubarrón, si su llegada va a coincidir con los días de mayor afluencia de tráfico, se supone que habrá que hacer algo más que aconsejar que la gente se quede en casa ?o lo que es más preciso en este caso: decir a la gente que no se le ocurra volver a su casa-. Para evitar que se pare el país, hay que poner los medios, que ya están inventados y no de ahora.

Como no se trata de momento de hacer una tesis doctoral, con este esbozo nos vale, por lo que podemos ya llegar al corolario: Por mucho que se nos hinche el pecho y pongamos banderas coloridas en los variados balcones, a la hora de la verdad dejamos mucho que desear. O si se tiene fuerzas para volver al optimismo: "Tenemos mucho margen para mejorar".

En definitiva, lo que parece claro es que seguimos en la chapuza nacional: "Para qué vamos a prevenir, si prevenir es tontería?".

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